Ayuno y sufrimiento

Después de que se conoció la interrupción de varios tratamientos oncológicos por falta de drogas, el Hospital Interzonal volvió a ser la peor de las noticias. No hay comida, ni sábanas, ni instrumental. Los funcionarios provinciales, sin embargo, dicen que todo va bien.

 

Hace pocos días, este medio publicó una investigación acerca del funcionamiento del Hospital Interzonal de Agudos Oscar Alende, donde se había concretado la peor de las pesadillas. Un familiar encontró muerta a su hermana, internada en la sala de Terapia Intensiva, sin que hubiera personal que escuchara los llamados de su monitor, ni leyera los signos de la alarma roja. Se trataba de una paciente psiquiátrica, que había pasado horas sola en ese sitio, tapada con una cortina, como fiel reflejo del estado de abandono de la salud pública, y peor aún, del tabú que representa la enfermedad mental, merecedora de aún menos recursos.

Desde ese lugar comenzaron a aparecer testimonios que reafirmaban el estado de deterioro que padece el nosocomio,  debido, entre otras cuestiones, a la falta de personal para atender a la cantidad de pacientes que se acercan a recibir atención, ya que es el único hospital de alta complejidad de toda la Zona Sanitaria VIII. Además, porque el abastecimiento de la provincia es sumamente insuficiente en cuanto a los insumos, reposición de instrumental y aparatología, alimentos, ropa de cama, y alimentos.

Una fuente dentro del mismo hospital brindó todo el material para conocer más de cerca los alcances de estos faltantes, y la repercusión directa que tienen en la pérdida de vidas humanas. Es evidente que es un servicio que trabaja con vidas humanas, y todo el déficit de la gestión en curso hace que lo que se pierde sean vidas, lo que se suman sean dolores, lo que se malversa sean enfermedades, no ya simplemente dinero ni bienes factibles de ser repuestos. Quienes allí se desempeñan sólo tienen una emoción: el hartazgo. Un hartazgo que conspira contra su voluntad de servicio, porque nadie puede curar en el siglo XXI con instrumentos pretéritos o destruidos, y sin los medicamentos más básicos. Cada vez que un profesional le indica a un paciente un tratamiento, la persona debe dirigirse a la farmacia, donde se le informará las posibilidades que hay de suministrárselo. Cuando la droga no se encuentra entre los insumos de la farmacia, ni hay un sustituto del genérico, el paciente vuelve a esperar al profesional para que le cambie el remedio. La operación se reitera por lo general más de una vez hasta que el médico opta por preguntar en la farmacia “qué es lo que hay”, y a partir de allí comienza a pensar cómo podría hacer para curar al enfermo con las existencias de la farmacia. Tal como un alquimista que mira los granos de mostaza y azafrán con los que tratará de hacer oro.

 

Completo

 

Según indica nuestra fuente altamente confiable, en los papeles figura que el Hospital Interzonal cuenta con 290 camas cuando en realidad solamente hay 220. ¿Dónde están las 70 restantes? ¿Serán acaso las 70 que harían falta para que el servicio diera abasto con todos los enfermos de las 16 localidades que derivan?

Se dice que las 70 faltantes estarían en el cuarto piso, que permanece cerrado por refacciones desde hace años. Sí, años. Según se dice será prontamente inaugurado, pero como sala vip, con cuartos de dos camas y televisores plasma, lo cual -indica nuestra fuente- “no estaría nada mal si el resto del hospital acompañara”. De todas maneras, se anuncia que tendrá un máximo de 30 camas, es decir siguen faltando otras 40.

Cuando la reinauguración suceda, se ha anunciado que se cerrará por refacciones el piso tercero. En el caso de volver a insumir varios años la refacción prevista, el hospital volvería a encontrarse en la situación deficitaria de camas.

El Servicio de Emergencias y Trauma, lo que comúnmente llamamos Guardia, tiene un total de 14 camas, que se cuentan dentro del total de 220. En estos sitios, por definición, no debe permanecer un paciente internado, sino que solamente se encuentran entre 6 y 12 horas para ser observados, y decidir si serán dados de alta o internados en el sector que corresponda. Lo cierto es que en la práctica, unos treinta pacientes diarios son internados en la Guardia, no sólo en las camas de observación -que son 14- sino en todas las camillas disponibles, simplemente porque no hay otra opción. Indica la fuente que, por lo general, los pacientes y sus familias perciben esta situación como una falta de atención, porque no conocen la situación que genera esta medida. Es habitual escuchar: “lo dejaron tirado en la guardia”.

Siguiendo el relato, a diario las familias se quejan ante la Dirección porque los pacientes permanecen allí. Como resultado, se los remite otra vez a la Guardia con la indicación de que “ellos lo arreglen”. Por eso, a medida que se desocupan las camas, se van ocupando en virtud del grado de escándalo que esas familias han ocasionado, y no exactamente por la verdadera gravedad de los pacientes en cuestión.

