Sobre mojado

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Las tormentas, los rayos, la basura acumulada: parece que la naturaleza se viene encima de una comunidad que no ha podido prever ni siquiera lo más sencillo. Encima, hay cien niños viviendo entre desperdicios del basural, ante la mirada indiferente del Estado. Y llueve.

El 21 de enero, el titular de La Alameda, Gustavo Vera, y el abogado penalista Mario Ganora presentaron ante la Justicia una denuncia penal por la actividad invisible desarrollada en el basural municipal. Hay allí cien chicos que comen de la basura y trabajan en el reciclado, ante la absoluta y evidente indiferencia del Estado. Por eso, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se realizó una movilización a la Casa de Mar del Plata, para presentar la documentación de la denuncia y el repudio a la explotación de los menores y sus familias. Pero el problema no es nuevo: todo el mundo lo sabía.
A nadie que viva aquí, menos aun a los funcionarios, escapa que a 50 cuadras de la playa, comen y trabajan menores de edad, ni que en las mismas extremas condiciones inhumanas, hay más de cuatrocientos adultos. Porque hablamos del basural estatal, en la avenida Antártida Argentina y la 57, donde hay numerosas personas que revuelven la basura para encontrar comida y material reciclable; ellos trabajan sin elementos de seguridad e higiene, y no tienen suministro estable de agua potable.
Se sabe que el Hospital Materno Infantil – entidad oficial- recibe frecuentemente menores accidentados en el basural. Es común que los niños se corten o ingresen por traumatismos, y hasta se han registrado casos de tuberculosis. Hubo accidentes graves que provocaron discapacidades permanentes para por lo menos cuatro trabajadores en los últimos años. Pero nadie ha hecho nada. Se ha naturalizado la situación: la entidad educativa que funciona a pocos metros de allí se llama popularmente “la escuela del basural”. Y hay docentes que luchan contra la adversidad con un olor nauseabundo permanente, y educan niños que todo el mundo sabe que viven allí.
Pero allí los chicos no están solos: reza la denuncia que los mismos que les compran el plástico u otros materiales dentro del predio municipal, les venden cocaína y marihuana, y hasta funciona ahí una despensa dedicada a la venta de alcohol para mayores y menores. Todo ocurre a metros de una garita policial.
¿Y los empelados de Desarrollo Social de la municipalidad, los de calle Bronzini? Ocupados, apilando carpetas, cumpliendo trámites, indiferentes crónicos al dolor ajeno.
Mientras tanto, Mar del Plata sigue siendo una ciudad que no sabe qué hacer con la basura, y el Gobierno sólo atina a trasladar el problema a los usuarios: pretende obligar a la separación de basura en bolsas de diferente color, y quitar así de las calles a los cartoneros, que recolectan material reutilizable sin concurrir al basural. Les mandaron a la policía y hasta amenazaron con multar al que no cumplía. Mala cosa resultó.
Este semanario se ha ocupado del problema desde su primer número, hace 17 años, cuando en una nota titulada “La basura bajo la alfombra” interrogaba al entonces titular del EMSUR, José Fiscaletti, acerca de las medidas que se tomarían para que la disposición de residuos a cielo abierto dejara de ser un problema, y la recolección se cumpliera por fin. Mucha agua ha pasado bajo el puente y poco hemos mejorado.
Hace un tiempo, y en franca bambolla mediática, se anunció la compra de un predio para la Disposición Final de Residuos Sólidos Urbanos. La operación se realizó con fondos de créditos internacionales y de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, y tuvo un costo multimillonario, aunque es un territorio lindero al basural actual. En cada anuncio, en cada acción del Gobierno nacional y el local relacionado al tema de la basura, se presenta el nuevo Centro o la Planta de Separación (cooperativa CURA) y se dice que el viejo basural está “clausurado y en la recta final de saneamiento”, pero no es cierto: la filmación, y las fotos incluidas en la denuncia de La Alameda lo evidencian.

