El Premundial de Básquetbol transcurre en Caracas con expectativas crecientes. La organización enfrenta la gran responsabilidad de superar con éxito el desafío de estar a la altura, en un país que muestra dos caras.
Pasar unos días en Caracas es suficiente para tener una muestra clara de la división que existe en la sociedad venezolana. Ante la omnipresencia de la figura de Hugo Chávez y el bombardeo mediático de la propaganda de su gestión, la vida transcurre con la evocación permanente al Comandante “Supremo” o “Eterno”, como lo llaman sus seguidores.
La devoción por el presidente fallecido es ciega para la gente que durante todos estos años acuñó frases como “lo que Chávez diga“. Una ciudadanía que siempre vivió bajo el ala del Estado gracias a un puesto en áreas de gobierno, a la asignación de una vivienda social o a la asistencia económica destinada a sectores de bajos recursos. Para los adoradores de Chávez, Venezuela es un país prácticamente perfecto que crece entre las grandes naciones del mundo.
Del otro lado está la gente común, que sufre por el desabastecimiento, la inflación y la violencia en las calles, con un alto índice de delincuencia. La falta de productos básicos como harina o mantequilla hace que los ciudadanos tengan que armar largas colas para conseguirlos, en lo que sería un mercado paralelo callejero donde los denominados “búhos negros” venden a un precio más alto lo que no se puede adquirir en las góndolas. Aparentemente ya solucionado el comentado tema de la falta de papel higiénico, la gente ha decidido acopiarlo, por las dudas.
Para los venezolanos, todo se va para arriba, con un dólar paralelo que trepó a los 39 bolívares mientras que el valor del oficial se quedó en 6,30. Para un extranjero que llega con dólar billete, un almuerzo puede costar unos 100 bolívares, es decir, menos de 3 dólares (si consigue cambiar a 36 o 37 bolívares). Pero el costo real de esos 100 bolívares, para los locales, sería el equivalente a unos 15 dólares.
En el marco del Premundial de Básquet, las personas vinculadas con la organización se esfuerzan en repetir que “el deporte une“. Y si bien hay que destacar que los caraqueños son muy amables y cordiales con los visitantes, la cosa puede cambiar entre ellos a la hora de definir de qué lado está cada uno.
El apagón que hizo tambalear el torneo
El martes pasado, Caracas y varios Estados venezolanos se quedaron sin suministro eléctrico por un corte generalizado. No solo la ciudad entró en caos; también se vio afectado el desarrollo del torneo, con un partido reprogramado y otro que quedó inconcluso, dejando un saldo que podría haber sido más perjudicial.
Estaban jugando República Dominicana y Paraguay en el cierre de la fase inicial. A cuatro minutos del final, no se pudo proseguir por el corte de luz. De común acuerdo, el encuentro no se reanudó ya que los dominicanos habían establecido una amplia ventaja sobre el elenco paraguayo, ya eliminado. A continuación, no pudieron comenzar Canadá y Uruguay, encuentro que fue agregado en último turno al fixture del día. Los periodistas que estaban presentes en el imponente Estadio Poliedro se quedaron sin recursos para comunicarse y, por varias horas, dependieron de la duración de las baterías de sus computadores.
La organización no logró poner en marcha un plan de emergencia con recursos propios. La actividad se pudo reiniciar recién cuando volvió la luz; afortunadamente, el mismo martes. Pero la energía se restableció a media máquina, con áreas en penumbras, baños inhabilitados, máquinas de café paralizadas y fundamentalmente sin aire acondicionado en un reducto donde el calor externo se siente, y mucho. No obstante, algunas personas vinculadas con la organización se sintieron afortunadas de poder darle continuidad al torneo en esas condiciones, porque, según recordaron varios, en alguna ocasión Venezuela llegó a estar sin luz hasta por 36 horas.
Mientras tanto, en la ciudad se generó una congestión permanente en el tránsito, con semáforos cortados, lluvias intermitentes y un colapso generalizado por el desborde que provocó la suspensión del servicio del populoso Metro de Caracas, que debió ser evacuado por la falla eléctrica.
Al otro día llegaron las explicaciones del apagón. Las autoridades argumentaron que los venezolanos fueron “víctimas de un sabotaje de la derecha, que pretende desestabilizar al gobierno para dar un golpe“. Así quedó dicho en las declaraciones del presidente Nicolás Maduro.
En medio del descontrol, la gente común tenía que ir a trabajar, continuar con su ritmo habitual, trasladarse de un lado a otro en una ciudad frenética y rogar por no quedar estancada en las calles y las autopistas sobrecargadas. Lejos de la teoría de las conspiraciones internacionales, gran parte del pueblo venezolano resiste y se acostumbra a un gobierno que no le da respuestas a las necesidades cotidianas.