Vamos a desconsumirnos

“Hoy es el primer día del resto de este año en el que no vamos a comprar ni una sola cosa para nosotras. Ni ropa, ni una crema, ni un libro, ni nada. La de ayer fue, tal vez, nuestra última tarde como personas normales. Podíamos comprar lo que queríamos, donde creíamos que nos convenía y pagarlo como podíamos. Como todos. Bueno, como casi todos.

Desconsumirnos

Por Soledad Vallejos y Evangelina Himitian

Desde ahora las reglas cambiaron. Vamos a desconsumirnos.
Para los nuestros seremos como extrañas. Para los extraños seremos eso mismo: raras. Dos mujeres que asumen el compromiso de pasar todo un año sin comprar nada más que lo necesario. Ni un solo objeto cuyo destino final sea la acumulación.”
Esta fue la primera anotación de nuestro proyecto Deseo Consumido, hace 30 días. Mañana cumplimos un mes alejadas del 2×1, de las promos, de las 12 cuotas, de la miel de los descuentos, de ese consumismo que en la última década transformó nuestras vidas.
Es increíble cómo cambió en estos años nuestra noción de ahorro. La inflación le quitó sentido económico a la postergación del consumo, tanto que para nuestra generación, “ahorro” y “descuento” se convirtieron en sinónimos. Así, los argentinos “ahorramos” gastando dinero.
Llevamos 30 días sin consumir. Es sólo el 8,2% de nuestro proyecto. Igual se siente increíble. Pese a los malos pronósticos de algunos no tuvimos recaídas ni síndrome de abstinencia. En cambio surgen algunas reflexiones: el placer de tener, de estrenar, de comprar y de acumular va dando lugar a otras experiencias que pueden ser tanto o más gratificantes. Simplemente estaban adormecidas bajo un cúmulo de cosas que ni siquiera sabíamos por qué las teníamos.
“Chicas, su experiencia progre de autoconocimiento es mi realidad de todos los días”.
“¿Y por qué?” Esa fue la reacción inmediata cuando publicamos nuestra decisión en Deseoconsumido.com, el sitio donde compartimos semanalmente nuestra experiencia. Este proyecto no es equivalente a un voto de pobreza ni a un tratamiento de rehabilitación de adicciones.
La idea es dejar de acumular aquello que ya no sabemos dónde poner.
Habían pasado apenas ocho minutos del primer día cuando compartimos nuestra decisión en Twitter y Facebook, y un tropel de reacciones cabalgaron hacia nosotras. “No van a poder.” “Es peor que empezar la dieta un lunes.” “Qué estúpido, vivimos consumiendo cosas que no necesitamos. Así funciona el mundo.” Nos llamaron “las hippies con Osde” y hasta hubo quien nos acusó de “militar el ajuste”. Nuestro mensaje favorito fue: “Chicas, su experiencia progre de autoconocimiento es mi realidad de todos los días”.
Pero también nos llegaron muchos comentarios de gente que estaba en sintonía con este proyecto, que sentía que ese ritmo de “comprar-acumular-descartar” ya no les cerraba.
No estábamos solas. De hecho, detrás de Deseo Consumido hay un fenómeno mundial bastante extendido, y existen múltiples iniciativas -entre locales y foráneas- de personas que decidieron tomar otro camino, que reaccionan con hastío frente al consumismo después de haber vivido acumulando sin ningún criterio.
“Limpiamos el desorden de nuestra casa y de nuestra vida. Fue un viaje donde descubrimos que la abundancia es tener menos.”
Debemos reconocer que algunos de esos proyectos fueron una inspiración para crear Deseo Consumido: como la diseñadora canadiense Sarah Lazarovic, que pasó todo un año sin comprarse ropa y cada vez que experimentaba el impulso de hacerlo, lo dibujaba. Sus producciones se convirtieron en un libro, en el que escribió cosas como: “Veo un vestido así y me imagino el millón de vidas que podría pasar en él. Me preocupa que nunca jamás volveré a encontrar nada tan perfecto. Y entonces recuerdo que tengo un montón de cosas parecidas en mi armario”.
O como Rob Greenfield, un aventurero y activista norteamericano (protagonista del documental Viajero sin dinero, que se estrenará el próximo 21 de mayo en la Argentina, por Discovery Channel) que con el lema “Menos es más” como estandarte, publicó hace unas semanas en las redes sociales la lista de todas sus pertenencias: un total de 111 posesiones, lo que incluye cepillo y pasta de dientes.

