En la Escuela Secundaria 41, la losa del primer piso mostró un sospechoso declive en las aulas. Se suspendieron las clases presenciales, y los profesores continuaron trabajando de manera virtual. Las autoridades de Infraestructura Escolar creen que no era para tanto.
¿Qué le pasa a un chico cuando ve que el edificio donde se supone que debe encontrar cobijo para estudiar, se convierte en una ruina? ¿Qué sienten los que asisten a escuelas donde no se pueden utilizar los baños, porque los inodoros están tapados desde hace días o meses?
¿Qué pasa con un joven que asiste a una escuela sin calefacción, porque los calefactores se han roto, y le explican que no se arreglan porque no hay dinero?¿Cómo se hará para que ese chico vuelva a confiar en la palabra de un adulto, cuando ese adulto ni siquiera puede sostener la promesa de garantizarle un aula decente? Un banco, una silla entera, un pizarrón visible, una pared sólida.
¿Quiénes pierden en la cuenta? Los que menos tienen. Algunos padres de clase media extreman sus posibilidades, y deciden cambiar sus hijos a escuelas privadas de bajo costo. Los que no pueden hacerlo, se resignan a ver cómo las condiciones del edificio se deterioran, los chicos se enferman, los docentes también. Los preceptores se congelan en pasillos que son poco más que potreros, y nadie entiende cómo fue que llegaron a esto. Es simple: la destrucción llega a toda estructura edilicia que no se mantiene. Y cuanto más precarias hayan sido las condiciones de la construcción, más rápida será la llegada del momento en que esa escuela casi escenográfica se convierta en una trapera.
Ahora esos chicos ven la manera impune en que el sitio privilegiado que fue construido para enseñar y aprender se derrumba ante la mirada gélida de los responsables. El resultado es una bomba de tiempo. Debidamente fogoneados, esos pibes harán lo que hicieron este año: tomar escuelas y descargar la furia contra las paredes. Otros, más contenidos, esperarán con paciencia, porque – total- a esperar están acostumbrados. Mientras tanto, nadie aprende nada porque no hay agua, ni baños, ni luz, ni instalación eléctrica, ni servicio de limpieza, ni copa de leche. Ahora, como si esto fuera poco, se les hunde el piso.
Ruinas históricas
La escuela secundaria 41 tiene una historia plagada de precariedades. Surgió a partir de la centenaria primaria 14 en el barrio de Punta Mogotes, tratando de dar una oferta de educación en el barrio, cuando la Ley Federal de Educación impulsó la creación de los octavos y novenos años: una deficiente prolongación de la primaria en la cual enseñaban los profesores de la secundaria, como podían. Pero a falta de infraestructura para tal fin, los cursos funcionaban a contraturno en aulas de la Escuela Media 16 del Alfar, con la consecuente complicación de desplazamiento para las familias.
Luego de un tiempo, en el edificio del Alfar se creó la primaria 80, y los alumnos que provenían de Mogotes fueron expulsados con profesores, director y todo al medio de la vereda. Los padres de esa comunidad recuerdan que la solución provisoria fue trasladarlos a la escuela de Los Acantilados, hasta que el Consejo Escolar alquiló unos salones comerciales a una cuadra de la escuela primaria 14. Uno de ellos había sido una heladería, y los alumnos recibían clase con los carteles de gustos y los dibujos de los cucuruchos aun en la pared. A alguien le parecía gracioso. Los recreos se realizaban en un patio del tamaño de un dormitorio, y los profesores debían esperar su hora en la calle. Nadie querrá saber cuánto se pagó por eso.
De allí pasaron – a través de un reacomodamiento provisorio- a trabajar en el edificio de la escuela de base, la 14, apretados e incómodos pero adentro, apoyados en la buena voluntad de trabajadores, porteros y padres. Mientras tanto, ya estaba en puerta la creación de la secundaria, de acuerdo con la nueva ley, y sobre un ala de salones de la primaria se construían salones que serían destinados a la nueva Secundaria 41. No habría baños propios, pero sí una pequeña dependencia de dos metros por dos que sería a la vez dirección y secretaría. La preceptoría no tuvo mejor suerte: quedó debajo de la escalera, y para trabajar había que agacharse, recordando la película “¿Quién quiere ser John Malkovich?”
Hace pocos meses se difundió un video realizado por el gremio de SUTEBA -que específicamente se proyectó en el Concejo Deliberante- donde se mostraba cómo autoridades y docentes de la institución lamentaban las condiciones de las que se trabajaba. La escuela secundaria funciona en una galería de cinco salones con una escalera en un extremo. Está totalmente enrejada, y el tablero de electricidad se encuentra en el extremo opuesto a la escalera. En 2012, ese tablero se quemó dos veces, y gracias a quién sabe qué ventura, el fuego se detectó rápidamente y no hubo heridos.
Pero el verdadero problema consiste en que, cuando construyeron ese primer piso plantaron cinco aulas sobre una losa debajo de la cual hay cuatro salones. Es decir que las paredes del piso superior no descargan su peso sobre otras paredes del piso inferior. Unas y otras no coinciden, y no hay otras formas de sostén.
Como consecuencia de esto, a fines de 2011, la losa trabajó lo suficiente como para que los zócalos se despegaran de las paredes en sentido vertical. El movimiento era evidente y las rajaduras también. Se suspendieron las clases a fines de año, y durante el verano se hicieron unas reparaciones que la Dirección de Infraestructura consideró oportunas: taparon las rajaduras.