Bajo agua

BCENTRAL-MDQPero esto no es todo. Como en esta ciudad son muchos los funcionarios y dirigentes de organizaciones comerciales y civiles que viven como si todo el territorio les perteneciera, en vez que generar acciones de sustentabilidad, parecen esmerarse en lo contrario; nadie piensa en lo que sucederá en el ambiente como consecuencia de los cambios que se generan, ni se preocupan por averiguarlo.
Como se recordará, desde el inicio de las obras que se ejecutaron en la llamada Reserva del Puerto por parte del Club Aldosivi, este semanario insistió en recalcar el grado de imprevisión que evidenciaban las decisiones que se tomaban desde una entidad privada, con evidente anuencia del Estado. Se habló de la alteración profunda de un ecosistema que tenía originalmente 42 hectáreas, y de la destrucción de la fauna y flora autóctonas. Pero para aquellos que no tuvieran el más mínimo interés en sostener el ambiente natural local, para aquellos que solamente estuvieran preocupados por su trozo de arena de veraneo y la sobra que iban a vender, se hablaba también de la alteración del sistema de desagües naturales. Algún entendido dejó caer la duda: ¿adónde va a ir a parar toda el agua de la zona cuando hubiera fuertes lluvias, una vez que hubieran acabado por tapar la laguna y por deforestar la Reserva? A nadie pareció importarle demasiado.
Lo cierto es que los últimos acontecimientos demostraron que hay cambios evidentes en el recurrido del flujo pluvial en la zona, y no alcanza con que hagamos alusión a la cantidad de mililitros que llovió en pocos minutos: esta ciudad ha tendido tormentas de temporada, siempre caracterizadas por la enorme caída de lluvia en poco tiempo. Lo mismo ha sucedido desde tiempo inmemorial. ¿Qué es lo que cambió? ¿Es arriesgado sumar dos más dos? Lo cierto es que el agua de la avenida Juan B. Justo formó verdaderos ríos que no encontraban salida, y volvían hacia atrás formando “calles laguna”. No hubo negocio ni casa que se salvara.
Pero además, debido a la gran cantidad de lluvia caída durante la madrugada del pasado martes, las playas de estacionamiento de Punta Mogotes amanecieron convertidas en grandes piletones. Las imágenes obtenidas por periodistas y particulares recorrían las pantallas de los medios nacionales, y seguramente amenazaban las ganancias de los concesionarios. Por eso fueron ellos los que se ocuparon de resolver el problema a la brevedad, a cualquier costo.
El resultado fue que la administración de ese complejo de balnearios solicitó al Emvial la maquinaria necesaria para desagotar la laguna costera de la Reserva, que recibe el agua sobrante de las lagunitas del área protegida de Punta Mogotes. Entiéndase: para poder desagotar más rápidamente los estacionamientos inundados creyeron oportuno bajar el nivel de las cinco lagunas, y para lograr esto los funcionarios municipales decidieron “vaciar” la laguna costera de la Reserva.
De esta manera, la maquinaria pesada excavó una profunda zanja que desagotó a gran velocidad el agua de las lagunitas, pero con un grosero error: se formó un río torrentoso y descontrolado, que arrastró a miles de pequeños animales, especialmente peces, anfibios y reptiles hacia el mar, en una carrera de treinta metros. Todos los animales encontraron una muerte segura al contactar el agua salada, exceptuando una tortuga de laguna que fue rescatada por el jefe del Cuerpo de Guardafaunas de la Fundación Reserva Natural Puerto, gracias a la intervención de un guardavidas, que avisó lo que estaba sucediendo.

No amanece

En entrevista concedida a la emisora 99.9, María José Solís se refirió al tema, y afirmó que la situación podría haberse evitado si desde la Administración de Punta Mogotes hubieran consultado al área municipal que es responsable de medioambiente, como la Dirección de Gestión Ambiental del Enosur, o quizá a la cartera ambiental de la Provincia –OPDS.
Debido a esta gravísima situación, el Departamento Educativo de la Fundación Reserva Natural Puerto Mar del Plata suspendió las visitas guiadas solicitadas por el Emtur para su programa “Paseos para Gente Inquieta”, ya que las maniobras del Emvial destruyeron un pequeño puente, necesario para poder completar el recorrido propuesto por la visita. Solís, además, expresó su enorme preocupación por las pérdidas y agregó: “La correntada que generaron fue tan fuerte que se llevó un médano enorme. Con esta maniobra hagamos de cuenta que se perdieron diez hectáreas más de Reserva”.
Porque en esta ciudad, funcionarios y comerciantes parecen remar para atrás. Parecen no saber que lo que necesitan para que esta pobre ciudad les siga rindiendo, es que siga existiendo, y están dispuestos a taparla de mugre. Literalmente. Los mismos que parecen no ver que tienen cien pibes viviendo en medio de la basura desde que tienen uso de razón, cuyos derechos humanos sólo se harán visibles el día en que ellos empiecen a representar un peligro para alguien. Porque esos pibes son invisibles, como la basura misma. Porque están lejos y duermen sobre los desperdicios en un barrio que los funcionarios no están obligados a recorrer.
Porque los funcionarios del Estado -y la mayoría de sus empleados de áreas especialmente sensibles- tampoco recorren las corrientes de lixiviado que fueron a dar a la romántica playa Luna Roja, ámbito de salidas y encuentros estudiantiles desde hace cuarenta años. Los funcionarios no ven. Tampoco parece ver nada el administrador general de Punta Mogotes, Carlos Contartese, que sigue pensando que él no hizo nada mal, porque él no conducía las máquinas topadoras que aniquilaron los animales de la Reserva.
Pobre ciudad, se sumerge cada día más profundo y sólo le queda aprender a respirar bajo el agua, en una costumbre política donde siempre llueve sobre mojado.