Minimalistas por el mundo

También Project 333, de Courtney Carver, que propone un desafío fashion (y de bajo presupuesto) donde invita a los demás a vestirse con sólo 33 prendas durante tres meses. Otro caso que hizo ruido y de repercusión mediática fue el de Joshua Becker, con Becoming Minimalist. “Las mejores cosas de la vida no son cosas”, dispara Becker en su página Web, donde cuenta que junto con su esposa, en 2008, decidieron volverse minimalistas y, de forma intencional, vivir con la menor cantidad de posesiones. “Limpiamos el desorden de nuestra casa y de nuestra vida. Fue un viaje donde descubrimos que la abundancia es tener menos.”
Hay otros ejemplos, acaso con objetivos más nobles, como The Fashion Revolution, que impulsa a nivel mundial el consumo responsable en la moda y que lucha contra el modelo de producción textil basado en el trabajo esclavo, algo similar a lo que hace aquí la cooperativa Ropa Limpia.
En la misma línea se inscribe la experiencia de la familia alemana Fellmer, que decidió vivir sin dinero y cambiar servicios por alojamiento. Los Fellmer no tienen una cuenta de banco y se alimentan de desechos de supermercado, y su experiencia obligó hace un par de años al país germano a reflexionar, justo en el momento en que en Europa el capitalismo enseñaba sus fallas por la crisis de deuda.
Nosotras no somos tan extremas como Greenfield ni los Fellmer, pero quizá más sostenibles.
“Creo que, en general, los fenómenos anti sirven para eso, para despertar un nivel de reflexión o introducir un tema en la agenda. Son fuertemente audibles y visibles, pero no frenan ni modifican el sistema -opina Guillermo Olivetto, especialista en temas de sociedad, consumo y autor del libro Argenchip-. Expresan una idea con un nivel de intensidad que, muchas veces, hace que se los sobrepondere, pero finalmente la vida sigue y el grueso de la sociedad continúa viviendo bajo los mismos parámetros en la que fue estructurada. Sucedió con los movimientos antiglobalización. No fueron en vano ya que generaron conciencia y lograron mover el eje de un capitalismo extremo y sin sensibilidad social, sobre todo después de la crisis de 2008, pero no tuvieron grandes conquistas.”
Cuando terminemos este año, la conclusión no será: “Ahorramos 54.943,22 pesos y con eso compramos un Renault 11 con gas y lo pusimos a trabajar de Uber”.
Con respecto a los fenómenos anticonsumo en particular, Olivetto los considera “una minoría”, pero cree que igual tienen el potencial de instalar una idea de consumo más consciente, más responsable. “Tienen tres aristas que pueden transformarse en mainstream: el no derroche y el consumo responsable; el comercio justo y el rol social de las marcas, y las empresas.”
Nosotras no somos tan extremas como Greenfield ni los Fellmer, pero quizá más sostenibles. Es decir, es altamente probable que terminado este año nuestra pauta de consumo y nuestro ritmo de acumulación y descarte hayan cambiado nuestras vidas para siempre.

Hiperabundancia de contenidos

Al publicar nuestro compromiso en las redes sociales, todos esos ojos que parecían adormecidos o ausentes ante la hiperabundancia de contenidos, de pronto se sacudieron la modorra y dijeron -gritaron- que sí nos veían. Nos pasó lo mismo durante los primeros días en los que nos desconsumimos. Adonde quiera que íbamos, en la mesa del domingo, en un encuentro con amigos, en el trabajo, en el barrio, en el colegio de nuestros hijos, no se hablaba de otra cosa. Todos se habían enterado y casi nadie podía permanecer indiferente al tema.

Nos habíamos metido con el consumo, el tótem de nuestra generación.

Nos habíamos metido con el consumo, el tótem de nuestra generación, “el motor de la reactivación de la economía en la última década”, la religión de los que no creen en otra cosa y que están convencidos de que no hay ningún ideal detrás del acto de consumir.
A treinta días no somos más pobres ni más ricas. Porque no se trata de la plata. No buscamos ahorrar dinero, justo ahora que el dinero vale tan poco. Cuando terminemos este año, la conclusión no será: “Ahorramos 54.943,22 pesos y con eso compramos un Renault 11 con gas y lo pusimos a trabajar de Uber”.
No, eso no ocurrirá. En cambio esperamos salir de esta experiencia enriquecidas. No monetariamente, sino por la posibilidad de compartir, de regalar, de sobrevivir alejadas del consumismo como razón de compra.

“No quiero más cosas. No tengo tiempo para usarlas”.