En tanto, los vecinos del barrio miraban con recelo, porque ellos esperaban que se hicieran unas vigas que convirtieran la losa en una estructura sólida, y sólo veían cómo se entraban a la escuela bolsas de arena. Con ellas se realizaría una comprobación de la resistencia de la losa, para asegurar que no se iba a venir abajo. Pero hicieron una prueba con carga estática (cuando es obvio que los chicos saltan y corren), y lo hicieron con un peso equivalente a los 64 kilos por metro cuadrado, que los profesionales consultados por los padres consideraron insuficiente. Indicaron que hubieran hecho falta 350.
De todas maneras, con bombos y platillos, las clases comenzaron igual con una lavada de cara y una mano de pintura: duró lo que duró.
Tiembla la tierra
En el mes de junio pasado, a alguien se le ocurrió prestar un poco de atención a los pisos del ala superior, y se encontró que los salones registraban una inclinación en forma de v invertida. Es decir presentaban una ligera prominencia en el centro, en el sitio que se corresponde con la pared del piso inferior, y estaban hundidas en el perímetro por el peso de las propias paredes. Las rajaduras horizontales de las paredes crecían.
Como primera medida, se desalojó la escuela de manera precautoria, hasta ver cómo seguía el trámite. Los profesores se harían presentes en la planta baja fuera de la losa, y atenderían a los alumnos, a la vez que dictarían trabajos prácticos por Internet y por fotocopias. En la biblioteca se brindaban unas especies de clases particulares de temas más complejos, alumno por alumno. Las preceptoras realizaban en trabajo administrativo en una mesa de la misma área. En el fondo de la biblioteca, en un escritorio, funcionaba la dirección. Nada más. La directora salió del brete de la manera más pedagógica: un proyecto innovador de clases virtuales que funcionó bastante bien.
Pasados los días, se hizo presente la arquitecta responsable del área de Infraestructura, María Silvia Luenzo, y aseguran los padres que en la escuela se les confirmó la inspección ocular realzada por la profesional. Ante la visita, las directoras de ambas escuelas expusieron las razones por las cuales no podían recibir a los alumnos con un riesgo de derrumbe, lo cual fue relativizado absolutamente.
Pero los docentes y los padres habían buscado otra opinión: un ingeniero estructuralista calificado les había realizado un informe, según el cual era necesario hacer un estudio específico para poder asegurar que la losa estaría firme: el cateo.
Durante las vacaciones de invierno, la arquitecta volvió a visitar la escuela con otro ingeniero, cuyo nombre no trascendió, pero sí que se elevó luego un informe de Luenzo que aseguraba que no había riesgo. Así nomás.
A los padres no les alcanzaba con tan poco, y había voces de vecinos cercanos del barrio que comenzaron la relatar las condiciones en que aquella construcción se había hecho, allá por 2005, y los rumores sobre la capacitación de los responsables. Decían que el capataz era yesero, que el constructor había muerto en el lapso en que la obra se había realizado, y que la había concluido un hijo.
Para salir de la duda, los miembros de la comunidad pidieron los archivos en la escuela, porque padres y docentes querían una opinión experta que diera un reaseguro: los cálculos de los materiales y su resistencia no están en ninguna parte.
El 1 de agosto hubo una reunión en busca de consenso: las directoras de primaria y secundaria, el presidente del Consejo Escolar, los representantes de todos los gremios docentes, las inspectoras correspondientes, y la representante regional de Infraestructura, María Silvia Luenzo. Según trascendió, allí se recordó que unos años atrás, la misma dirección les había asegurado que el paredón del patio – obviamente rajado- no se iba a caer, hasta que se cayó durante un recreo. Afortunadamente no mató a nadie, porque los docentes habían tomado la precaución de hacer una especie de vallado casero para que los juegos del recreo no hicieran vibrar demasiado la construcción.
Por eso ya no creen en nada que sea pura opinión de palabra, y menos aun cuando todo el personal se apoya en un informe profesional, que dice que el estudio de la patología de la estructura es imprescindible. Pero claro, el estudio hay que pagarlo porque lo realiza una empresa particular especializada.
Trascendió que el resultado de esa reunión fue que en un plazo de 15 días se realizaría el estudio en cuestión, pero mientras tanto, las escuelas seguirían sin utilizar esa parte del edificio. A las autoridades no les gustó. Claro que los días pasaron, y sólo un ingeniero visitó la escuela acompañado de Luenzo, pero los padres dicen que les llama la atención que la visita se haya realizado justamente un viernes a última hora. Sólo miraron. Y el lunes siguiente llegó un mail que convocaba a una reunión con los padres de esa comunidad educativa y las directoras en el edificio escolar.
Cuando se realizó la reunión, los padres tomaron la palabra y reclamaron soluciones inmediatas: no les aceptaron que vinieran a proponer que se usaran provisoriamente las aulas del piso de abajo. Les aclararon con todas las letras que con que se cayera un tubo fluorescente en la cabeza de un chico, ya era suficiente tragedia. Llamaron a los canales de televisión, y cortaron la calle; el estudio aún no se empezó.
Los funcionarios salieron como habían venido, porque a la gente ya no le sirve que le digan que siga esperando. Mientras tanto, los chicos que deberían estar en esas clases siguen mirando a los adultos discutir por no poner dinero en un edificio sano. A ellos sí que se les viene el mundo abajo.