Pero ¿por qué hay demoras en la recuperación de los pacientes, que no son dados de alta en los tiempos esperables? Precisamente por la falta de insumos, lo cual constituye prácticamente un callejón sin salida. Por ejemplo, si una persona con una fractura requiere una prótesis, se inicia un expediente ante el Ministerio de Salud que insumirá dos meses de trámite. Sí, dos meses. Durante ese lapso, el paciente permanecerá internado, inmovilizado, a la espera de la pieza ortopédica que no podrá obtenerse de otra manera. Si existiera un banco de prótesis previsto, el paciente sería operado en 48 horas, y dado de alta en una semana. En la situación actual, permanece en el hospital cuatro meses.

 

Una celda

 

El hospital no puede brindar en este momento ningún grado de confort al enfermo. No es necesario aclarar que quien está internado en una camilla no tiene sábanas, ni mantas, ni almohada. Si requiere un respirador, se utilizará en la guardia misma, por falta de espacio de la Unidad de Cuidados Intensivos. Se informa que en tales casos, la medicación se suministra a través de una bomba, pero las bombas y los respiradores no alcanzan para todos los pacientes graves.

El laringoscopio es un aparato que muchos podrán desconocer y con el cual se intuba por un paro cardiorrespiratorio, por ejemplo, cuando es necesario ayudar al enfermo a respirar en la misma guardia. Pero sucede que los laringoscopios con que cuentan son muy viejos: “la luz es escasa y no tienen todas las ramas”. Entonces, cuando la necesidad urgente se presenta en la guardia, una persona debe salir corriendo al quirófano, donde está el único laringoscopio articulado, y traerlo para salvar la vida del paciente.

El laparoscopio se rompió y nunca fue reparado, por lo tanto ya no se realizan operaciones modernas: “volvimos a operar como en el siglo pasado”, dicen. De los dos tomógrafos, uno se incendió en abril y nunca se repuso. El videocolonoscopio también está roto.

En cuanto a la medicación, obviamente el problema es eterno. Nos indican que diariamente se realiza una lista de los requerimientos, pero ese listado pasa por la Dirección, que autoriza o no la entrega de tales drogas. Por ejemplo, no permite la entrega de ansiolíticos en la Guardia, como clonazepam o alprazolam (Rivotril, Tranquinal). Se supone que no les hacen falta, cuando ese personal especializado obviamente requiere sedar a ciertos pacientes, no solamente a aquellos que llegan con un infarto, sino además a crisis emocionales. O aun peor, para contener a ciertos familiares que se descompensan, cuando ellos deben darle las malas noticias que nadie quiere recibir. No tienen una pastilla para resolver mínimamente la coyuntura de la tragedia.

Parece un problema imposible de resolver, que se agrava si se toma se cuenta que no solamente les faltan cosas, sino gente que atienda a los enfermos. En la Guardia no dan abasto, aunque la cantidad de pacientes que llegan se ha multiplicado en los últimos años, sobre todo por la inseguridad que se registra en la vía pública. Hay muchas vacantes y hay médicos con vocación interesados en cubrirlas. Nadie podría hacer semejante tarea si no es por vocación, porque es realmente inhumana. Pero sucede que no se crean los cargos a cubrir, y esto obliga a hacer mil manejos con los recursos que existen para que sea posible brindar las atenciones mínimas. Se trata de médicos que realizan guardias de 24 horas, y algunos de 36. Deben comer allí, bañarse y descansar cuando es posible. Por esa razón, ellos son testigos de la comida que hay en el hospital, lo cual se nos indica es decisión directa del Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires. Alguien allí decidió que los enfermos no requieren tantas calorías porque no se mueven, entonces se instauró una dieta única, que es la misma comida para todo el mundo: médicos, niños de la guardería, enfermos diabéticos, con insuficiencia renal. Lo que sea. Ese plato es una pequeña porción que no tiene proteínas, salvo algunas veces carne picada. Relatan que el desayuno del enfermo es un vaso de plástico con té lavado y un pancito sin sal: “es lo primero que recibe un enfermo por la mañana, cuando no ha comido desde las 20 horas del día anterior”.

Encima de todo, a los enfermeros y médicos los insultan, los agreden, les tiran piedras a sus coches, porque los familiares descargan la ira de ver morir a sus allegados por falta de todo, y no saben que esos empleados que tienen delante no son los responsables. No hay seguridad para nadie, y la violencia que se vive es un reflejo más de la violencia social que registra el resto de la sociedad. Todo el mundo se aguanta.

Habría que ver cuánto tiempo resistiría el ministro de Salud en un hospital público, por supuesto sin que el director lo reconozca y le envíe una atención diferenciada. Los hospitales de la provincia son tierra de nadie, o un reino de pesadillas donde nadie desearía tener que entrar jamás. Pero la situación que se vive no es una consecuencia de la fatalidad: hay responsables, que ojalá sean un día uno de los 30 internados de la Guardia, por eventos que suceden en la vía pública. Ojalá lo despierten sin sábanas ni almohada ni frazadas. Ojalá se encuentre que durante la noche le han robado la campera, y el teléfono, y sólo tiene a mano un vasito de plástico con té  y un pan sin sal. Así le daríamos seriamente la bienvenida al mundo real del resto de la gente.