Withcer, el último sobreviviente

Fue parte de la emblemática Lista de Schindler y distinguido como Personalidad Destacada de los Derechos Humanos. Relata el horror del Holocausto en primera persona.

Francisco Witcher–¿Sabe qué pasó con su hermana y con los demás?

–Salimos hacia un bosque y poco después mi hermana se quedó con una familia polaca y nunca más supe de ella. Caminábamos toda la noche y nos tapábamos con las hojas de los árboles. Conocí varios asentamientos pero no me quedé quieto porque me parecían emboscadas. Hasta que me enteré de un campo que servía como fábrica de aviones. Allí había obreros judíos que eran forzados a trabajar y por la noche los conducían a dormir a otro lado. Me colé hacia adentro un día en el que no se trabajaba porque justo habían cambiado el comandante y me descubrieron.

–¿De qué manera lo recibieron?

–Me quedé varias horas en una pieza hasta que me sacaron y me presentaron ante el comandante judío. Me llevaron a un sótano y me prometieron comida pero fui encerrado con llave y dormí con lo puesto sobre el cemento. Pasé varios días en ese lugar y fue llegando más gente hasta que fuimos diez. Pasamos un mes sin bañarnos, los demás hablaban de sus familias y de la comida, y yo les pedía que se callaran, que debíamos olvidar para seguir adelante. Una tarde, casi de noche, vino un policía con la orden de que saliéramos y se me ocurrió desobedecer. Hoy mismo no sé si tendrá que ver el destino o un sexto sentido. Los demás salieron contentos y me quedé en la penumbra, pasaron tres días y volvió a entrar el mismo policía, que se asustó al verme. Cuando el comandante ordenó que me bañaran y afeitaran tuve el presentimiento de que iba a sobrevivir, más cuando me enteré de que aquella noche y a causa de un preso que había escapado, fusilaron a todos mis compañeros de sótano.

–¿Cómo llegó a la fábrica de los Schindler?

–Una noche nos hicieron formar a los 2.600. Ordenaron que quienes tuvieran oficio debían formar a la derecha y yo me puse a la izquierda. A los 600 que quedamos nos evacuaron en un tren a Cracovia y de ahí a un campo de Plasciov donde por primera vez escuché hablar del empresario Oskar Schindler, que estaba haciendo una lista de mil hombres y doscientas mujeres para una nueva fábrica en los Sudetes.

–¿Qué fabricaban?

–Las bases de acero que servirían para rellenar de pólvora para armar minas antitanques.

–¿Cuál era su función?

–Ninguna. La fábrica podía funcionar con 500 y éramos 1.300; sobraban obreros.

Llegaron dos meses después desde Auschwitz y nunca trabajaron. Y continuó diciendo; Teníamos calefacción, usina a carbón, nadie pasaba frío y nos bañábamos y hasta había una balanza donde nos pesábamos y llevaban un registro. Era un oasis en la luna, no faltaba nada y no pasábamos hambre. Cada empresario debía alimentar a su gente y debía pagar al Estado alemán por cada obrero calificado y entonces, Schindler habrá tenido que pagar todo lo que tenía para alimentarnos. El campo y la fábrica funcionaban en el mismo lugar y cada domingo nos daban algo extra para comer.
El 8 de mayo de 1945, los prisioneros vieron llegar a electricistas que montaron una instalación. Esa noche, Oskar y su esposa Emily llegarían con una novedad. Todos escucharon a Winston Churchill en la radio anunciando el fin de la guerra, la rendición alemana. Al día siguiente, los dueños de la fábrica abrieron un vagón desde donde extrajeron cortes de tela de tres metros para cada trabajador. Wichter obtuvo hilos de buena calidad, agujas y dedales, se quedó cuatro días más y junto con otros compañeros siguió su camino. Tomaron un tren rumbo a Cracovia y se alojaron en un edificio deshabitado. Había que procurar dinero, cada uno vendió lo suyo.

–¿La película fue fiel a los hechos?

–No es un documental, hay muchos cambios con respecto a la realidad pero tuvo su importancia.

La lista de Schindler, de Steven Spielberg, se estrenó en la Argentina en 1994 y se supo que la viuda del empresario vivía en una localidad rural cercana a Buenos Aires. Wichter se reencontró con ella, y el film disparó su necesidad de contar los hechos. “Desde que llegué con mi esposa en 1947, nunca más hablamos hasta que se presentó la película. Nos pusimos a construir una familia, a trabajar con constancia. Mi esposa, también sobreviviente, sabía de tejedurías y yo aprendí a ser sastre de ropa de cuero. Con paciencia llegamos hasta acá y somos cuatro generaciones”.

–¿Cómo llegaron al país?

–Tuvimos que cruzar las fronteras con visas de Paraguay. Los paraguayos se avivaron e hicieron negocio porque por cada pedido cobraban 100 dólares que en aquellos tiempos era mucho. Recién casados, con mi esposa fuimos de Roma a Génova en tren, presentamos los papeles en el consulado paraguayo donde nos hicieron preguntas formales y a la semana nos dieron las visas. Estuvimos en Río de Janeiro un mes y medio en un hotel pagado por una institución judía, que también abonó los pasajes en barco y el avión hasta la frontera brasileña de Uruguayana con Paso de los Libres. Pasamos una noche en un granero de una gente conocida y al otro día tomamos el tren a Buenos Aires donde teníamos una tía. Fue difícil viajar indocumentados pero Paraguay estaba convulsionado y no podíamos entrar. Hasta para cruzar el río Paraná tuvimos que ir corriéndonos de vagón.

–¿Por qué se decidió a contar su historia?

–Es muy fuerte la carga de lo visto, de lo vivido, de lo perdido en esos años, y tenemos que prevenir a las generaciones presentes. Que no permitan que hechos semejantes se repitan con ningún ser humano. Es el legado, la última voluntad de mi madre en vida. No voy a hablar de las cámaras de gas y de todo lo demás que vi, que es increíble. Hace poco en un acto conté mi historia y muchos lloraron y es que no tuvimos juventud porque nos vimos envueltos en aquello. Hablar fue aliviar la carga que cada uno lleva pero que debe transmitir. Ojalá nadie tenga que ver algo tan terrible.

–¿Volvió a ver a Emily Schindler?

–La vi por primera vez en la sede de la AMIA y después de un rato reconoció que yo sabía más sobre el funcionamiento de la fábrica. Después, la fui a visitar varias veces.

Francisco Wichter habla de las trampas del destino, de la intuición que lo ayudó muchas veces a cambiar de fila, a percibir el peligro. Asegura que jamás entró en pánico y un poco en chiste, que muchas veces ser bajito de estatura ayuda. Acompaña a los visitantes en el ascensor y los saluda apretando sus manos con fuerza.