La violencia escolar, conocida como bullying, sigue a los jóvenes durante sus vacaciones y sobre todo desde que se estila viajar con amigos en grupos sin supervisión adulta a los distintos destinos. El análisis de los especialistas.
La tendencia de que los jóvenes viajen sólo con amigos en sus vacaciones con destinos como Villa Gesell, Carlos Paz, Gualeguaychú, Mar del Plata o Brasil, se viene acentuando. Tal como sucede en las escuelas, los espacios de encuentro de jóvenes en los lugares turísticos son también momentos de tensión y expresiones de violencia.
Los datos del Observatorio de Violencia Escolar de la Universidad Católica Argentina (UCA) indican que uno de cada tres estudiantes le tiene miedo a un compañero, y cerca del 40 por ciento del alumnado sufre en silencio agresiones de manera habitual. El bullying se muestra de manera frecuente en los medios de comunicación y por ello las autoridades ministeriales y escolares junto con educadores y especialistas insisten en que “la escuela es una caja de resonancia de los problemas de la sociedad”. En ese sentido, el receso de verano parece acompañar esa afirmación, ya que cuando no hay clases las agresiones pasan a otros ámbitos en que los jóvenes se encuentran, pero esta vez, sin posibilidades de que algún adulto intervenga.
Los especialistas tienen su idea sobre este fenómeno. La psicóloga María Catalina Gorosito indicó que “en realidad creo que cada vez es mayor la precocidad con la que se manifiestan estas situaciones. Eso es llamativo, porque creo que esta situación de violencia, que está muy hablada por los profesionales, todavía deja cosas no dichas por los jóvenes, que son los protagonistas. Creo que, en el fondo, es un reclamo a manera de decir: «Acá estamos». Es un reclamo a los sinsentidos que, lamentablemente, la sociedad adulta les está mostrando y que tienen que ver con la falta de proyección. La familia tampoco ofrece espacios de contención en esta situación social, económica y política”. Luego agregó: “Entonces cuando los jóvenes se encuentran, lamentablemente, los códigos que tienen implica suplir la palabra por una lógica liberada de la pulsión. Es como si quisieran diluir los controles internos, las normas que les dicta el superyo. En ese marco, el alcohol y la droga parece hacerlos sentir más libres para reclamar eso que ni ellos mismos saben qué es. Hay un pedido muy fuerte mostrando lo que les está pasando. No agreden hacia el mundo exterior sino que se agreden entre ellos. Al pasar tantas horas en hábitos donde sólo permanecen horas y horas sin otro motivo que no sea consumir alcohol y drogas, los grupos ya no pueden comunicarse con la palabra sino la expresión de pulsiones que tienen que ver con el desahogo a través de la promiscuidad en el sexo”.
Alejandro Castro Santander, del Observatorio de Violencia Escolar, hizo referencia a los modelos que las niñas, niños y adolescentes encuentran en el mundo adulto: “Sería correcto preguntarnos acerca del ejemplo que estamos dando a los chicos desde la familia, la escuela, las iglesias, los medios de comunicación y los responsables de las políticas sociales y escolares. Es lícito que nos preguntemos esto, porque la violencia es una conducta aprendida, y ya es hora de que en vez de mirar sólo al alumno, veamos los distintos contextos desde los que les estamos enseñando la violencia”, dijo, y continuó: “Familias, por ejemplo, en las que no se prioriza el diálogo para resolver dificultades, enseñan a los más pequeños estilos de violencia física o psicológica, que se utilizan luego en la convivencia con otros, sean compañeros o docentes. En otros hogares, deberíamos preguntar ¿quién manda?, porque si la respuesta es «el hijo», en el aula quiere hacerlo «el alumno»”.
Sobre este tema, el especialista se refirió a que muchas veces se suele utilizar la diferencia entre las personas como la excusa para expresar violencia. “Sabemos que la violencia que se da entre los jóvenes tiene generalmente un proceso: se reconoce al compañero como más débil, o se utiliza una «diferencia» para actuar. Pero, tratamos de diferenciar a aquellos que agreden dentro de determinadas dinámicas grupales, argumentando, por ejemplo, tanto la víctima como el agresor, que están «jugando», de aquellos que utilizan distintas estrategias para dañar, porque lo quieren ver humillado, dominado o excluido al otro”, detalló y luego subrayó: “Me atrevería a decir, que lo que existe es poca tolerancia a la diferencia, entonces puede ser el peso, la nariz, las orejas, los anteojos, la orientación sexual, etc. Cualquier diferencia se convierte en un argumento para dañar”.
Sin dudas, el hecho de que los adolescentes pasen períodos relativamente largos sin supervisión de un adulto presenta un desafío. Mientras unos pueden utilizarlos para poner en práctica valores y aprendizajes, otros pueden optar por llevar un poco más allá los límites. El viaje en soledad de los jóvenes presenta oportunidades y la psicóloga social Nancy Francalanza indicó cuáles son las pautas que las familias deben tener en cuenta para evaluar si un adolescente está preparado para disfrutar de manera responsable de un viaje con amigos: “No existe una edad cronológica determinada para eso, depende de cada persona”, sostuvo. Luego abundó: “la responsabilidad que se tenga frente a su vida y a ciertos peligros se construye en el tiempo y con el sostén adulto que sirva como un buen referente. Como padres y como adultos tenemos que saber leer las señales que dan los adolescentes para saber si pueden o no enfrentar el desafío de viajar solos. En eso tiene mucho que ver la autoestima”.
El compromiso de los adultos en la formación de jóvenes responsables es la herramienta más eficaz para terminar con las situaciones de violencia que se viven en las calles, en las canchas, en los boliches y en cualquier lugar en el que la ciudadanía deba compartir un momento con otros que son diferentes. Igualmente importante es tratar de dialogar y escuchar los llamados detrás de esos problemas.
Gorosito destacó finalmente que “el descontrol es un llamado poderoso de atención. Esto es consecuencia de muchos factores, como la pérdida de valores y de proyecciones, pero además creo que el rol protagónico sigue siendo la familia. Es un pedido de auxilio porque están muy solos y sienten un vacío total”.