Un proyecto de la UCR propone controlar el espacio en el que se habilita la realización de grafitis. Para muchos, pretender el ordenamiento de las expresiones callejeras es una contradicción. Para otros, sólo se trata de vandalismo encubierto. Los propietarios quieren una solución.Ya en su segunda edición de 1997, este semanario comenzaba a preocuparse por el tema de la contaminación visual, y publicaba un artículo llamado “Mar del Plata, una ciudad detrás de los carteles”. Desde entonces, a quince años de aquellas páginas, las cosas no han mejorado, pero este año la gestión municipal ha decidido ir contra la cartelería y las marquesinas que sobresalen de las paredes y ocultan el paisaje urbano. Eso sí: nadie toca las pintadas, que parecen ser todas el ejemplo de la militancia política.
En el lenguaje común, el grafiti es el resultado de pintar textos abstractos en las paredes de manera libre, creativa e ilimitada, con fines de expresión y divulgación. Dicen los teóricos que su esencia es cambiar y evolucionar buscando ser un atractivo visual con un alto impacto, como parte de un movimiento urbano revolucionario y rebelde. Por lo tanto, una pintada política no se consideraría un grafiti como tal. El grafiti se realiza de manera espontánea, veloz, en lugares públicos, y en algunas ocasiones se mantiene en el anonimato. Además, es catalogado como uno de los cuatro elementos básicos de la cultura hip hop.
La idea es interesante. El debate se inicia cuando -para muchos- los frágiles bordes de la definición hacen que se confunda el arte urbano con el vandalismo desmedido, y no haya ningún límite en la invasión y la destrucción de la propiedad. De hecho, los históricos grafiteros del mundo no se han hecho famosos por destruir monumentos ni destrozar frentes de mayólica. Han procurado espacios de por sí alejados de la atención y del mantenimiento, y han propuesto intervenciones expresivas en ellos. Un ejemplo fueron los vagones de tren abandonados. De acuerdo o no con la propuesta, está muy lejos de destrozar el frente de una casa de barrio con la inscripción en aerosol que apoya a Alvarado o ensalza a Aldosivi.
Si la ciudad se ha propuesto, desde la actual gestión municipal, realizar cambios en los frentes de los comercios con el fin de disminuir la polución visual, a la vista está que nadie quiere tocar el tema de los grafitis sobre las propiedades públicas y privadas, porque ningún funcionario se anima a ser tildado de ser el que hizo que los graffiteros fueran, por ejemplo, perseguidos por la policía. Obviamente, esta no es la mejor idea.
El concejal de la UCR Maximiliano Abad ha presentado un proyecto que tiene el fin de limitar los espacios en los cuales es posible realizar pintadas espontáneas de carácter expresivo, y postula la creación de corredores culturales sobre los cuales los grafiteros podrían dar cuenta del arte urbano sin perjudicar a los frentistas de edificios. Porque ellos deben invertir cifras cercanas a los $30.000 para pintar un edificio completo en planta baja y primer piso, cada vez que los chicos del aerosol deciden liberarse cerca.
Sin duda, se trata de un conflicto de intereses sobre el cual nadie parece querer mediar, porque ni Acción Marplatense ni el Frente para la Victoria han apoyado la idea, que ha quedado en comisiones a la espera de informes solicitados a las áreas de Legal y Técnica, Cultura e Inspección General.
Abad, por su parte, sostuvo en entrevista en la emisora 99.9 que su preocupación apunta a los monumentos de la ciudad, permanentemente escrachados sin demasiado sentido, y a los paseos públicos arruinados con firmas, que distan bastante del llamado arte urbano. Plantea la necesidad de sancionar a los que arruinan frentes de casas y comercios: distingue totalmente esa barbarie de la obra de artistas que desean democratizar el arte siguiendo las líneas de una propuesta mundial. A su criterio, los llamados corredores de cultura vendrían a mostrar una presencia del Estado limitando las pinturas callejeras en una Mar del Plata que aparecerá este verano despojada de cartelería contaminante pero llena de firmas de aerosol.
Yo mismo
La costumbre de escribir el propio nombre en propiedades y lugares públicos es antiquísima. En arqueología se utiliza el término «grafito» o graffiti (del italiano) para referirse a este tipo de inscripciones realizadas sobre muros, generalmente estucados, así como a los letreros arañados sobre cerámicas . No se refiere a las realizadas por el autor de un monumento, sino a las que otros hacen posteriormente sobre el edificio acabado. Por ejemplo, las paredes de mazmorras y prisiones muestran los mensajes. Un tag o tager (etiqueta) prácticamente es una firma o un acrónimo de una persona o un grupo de personas. Para los tags se suelen utilizar abreviaturas o simplemente las siglas. Aunque un tag comprende mucho más que una simple firma; es una manera de expresar un propio estilo mediante un apodo o alias, pues en muchas partes del mundo, el arte callejero es ilegal, y en muchos casos no se alcanza a concretar un grafiti en su totalidad; es allí cuando entra en utilidad el tag, una forma rápida y poco peligrosa de expresar un propio estilo al momento de “grafitear”. Es así como se identifica un grafitero.
