Virus van, virus vienen

A caballo de la fenomenal polución en el ambiente, algunos virus “tradicionales”, casi amigos, se han vuelto desfachatados y groseros intrusos que pretenden arrasar con nuestra humanidad. Como exigiendo un respeto perdido, la gripe hace oír su voz y más de uno tiembla.

Poco amable, por cierto. Particularmente molesta y últimamente muy agresiva. Aunque, si se respeta la historia, veremos que no será la primera vez. Como si quisiera recordarnos su presencia, cada tanto se lleva a la tumba a unos cuantos y después se torna inofensiva por décadas, dejándonos tomar confianza para arremeter de nuevo como sarraceno engañado. Y lo que es peor, son contadas las personas que desarrollan inmunidad, incluyendo a los vacunados. Mientras que la protección es contra las cepas que “se supone” que serán activas. Pero son más las inesperadas, y éstas no vienen en son de paz.

Gripes eran las de antes. La “española” mató 20 millones de personas.

La vieja Gripe

La peor pandemia fue la de 1918, que mató 20 millones de personas; algunas, a las pocas horas del primer síntoma. Se la conoció como “gripe española”, aunque en realidad había nacido en el Estado de Kansas, EEUU, pero no quisieron cargar con la historia y la bautizaron según el país donde hubo más víctimas.

Unas décadas después le siguieron la “asiática” (1957), la “hongkonesa” (1968) y la “rusa” (1977), habiendo quienes dicen que la cuna de estas últimas tres hay que rastrearla en China. Pero, historia aparte, los expertos no descartan otra crisis. Temor que se potenció con 18 casos de una variante letal que causó seis muertes (33%) en Hong Kong hace apenas dos años. Los transmisores fueron pollos y gansos a los que se sacrificó en masa. De no haberse detectado a tiempo, hubiera sido una tragedia mundial porque se tarda seis meses desarrollar una vacuna contra las muchas variedades de gripe; demasiado para la rapidez de la enfermedad.

Por lo demás, la muchacha es resistente y versátil. Mejorando al camaleón, cambia sus colores y formatos gran esmero. Tanto, que en la historia de los nuevos fármacos sólo una fantástica combinación de suerte y lógica hizo posible, en estos años recientes, identificar una parte específica de la estructura del virus que parece ser el talón de Aquiles para muchas variedades, debilidad que se podría explotar; si nos da tiempo. Porque la muy canalla cambia y cambia, aunque los síntomas sigan siendo los mismos desde el siglo V antes de Cristo (bien documentados).

Es más, recién en 1933 (2.400 años después de Pericles) se aisló la primera cepa que identificó los tipos A y B; la primera, con quince subtipos, y la segunda con nueve. Pero todos ellos intercambiables y mutantes. La B es más selectiva, sólo afecta a los humanos. La A es, a todas luces, insolente: devora cerdos, caballos, focas, ballenas y aves y es la responsable de todas las pandemias del mundo.

Una vez en el organismo, el virus queda en una especie de burbuja desde donde libera agentes agresores que se replican a sí mismos, y mucho ha costado descubrir cómo bloquear el proceso. Claro, si fuera más amable y no mutara como el sarampión o las paperas, los anticuerpos producidos en una infección generarían esa inmunidad que hace muy difícil que se repita el mal. Pero no es el caso de la gripe, para la que los anticuerpos de hoy no sirven el año que viene, y basta una mínima modificación para desarticular todo el arsenal defensivo.

Nadie sabe qué clase de desplazamiento desencadenó la pandemia de gripe española que produjo la impresionante mortandad de 1918; de hecho, mató más gente que la Primera Guerra Mundial, algunos de la mañana a la noche. Casi lo mismo ocurrió con la de Hong Kong, en la que se especula sobre la aparición de genes infrecuentes aportados por aves acuáticas. Y con la rusa, donde las miras de la KGB se concentraron en los cerdos que, como ellos decían, son ”capitalistas”.

 

Las nuevas cepas

El problema es que, ahora, el nuevo germen de Hong Kong no responde a nada de lo conocido y escapó enseguida a todo control. Se apuntó a los gansos migratorios, móvil inocente de lo que pudo ser una catástrofe mayor. Pero en realidad el virus, así como vino se fue. Llegó como y cuando quiso, se fue sin avisar, se llevó puestos a unos cuantos y dejó a muchos más preocupados.

Para el observador ocasional (usted, nosotros) reducir a pocos días la duración de la gripe puede parecer un triunfo. Y así lo “venden” los laboratorios: “corte su malestar al instante”. Pero lo que se debe buscar, y se está buscando, es reducir la actividad residual en el sistema inmunitario (que va preparando el virus para su próxima mutación), cosa que hasta el momento los fármacos no resuelven. Por eso la importancia de prevenir, de anticipar, de ofrecer pocos flancos aunque uno nunca sabe cuál puede ser uno de ellos, para dejar ingresar al organismo la menor cantidad posible de virus y atacarlo antes que replique. Es más, se está comenzando a utilizar en Japón una tira de papel (como en los embarazos) que detecta el virus en la saliva durante las mañanas.

Claro, en lo que entienden como una lucha por la supervivencia, ellos mismos siguen desarrollando variantes para eludir la diana del fármaco, para hacerse irreconocibles y escapar a sus efectos. Así es que, entre una pandemia y otra, menudean epidemias localizadas que pueden ser importantes. Allá por 1994, el Centro de Control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos estimó que por lo menos noventa millones de norteamericanos (35% del total de la población) contrajeron alguna variedad de gripe. Sumados uno a uno, hicieron el equivalente a 170 millones de días en cama, lo que hubiera significado 69,3 millones de días de trabajo (obsesionados como están por transformarlo todo a números y dólares perdidos). Un dato menor pero más escalofriante: 20.000  murieron.

Cuidado con esto: si bien es cierto que cuando la gripe mata se ensaña con quienes tienen el sistema inmunitario más sensible (ancianos y enfermos), no deja de segar vidas jóvenes con la misma rapidez y contundencia. De hecho, todas las muertes de Hong Kong en 1999 se produjeron en individuos que no superaban los 30 años.

¿Qué hace a una cepa más letal que otra? Su capacidad para infectar tejidos diferentes a los habituales; como por ejemplo, el sistema respiratorio en humanos y el gastrointestinal en animales de granja, por citar sólo el caso más común. Cualquier mínimo cambio estructural es suficiente para esto. Un nuevo cambio provoca la situación inversa, y un tercero lleva a hundirse en la imaginación y el desconsuelo.

No se trata de abrumarlo más de lo que seguramente usted ya está. Pero no se asuste tanto con el talco de la bañera, la tiza rallada o la cucharada de harina que le tiraron en la puerta. Las posibilidades de que algún talibán o un skinhead le envíen un sobre con Antrax, es una en un millón. Ahora, que se va a agarrar una “gripecita” en cualquier momento, delo por hecho. Sugerencia: respétela.