Edificios escolares | Las escuelas públicas siempre son últimas en el orden de prioridades. Unas sin edificio propio, otras con edificios abandonados de todo cuidado. En el medio está la gente que estudia y trabaja en condiciones extremas.
Desde hace años, los edificios de las escuelas públicas se caen a pedazos. No únicamente por la falta de inversión en infraestructura educativa, sino además por la bajísima calidad las inversiones realizadas. El sistema de supervisión es tan convenientemente pobre, que las empresas entregan meros cascarones que no están en absoluto preparados para las exigencias diarias del uso por parte de cientos de escolares. Cualquiera puede dar fe de que los edificios de antaño recibían la diaria visita de numerosos de estudiantes y sus escaleras no se agrietaban, sus pisos no cedían y, lo que es más claro, sus muebles duraban una centuria. ¿Creen ustedes que se trataba de jóvenes más delicados? No, se trataba de edificaciones preparadas para su funcionamiento, que protegían además a los estudiantes y a sus docentes.
En muchos casos, las escuelas son tan vapuleadas que ni siquiera tienen uno de esos edificios precarios que se ha dado en construir, sino que funcionan en edificios alquilados, que en absoluto están preparados para la función que cumplen. Tal es el caso de la Técnica 5, que tiene la ventaja de que en su interior se forman maestros mayores de obra, que pueden hacer bastante por mejorar las instalaciones.
Pero hay otros aún menos favorecidos, como los que vinieron a matricularse en la Escuela Secundaria 38, la escuela sin edificio, la escuela errante.
Recientemente, esta comunidad volvió a movilizarse y a protestar en la costa de Mar del Plata frente al Instituto de Formación Docente N°84 ante la falta de respuestas al pedido de un edificio propio para el emplazamiento definitivo de la institución. Claro, porque la vuelta de la presencialidad de las clases comenzó a poner en evidencia una serie de situaciones edilicias desesperadas que se habían ido disimulando.
Esta secundaria funcionaba en un edificio de avenida Independencia y Rodríguez Peña, cuyo contrato de locación se venció hace cinco años. Sí, un lustro en el cual nadie pudo hacer nada para evitar llegar al desalojo, nadie pudo prever que haría falta un nuevo edificio.
Así las cosas, en junio —y de manera “transitoria y precaria”— el Instituto de Formación Docente N°84 cedió sus instalaciones para que la escuela comenzara trabajar. Pero la infraestructura escolar depende del Consejo, y presupuestariamente de la Dirección General de Cultura y Educación bonaerense. Nadie dio una mínima certeza de lo que pasaría: esta realidad llevó a la comunidad educativa a movilizarse para hacer visibles los reclamos, por lo que se manifestaron en la costa bajo la consigna «evitemos el cierre de la Secundaria 38».
A pesar de las innumerables gestiones que realizaron para lograr una nueva ubicación de la escuela, hasta el momento sus autoridades no han recibido una respuesta acerca de su destino definitivo. Pero por supuesto, lo más preocupante es el futuro: al no tener edificio propio, la escuela no puede matricular alumnos ingresantes. Por esa razón, peligra la fuente de trabajo de más de 100 docentes. Se trata de una situación de incertidumbre que se traduce en baja de matrícula, por la cantidad de estudiantes que han pedido el pase a otras escuelas, y la falta de inscripción a los primeros años.
Sin papeles
Por supuesto que desde el Consejo Escolar les han asegurado de modo verbal que «las gestiones están avanzadas» para el alquiler de un nuevo edificio. Sin embargo, no existe una comunicación oficial por escrito que brinde la efectiva garantía de continuidad. Por ahora, la situación de la Escuela de Educación Secundaria N° 38 de General Pueyrredón sigue siendo muy delicada: las clases se dictan en aulas en el CEF para completar el ciclo lectivo. El docente Marcelo Basso comentó los detalles a través de la 99.9: «una escuela secundaria con 430 estudiantes y 3 divisiones de cada curso, no tiene edificio. Estamos en vías de extinción».
El profesor relata cómo fue el extenso periplo que los llevó a perder el edificio donde históricamente habían funcionado: «ya en 2018 el dueño del edificio empezó a poner carteles de que se alquilaba, porque no se terminaba de resolver el nuevo contrato de alquiler. Además, no estaba siendo mantenido porque —como era alquilado— ni el Estado ni el dueño hacían obras. El edificio se volvió inhabitable y nos tuvimos que ir. Ahora estamos de prestado en el CEF hasta diciembre donde quedaremos sin espacio físico, sin escuela».