Y para que el proyecto funcionara sobre rieles decidimos firmar un contrato, con cláusulas honestas y sin letra chica. Un tema de discusión, al menos puertas adentro, fue el de los regalos. Pero el texto es claro, y allí dice: “La compra de regalos queda prohibida. Lo sentimos mucho. Este año, sólo les regalaremos a los nuestros cosas que sabemos que les gustan y que no se pueden comprar. Es todo un desafío: poner a prueba cuánto los conocemos. Intentaremos sorprenderlos, tal vez con algún objeto nuestro que siempre nos elogiaron o con algún libro que nos encantó y sabemos que a esa persona le va a gustar. Se acabaron los regalos monetariamente impersonales. Si nosotras somos las destinatarias del regalo, la política es la misma. Sólo podemos aceptar algo usado (y amado) por quien nos lo ofrece. Si llegan regalos nuevos sepan que serán recirculados. Se trata de dejar de acumular”.
Este año, sólo les regalaremos a los nuestros cosas que sabemos que les gustan y que no se pueden comprar. Es todo un desafío: poner a prueba cuánto los conocemos. Intentaremos sorprenderlos
Nanda Machado es editora y periodista. En los primeros días del proyecto nos escribió un mensaje de aliento en el blog y nos contó que estaba enrolada en una experiencia similar. La suya había comenzado el 10 de enero último.
Tiene 66 años y tres hijos que viven en Nueva York, Montreal y Ecuador. Su hijo más chico, el que vive en Quito, vino a visitarlos para las Fiestas y estando acá se le complicó una neumonía mal curada.
Nanda tuvo que enfrentar una ciudad en llamas por la previa a la Navidad para poder visitar a su hijo internado, sobrevivir al estrés de fin de año, las incesantes llamadas y los mensajes de gente que proponía: “Veámosnos antes de que termine el año”, o que preguntaba: “¿Dónde la van a pasar’”; “¿Qué van a hacer?”

“Tendría que poner mi plata en algo menos perecedero que una remera”

“Experimenté una sensación de relajo tan grande con las Fiestas, con la obligación de estar, de comprar, de regalar, de consumir, que dije: «Quiero bajarme de esto». Lo único que yo quería era poder disfrutar de la visita de mi hijo, que era por pocos días, y sentía que el consumismo de las Fiestas me lo impedía. Me dije: «Durante el año me tengo que acordar de esto que siento. Paremos porque así no podemos seguir».”
Esa sensación de hastío, de relajo con el consumismo, fue decisiva. “Como un recordatorio de todo lo que tengo. Tengo dos placares llenos de ropa y siempre vivo pensando que necesito un tercero. Pero si me avisan de una gran barata, salgo corriendo. ¿Para qué? No sé, pero está barato. Eso es estupidez. Entonces pensé: «Tendría que poner mi plata en algo menos perecedero que una remera». Vivo corriendo para comprar ofertas de temporada y resulta que cuando buceo en mi placard encuentro ropa con la etiqueta puesta que ni me acuerdo cuándo la compré. Me da bronca y vergüenza a la vez”, confiesa visceralmente.
Vivo corriendo para comprar ofertas de temporada y resulta que cuando buceo en mi placard encuentro ropa con la etiqueta puesta que ni me acuerdo cuándo la compré.
Al igual que nosotras, Nanda pasará todo el año sin comprarse cosas e incluso sin recibir regalos para su cumpleaños ni Día de la Madre. Sólo comprará comida y productos de higiene. “Involucra no comprarme cosas para mí, no ir a la peluquería. Como soy periodista, las canas me tienen que dar un look intelectual -bromea-. Y si no, no me importa. Estoy feliz con la persona que encontré en mí desde que empecé con este proyecto. Me redescubrí. No sabés la liberación que experimento cuando voy caminando desde casa, en Belgrano, hasta el trabajo, en Núñez, y ya no siento la obligación de mirar vidrieras con ropa que no voy a comprar -dice-. No quiero más cosas. No tengo tiempo para usarlas.”
A su marido, que es de los que conquistan haciendo regalos, sólo le permite comprarle flores. “Y las disfrutamos los dos. Antes éramos de salir mucho a comer afuera, pero ahora no salimos tanto. No sé, es como que hay algo en nuestra forma de consumir que cambió. Y me parece que ese cambio se va a quedar más allá del año. Estoy muy cómoda con la decisión. Me siento menos esclava de un montón de cosas. No siento que me estoy perdiendo de nada. La buena noticia es que, si bien tenía un montón de cosas, logré frenar a tiempo, antes de que eso me llegara a percudir mi capacidad de darme cuenta de que en realidad no las necesitaba”, agrega.
En Deseo Consumido seguiremos compartiendo en forma semanal nuestra experiencia. Ya pasó un mes y estamos afianzadas, más convencidas que en el inicio, cuando escribimos esas primeras líneas desconsumidas: “Pasar un año sin comprar nada más que lo estrictamente necesario es para mí un camino de autoconocimiento que elijo recorrer como una manera de explorar mi relación con las cosas”, apuntó Evangelina.
“Cuando uno decide pagar por una prenda nueva también compra un deseo de proyección. Pero como pasa con la tecnología, la nueva versión nunca soluciona del todo los problemas del viejo equipo. Y así acumulamos. Demasiado”, tomó nota Soledad.