Pero como Acción Marplatense sólo lleva adelante proyectos que son de su propia autoría, ha dejado solo a Abad, que dice: “no pretendemos hacer de esto una marca registrada, el proyecto está sujeto a debate y seguramente se puede mejorar. Queremos prevenir no reprimir, para que así se respete la propiedad privada de la ciudad y de los vecinos”.
Claro que otros vecinos se hicieron presentes con su voz en la emisora para marcar una posición al respecto: no pueden mantener sus casas y edificios en condiciones mínimas de higiene y estética porque no les es posible seguir invirtiendo sin ayuda alguna. Indican que en algunos casos, terminada la pintura del frente, aparece firmada por grafiteros a las 48 horas, y vuelta a empezar.
Jorge Calcagno, un vecino de la ciudad, indica que muchos frentistas ya han abandonado la lucha, y no han vuelto a pintar. Desde la zona de Arenales y Colón relata el largo camino que lleva recorrido, desde su primera presentación legal en 2004, cuando la secretaría de Gobierno correspondía a Oscar Pagni. Gracias al silencio con el que se le ha respondido, hoy los vecinos pintan los frentes dos veces al año. Y a veces tres. Ninguno tiene dónde dirigirse a plantear una queja o solicitar ayuda.
Tanto se distingue el destrozo vandálico del arte callejero que, por ejemplo, recientemente los paredones de obra de Independencia y Bolívar, en lo que fue la Banca Nazionale del Lavoro, fueron ofrecidos a muralistas callejeros que laboriosamente concurrieron, felices de encontrar un espacio donde plasmar su arte y exponerlo. Dos semanas después, esos murales ya han sido víctimas de la peor falta de respeto a la expresión ajena: están grafiteados con fibrón. Como única y pobrísima respuesta, la gestión comunal actual busca encontrar presupuestos de limpieza de frentes que resulten baratos, que estén al alcance de los propietarios, con lo cual estaría recargando nuevamente los costos de mantención de las propiedades, que ya pagan ABL infructuosamente: se hacen cargo de la poda, la limpieza y, en varias ocasiones, el alumbrado.
Incansables
Arturo Fiorentino forma parte del consorcio de uno de los edificios de la zona de plaza Colón, y narra que la lucha lleva unos diez años. Puede afirmar que son muy pocos los que se ocupan de arruinar los frentes: la firma es siempre la misma.
En su entrevista comentó que los propietarios necesitan ayuda municipal para llevar adelante una estrategia preventiva; estamos dispuestos a pagar el frente una vez más, pero el Estado debe acompañarnos en un plan para mantener los frentes que hemos pintado.
El concejal Fernando Maraude, del Frente para la Victoria, fue muy prudente en sus declaraciones, y evitó marcar una posición al respecto, pero tuvo que conceder que no parece coherente que su partido recurra a argumentaciones anacrónicas de tipo político para correrse de asumir una decisión: no pueden decir que en tiempos de proscripción del peronismo ellos también pintaron paredes, porque desde el 50 hacia acá han pasado muchas cosas. Hoy las ideas políticas se pueden expresar por los medios, y en los actos públicos con total libertad. Nadie necesita escribir en una pared “Luche y vuelve”.
Pero Maraude insiste en que no se confunda el objetivo de controlar con el de prohibir: “el proyecto de Abad no está cerrado, pero todavía hay que buscarle la vuelta”, insiste.
Y allí sí sería posible comenzar una conversación quizá más profunda acerca de los verdaderos miedos que ha dejado la dictadura. El miedo a ser tildado de autoritario, y la fascinación demagógica por aparecer como el chico bueno de la película. Atendamos: en Granada, el pintor callejero más importante, apodado “El Niño”, se ha convertido en un verdadero atractivo turístico. Es un pintor que se oculta en las noches, y tiñe paredones y casas cerradas de verdaderas obras de arte que el municipio ha decidido proteger como si se tratara de un museo a cielo abierto. Pero “El Niño” mismo no puede acudir con un fibrón a estampar su firma sobre la Alhambra. En aquel sitio, ni siquiera se permite tocar las paredes con los dedos.
La expresión callejera es síntoma de una sociedad feliz, pero quizá después de malos tiempos y poco aprendizaje democrático, nadie quiere ser el que dice que la escultura de Carlos Gardel de la plaza no ha podido permanecer un rato en pie sin que le arranquen la cabeza. ¿Quién puede expresarse arrancándole la cabeza a un cantor de tangos?
Separar arte, política y vandalismo no es poca cosa, nadie quiere ser el que le dice al nene de la casa que no puede hacer lo que quiere cuando quiere. El arte urbano existirá sin nosotros, por más que evitemos destrozar lo poco que quede en pie de una ciudad que supo ser de las más bellas del país.
La cuestión es que Maximiliano Abad sigue esperando, y pocos parecen querer tomar el toro por las astas. Algunos prefieren vivir eternamente escrachados, porque tienen temor de ser recordados por algo que se parezca al orden, hoy políticamente incorrecto. Todo depende de qué lado le toque estar: pero ser padres obliga a decir algunas veces que no. Ser intendente, también.