La mitad son hembras. Se trata de un caso de éxito en la protección de especies vulnerables.
El oso pardo del Cantábrico ya no está en peligro. Mejor dicho: no está en tanto peligro de extinción como llegó a estarlo hace unas décadas, cuando su población en la Península Ibérica había quedado reducida a la mínima expresión y se temió que la especie más mítica y con mayores resonancias históricas de nuestro país pudiera llegar a desaparecer. Un equipo de expertos de la Estación Biológica de Doñana, perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ha publicado un interesante trabajo que permite dar explicación al sorprendente cambio de distribución de este animal en la cornisa cantábrica desde los años 80 del siglo XX hasta hoy.
A finales del siglo pasado, la especie estaba prácticamente condenada a la desaparición. De hecho, en los peores momentos de su evolución llegaron a contabilizarse en España menos de 80 ejemplares. Hoy, en la Cordillera Cantábrica, se tiene un censo fehaciente de 370 individuos, de los cuales 160 son hembras. Con esos datos, la especie ha pasado de estar considerada en peligro crítico de extinción a ser catalogada solo como población «en peligro». No es suficiente para considerarla definitivamente salvada pero sí como para incluirla entre los casos de éxito en cuanto a protección de animales vulnerables.
¿Cómo puede explicarse este fenómeno? Lo primero que llama la atención es que el territorio ocupado por estos animales, que menguaba de manera imparable hace cuatro décadas, lleva años expandiéndose. En la actualidad, pueden verse ejemplares en un área de cerca de 17.000 kilómetros cuadrados. En concreto, en los dos periodos estudiados (de 1982 a 1992 y de 1993 a 2002), se constatan continuas reducciones del hábitat de la especie. Sin embargo, esta tendencia cambia claramente desde 2003 hasta hoy.
Hábitat menos humanizado
Los autores creen que este cambio ha sido favorecido por los esfuerzos de conservación de hábitat que se iniciaron en los años 90. Las administraciones de Cantabria, Castilla y León, Asturias y Galicia pusieron en práctica políticas de recuperación y conservación del espacio natural que, aunque no de manera inmediata, dieron sus frutos.
De hecho, el estudio demuestra que los mayores crecimientos de población del animal se dan en áreas de hábitat menos humanizadas. La investigación, publicada en la revista científica «Conservation Science and Practice», parte de la base de que existe mucha evidencia de que la población de grandes carnívoros, no solo del oso, es muy sensible a los cambios de gestión del paisaje.
Pequeñas mejoras o deterioros del entorno natural afectan claramente al equilibrio de las familias establecidas. Pero no siempre lo hacen de manera inmediata. Según los autores del trabajo, «monitorizar los sutiles cambios en el estatus de especies amenazadas es clave para su conservación, sobre todo cuando estos son incluso más dinámicos que las propias políticas de protección». En palabras de Manuel Díaz Martínez, autor principal del trabajo e investigador de la Estación Biológica de Doñana, «el área delimitada en los planes de recuperación de la especie solo cubre el 50% del área de distribución actual».
Este dato es de especial relevancia. La evidencia científica pasada demuestra que la conservación de los grandes carnívoros depende, no solo de la calidad del hábitat, sino de la situación administrativa en la que se encuentren.
Resistencia social
Al tratarse de especies con un equilibrio muy precario, no puede esperarse de ellas una recuperación espontánea si no se mantienen fuertes figuras de protección. La definición legal de áreas de conservación suele requerir a menudo de largos procesos burocráticos y administrativos e incluso, en algunas zonas, contar con cierta resistencia social. Si el área de expansión de una especie crece (tal como ha hecho la del oso cantábrico) es fundamental que también se expanda la protección real de las nuevas zonas que ha ido poblando.
El actual trabajo puede ser una pieza clave para profundizar en esa protección, manteniendo el necesario equilibrio entre la defensa de la especie y la legítima actividad humana.
El estudio se ha basado en la recopilación de datos obtenidos por los profesionales de la vigilancia y cuidado forestal, organizaciones de defensa de la naturaleza, biólogos investigadores y testimonios de habitantes de las zonas afectadas.
Se han analizado desde testimonios visuales a huellas, pasando por restos de pelo, heces o muestras del paso de animales entre la vegetación. Utilizando potentes herramientas informáticas, se ha podido determinar la evolución de la población en las últimas décadas. Uno de los sorprendentes datos obtenidos es que, mientras el área de presencia del animal ha aumentado desde los años 90, la zona de presencia de osas con crías se ha mantenido estable. Díaz Fernández ha declarado que «esta información abre nuevas vías de investigación y, desde el punto de vista de la conservación, nos hace ser prudentes sobre el futuro de la población, que debe seguir estando considerada en peligro de extinción».
Para entender mejor si el estudio arroja conclusiones realmente esperanzadoras habría que evaluar otras variables. Por ejemplo, sería interesante cuál es la supervivencia de los individuos que colonizan áreas fuera de las delimitadas por los planes de protección. La expansión de la especie más allá de las fronteras de los espacios protegidos puede ser una señal de fortaleza, sólo si en esos nuevos territorios su presencia se estabiliza y es duradera.
En terreno favorable
El oso pardo es el mamífero terrestre más grande de Europa y una especie de resonancias míticas en la península. Una de sus facultades más reconocidas es su capacidad de hibernación facultativa, es decir, no hiberna siempre, sino que «decide» cuándo disminuir su metabolismo en función la disponibilidad de recursos y de condiciones de habitabilidad y meteorología determinadas.
Precisamente por ello, la disponibilidad de un terreno que favorezca su actividad y que esté bien dotado de las condiciones de confort para desarrollarla es vital a la hora de evaluar las posibilidades de supervivencia de la especie. Además, se trata de un animal omnívoro cuya alimentación está sujeta al terreno que pisa. Su dieta está, en un 85%, basada en materia vegetal (bellotas, castañas, hayucos, avellanas, bayas, tubérculos, brotes de gramíneas), y la completa con carroña, insectos, miel, setas, aves, huevos y ungulados.
La relación entre terreno y alimentación se ha debatido mucho recientemente a la hora de evaluar la situación de vulnerabilidad de los grandes mamíferos europeos. Sobre todo, cuando se reflexiona sobre el impacto del cambio climático. Los datos de este trabajo podrían ayudar a entender cómo la distribución geográfica del oso pardo está sujeta a variaciones de disponibilidad de alimentos periódicas, y cómo la ocupación de espacios nuevos puede mitigar crisis de capacidad reproductiva. Se trata, en cualquier caso, de una herramienta importante a la hora de diseñar futuras políticas de protección, tanto de esta como de otras especies.