Según su relato, dar clases en el CEF tiene más desventajas que ventajas, pero fue un parche que se implementó para solucionar una situación angustiante: «hay aulas muy lindas pero apropiado no es. Tenemos contacto con adultos que van y vienen por el edificio, estamos como a 100 metros del baño, no tenemos aulas suficientes tampoco porque nos faltan 2 y vamos rotando semanalmente. Hay dos cursos que no tienen que venir. Estamos con un montón de problemas, además de que estas aulas en las que estamos de prestado son solamente hasta diciembre», reiteró el profesor Basso.
Claro que hemos hablado hasta aquí de una de las instituciones más céntricas, de fácil acceso: en la periferia, las dificultades se agudizan y tiene que ver no sólo con lo edilicio sino también con los servicios básicos, la iluminación, la accesibilidad y la seguridad.
Más lejos
Recientemente se supo que el director del CENS que funciona en el edificio de la EES 12 del barrio Autódromo, profesor Cristian Moreno, estaba saliendo de la escuela con su moto cuando se presentaron dos hombres dentro del predio. Uno de ellos estaba armado y le pidió la moto. Como el docente se resistió, le disparó. La bala no le impactó, pero pasó a centímetros de su oído. Los delincuentes le arrebataron la moto y se fueron.
CENS significa Centro Educativo de Nivel Secundario, es decir que se trata de una secundaria para adultos: concurren mayores de 18 años que quieran comenzar sus estudios o retomarlos. Se trata de una institución donde la presencia de adultos no llamaría la atención. Nadie podía prever este desenlace, y toda la comunidad del Barrio Autódromo resultó consternada.
El profesor Ernesto Uriondo trabaja en la Secundaria 12, y exponía en la 99.9: «llama la atención porque sucedió dentro del predio de la escuela. Se han reclamado luminarias, que haya una garita de seguridad. Sectores políticos de todos los arcos y hasta sindicatos nos han ayudado. Era algo que se sabía que iba a pasar. Nos robaron un calefactor el año pasado desde el lado de afuera de la escuela haciendo un boquete. Si pasó eso, podía pasar cualquier cosa».
Si bien Moreno está bien, tiene consecuencias después de vivir un hecho violento. Por eso, el profesor detallaba: «Un hecho de ese talante termina afectando psicológicamente no sólo al director, sino a toda la comunidad educativa. Es muy difícil volver a las mismas condiciones a las aulas, porque nadie nos asegura que eso no vuelva a suceder. Christian volvió a nacer pero esto afecta a toda la comunidad».
Si bien tienen reclamos, son educadores y saben que no es posible erradicar la violencia reinante de un plumazo, y que los planes son a largo plazo. Pero tampoco es posible que trabajar en las escuelas del estado implique semejante desprotección. Porque quienes trabajan en el Consejo Escolar —los responsables de los edificios— suspenden las actividades si hace calor y no tienen aire acondicionado, porque ellos están acostumbrados a la comodidad absoluta de sus oficinas. Pero los docentes ¿qué pena están pagando?
Dice el profesor: «no creo que se solucione la inseguridad porque son temas sociales a los cuáles no se le pueden aplicar leyes o reglas como en las matemáticas. Tienen muchas variables. No se puede resolver el cien por ciento, pero se puede disminuir el riesgo notablemente. La escuela está en el medio de un campo donde no hay nada, a unos 200 o 300 metros están las primeras viviendas. Es una zona muy oscura a la noche».
Los problemas son constantes y los que trabajan ahí diariamente conocen la realidad como nadie. A la escuela la vandalizan constantemente: el año pasado faltaban 40 vidrios que estaban rotos, y este año llegaron a 200. ¿No podría haber una garita?
Dijo el profesor: «invito a los que toman decisiones a que se acerquen a las comunidades que serán bien recibidos y traigan soluciones concretas. Que escuchen a la gente que está ahí porque trabajan todo el día en ese lugar».
Quizá esa sea una idea excepcional: trasladar la división de Infraestructura Escolar, a sus ingenieros y sus arquitectos tan acostumbrados a las alfombras, a la calefacción y al aire acondicionado, a que funcionen ellos de manera itinerante en cada uno de los edificios humillantes que sostienen. Podrían desempeñarse un mes en las canchas del CEF, y otro en el descampado del Autódromo donde funciona el CENS. Estacionar allí sus coches y sus personas. Así tendríamos una verdadera redistribución equitativa de las oportunidades.