El general Ernesto Arturo Alais se arrastraba hacia un destino al que nunca habría de llegar aquella tarde de Sábado Santo, en la que un puñado de “carapintadas” habían puesto en jaque al gobierno democrático de Raúl Alfonsín.
Por Alberto Arébalos
Mientras, en la redacción de la agencia española EFE en Buenos Aires, un puñado aún más chico de periodistas sin dormir seguían paso a paso los sucesos que conmovían a la joven gestión republicana y que habían hecho que el mundo volviera a posar sus ojos sobre la Argentina.
Yo era uno de esos periodistas mal dormidos, por entonces de 26 años, dando mis primeros pasos en una redacción cuando llegó un oficial del Ejército, vestido de civil, preguntando si alguno se animaba a ir a Campo de Mayo con él a hablar con los amotinados.
Por aquellos días la prensa había decidido “no dar voz” a los “carapintadas” y ningún periodista había ido a la principal guarnición militar, en afueras de Buenos Aires. Como periodista siempre pensé que si hubiese podido entrevistar a Stalin, Mao o Hitler lo hubiera hecho, sin que eso significara estar de acuerdo con ninguno de los tres, y en ese caso no hice la excepción y sea porque era el más joven o vaya a saber por qué razón, me subí al auto (creo que era un Ford Falcon) con el oficial rumbo a Campo de Mayo.
Me acuerdo llegar al filo del mediodía a la Escuela de Infantería, donde se habían acuartelado el mayor Ernesto Barreiro, el teniente coronel Aldo Rico y otros oficiales que reclamaban el fin de los juicios por las violaciones de los derechos humanos perpetradas por las Fuerzas Armadas entre 1976 y 1983, y ver solo un civil paseando en bicicleta. Ni uno de los tanques del general Alais a la vista, lo que me dio la primera pauta de que parte de lo que decía el gobierno no era del todo verdad y que, de alguna forma u otra, la cadena de mandos no era todo lo sólida que el presidente Alfonsín nos quería hacer creer. Después vendrían el conocido “Felices Pascuas” y “la casa esta en orden”.
Almorcé con un grupo de “carapintadas” en el casino de oficiales. Con típico humor militar uno me dijo que ahí se comía “a la carta”, es decir, que el que sacaba la carta más alta comía. Obviamente dejé pasar el chiste y empecé a preguntarles por qué querían dar un golpe, lo que negaron enfáticamente.
Escribí una larga crónica que publicó solo La Capital de Mar del Plata, aunque la noticia de EFE, obviamente llegó, a todas las redacciones del país.
Un poco más de dos meses después, Horacio Verbitsky, en una nota que escribió para El Periodista de Buenos Aires, que dirigía Carlos Gabetta, acusó a EFE de “enviar sus periodistas a almorzar con los carapintadas” y ponía a la agencia (que respondía al gobierno socialista de Felipe González, aliado de Alfonsín) en una actitud golpista.
Fue una afirmación falaz de Verbitsky, que siempre fiel a la máxima “no dejes que la realidad te arruine una buena historia” jamás se preocupó en llamar a la agencia y averiguar qué había pasado.
El por aquel entonces director del agencia, Jesús Fonseca Escartín, un español de centroderecha -al que iba dirigido en realidad el ataque de Verbitsky-, que sin embargo se había pasado cuatro años en Colombia cultivando relaciones con el grupo guerrillero Movimiento 19 de Abril (M-19), y que cuando ocurrieron los hechos de Semana Santa estaba precisamente en Bogotá, replicó con una solicitada en el diario La Nación declarando que la agencia EFE respaldaba sin ambigüedades la democracia argentina y que jamás “enviaría sus periodistas a comer con golpistas”,
Verbitsky decidió al número siguiente dedicar una nota entera a Jesús Fonseca y a mí, tratándonos de golpistas. Cabe señalar que un par de años antes había tenido el honor de ser considerado uno de una lista de mil periodistas “subversivos” por la revista ultraderechista Cabildo, y que, junto al hoy vicepresidente de Telam, Ricardo Carpena, habíamos sido directores del periódico de la Junta Coordinadora de la UCR hasta 1985.
El brulote de Verbitsky logró el efecto por él buscado, Fonseca fue llamado a Madrid y destituido.
A mí, que ya era jefe de Redacción de EFE, me dijeron el 30 de octubre de 1987 que me seguirían pagando el sueldo pero que no ejercería el cargo. A lo que les respondí que gracias pero que ya tenía trabajo en Reuters, donde entré el 2 de noviembre y donde realicé el resto de mi carrera como periodista hasta culminar como editor para América Latina.
En el fondo siempre le agradecí al “Perro” Verbitsky su falta de escrúpulos, su uso indiscriminado del periodismo para dañar reputaciones, por su impudor para mentir, porque todo eso sirvió para que me fuera de EFE e hiciera carrera en Reuters, donde me recibieron con los brazos abiertos.
Puede parecer raro, pero ahora públicamente, digo: gracias, Horacio.