Una familia de Chubut lleva más de un mes en la capital de Tailandia atrapada por vuelos cancelados y reprogramados y sin fecha de retorno. Mientras tanto, intentan mantenerse ocupados: Juan Bogni es psicólogo y atiende a sus pacientes por videollamadas, Catalina Orazi es contadora y contesta consultas, Jerónimo y Sofía cursan el secundario on line, los abuelos cocinan y dan una mano. Pero quieren volver ya.
Soñaron y planificaron el viaje durante un año y ahora llevan más de un mes intentando volver a Chubut. Así son las cosas para la familia de Esquel varada en la capital de Tailandia junto a otros 500 argentinos que no pueden regresar al país.
Mientras esperan con ansiedad ser incluidos en el esquema de vuelos autorizados a aterrizar en Ezeiza, intentan mantener una rutina que haga llevaderos los días en el departamento que alquilan en Bangkok, donde es obligatorio el uso de barbijos pero no está restringida la circulación, hay que higienizarse con alcohol en gel y pasar los controles de temperatura en los supermercados, comercios y locales de comida, lo único abierto. Hay toque de queda de 22 a 4 horas.
Están en la ciudad desde el 21 de marzo, atrapados por los vuelos cancelados y reprogramados.
“Tailandia es un país con muchos más habitantes que la Argentina, pero hay muchos menos casos de coronavirus y de fallecimientos. Tuvieron su primer contagiado en enero”, afirma Juan Cruz Bogni. Con 70 millones de personas, el país asiático registra 2938 casos y 54 muertes. Y Bangkok, 1490 casos y 22 muertes.
Juan (48) es psicólogo y atiende a sus pacientes de Esquel en tratamiento por video llamada. Catalina Orazi (42) es contadora y con las nuevas resoluciones recibe cataratas de correos electrónicos y mensajes con consultas por los cambios en la Argentina a partir de las 6 PM de Asia, cuando en la Patagonia sus clientes chubutenses arrancan el día a las 8 AM. Jerónimo (16) y Sofía (14) asisten a clase on line.
“Tratamos de mantenernos lo más sanos y ocupados posible”, dice Juan.
Su padre, Eduardo (75) es cocinero y se ocupa de las comidas. Y la madre -María Elena Despouy (70)- siempre esta ahí para dar una mano en todo. “Ellos nos invitaron, organizaron todo y venían pagando el viaje en cuotas desde el 2019. Antes estuvimos en Japón y Vietnam”, relata Juan.
La odisea
Llegaron el 26 de febrero a Asia y tenían previsto volver el 25 de marzo desde Bangkok por American Airlines, que les comunicó que su vuelo sería reprogramado para el 26 de marzo por Qatar Airlines, que cinco días antes avisó que estaba cancelado por decisión de la Administración Nacional de Aviación Civil (ANAC).
Por recomendación de la embajada argentina, compraron pasajes en otro vuelo de Ethiopian Airlines.
“El 30 de marzo, ya habíamos hecho el check in y estábamos en la fila para despachar el equipaje cuando los empleados de la aerolínea comunicaron que solo podían abordar los ciudadanos brasileños y los chilenos, que estaban con su embajador. Nos dijeron que como nuestro país había cerrado las fronteras y Brasil solo permitía estar en tránsito, no podíamos volar. Vimos irse el vuelo en el aeropuerto delante de nuestras narices”, describe Juan.
Incertidumbre
Para la familia de Esquel, lo que hace más difícil todo es no tener un dato certero de cuándo podrían regresar, para de esa manera planificar, ver dónde se quedan, si les alcanza o no la plata, cómo conseguir la medicación que necesitan los padres de Juan para sus enfermedades crónicas. No cuentan con asistencia en alojamiento, alimentos o remedios.
“Lo que único que queremos es que autoricen el vuelo 506 de Ethiopian Airlines previsto para el sábado 2 de mayo, con pasajes pagados por los que estamos varados. Hay que aclarar que los tickets aéreos los costeamos de nuestra maltrecha economía”, dice. Muchos de los que están varados tienen entre dos y tres tickets de avión que compraron por recomendación oficial a medida que se cancelaban los vuelos.
El hecho de que a Buenos Aires llegaran aviones vacíos y se llevaran a pasajeros europeos de regreso solo pueden tener una razón para los varados:
la presunción de las autoridades de que ellos llevarían el virus al país si les permitían volver. “Pero si , por ejemplo, analizamos el caso de Tailandia, veremos que la situación comparativa indica que es mucho peor en la Argentina que acá”, señala Juan.
La rutina en Bangkok
Mientras esperan que la situación se resuelva, se mantienen activos: a las ocupaciones de cada uno, sumaron rutinas compartidas de gimnasia y también ven series en Netflix. Terminaron Élite, La casa de papel y están viendo Outlander, The last kindong y El Chapo.
Además, miran videos de esquí alpino: Jeremías y Sofía corren y ella está primera en el ranking femenino nacional U16. “Y yo soy psicólogo especialista en deportes, intentamos sumar desde ahí”, cuenta Juan para describir el día a día en un departamento en Bangkok en el que todos saben que más temprano que tarde uno de los seis preguntará si hay novedades de los vuelos.
Las esperanzas puestas en dos vuelos
Para los 500 argentinos varados en Tailandia, por estos días hay dos vuelos que generan expectativas.
Uno es el 609 de Ethiopian Airlines que partirá el sábado 2 de mayo desde Bangkok a Addis Ababa para continuar desde allí como el 506 rumbo a Buenos Aires con escala en San Pablo. “No queremos que el estado argentino pague nada, los pasajes los compramos nosotros, solo queremos que lo autoricen a aterrizar en Ezeiza”, señala Juan.
El otro, en verdad, es un rumor que dice que podría haber una vuelo de repatriación y difícil no aferrarse a esa esperanza. “La situación es crítica y hay muchos que se están quedando sin fondos”, afirma Juan.
Pasaron la noche en un calabozo en Bangkok
Dos días atrás, tres jóvenes argentinos que veían una película en la sala de video de un hostel junto a un alemán y dos empleadas fueron detenidos por la policía de Bangkok, que consideró que era una reunión que transgredía el toque de queda dispuesto entre las 22 y las 4 horas.
De acuerdo con lo informado por La Nación, la recepcionista al ver las luces del patrullero (seguía a una mujer sospechosa de intentar un robo) pidió a todos que regresaran a sus habitaciones, pero esas seis personas permanecieron en la sala. Al alumbrar el callejón y verlas detrás del ventanal, entraron.
Según el testimonio al diario de un amigo de los argentinos “los metieron en una celda con otros presos, que estaba toda orinada. Los presos hacían sus necesidades en un agujero que estaba totalmente rebalsado. Ahí estuvieron desde las 2 hasta las 16. Nosotros pudimos contactarnos con la embajada, pero nos dijeron que hasta el día siguiente no iban a poder hacer nada”.
El dueño del hostel llevó comida a sus empleadas y a los argentinos varados, aunque los otros presos se la quitaron. Además, debió pagar una multa mayor a US$1500 para que fueran liberados. También tuvo que oficiar de traductor entre los argentinos y los tailandeses, informó el mismo medio.