El vecino de San Isidro, don Guillermo Tristán Montenegro, se perdió durante su exilio un par de capítulos de la historia local: por ejemplo, que existió durante 15 años un festival internacional de cine de iniciativa privada, el MARFICI
No vamos a culparlo. Después de todo, el Multi Ladrey siempre hizo bastante esfuerzo por ignorar al MARFICI —sin lograrlo, porque algunas cosas, como la presencia de René Lavand, las tuvieron que cubrir—. Y, seguramente, durante su exilio, mientras Tristán ejercía como juez federal, ministro de Justicia y Seguridad de CABA, embajador en Uruguay y finalmente como diputado nacional, solamente se enteraba de lo que pasaba en nuestra ciudad a través de la distorsionada lente de los medios subyugados a la voluntad de su patrón, el recientemente nombrado «Ciudadano Ilustre». Pero como en este medio somos generosos, le vamos a contar la historia que, en el contexto de la discusión por el destino del Festival Internacional de Cine Clase A de Mar del Plata que organiza(ba?) el INCAA, bien vale la pena repasar.
Una charla al pasar
La historia del MARFICI inició cuando el fundador y director de este medio, el periodista José Luis Jacobo, tuvo al pasar una charla con uno de sus hijos quien, en ese momento, estudiaba cine. «¿No estás yendo al festival?» le preguntó. Se refería al del INCAA. «No», fue la respuesta. «No trajeron muchas cosas que me interesen este año. Además, da un poco de bronca que bajen de Buenos Aires con una propuesta cerrada y a los de acá casi que no nos dejan participar». Ese fue el germen de lo que luego, unos dos años más tarde, se convertiría en el Festival Internacional de Cine Independiente de Mar del Plata, el MARFICI.
Sin embargo, ese camino fue algo sinuoso. Hubo gente que se subió a la idea pero, luego de varios meses, se bajó sin haber aportado nada. El tiempo pasaba, la fecha propuesta para la primera edición se acercaba, y la posibilidad de materializarla parecía cada vez más lejana. Fue entonces cuando alguien sugirió el nombre de Eduardo Antín, conocido como Quintín, quien, en ese momento, dirigía el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires, el BAFICI.
Comienza la historia
Su propuesta fue traer a la ciudad 64 películas, repartidas en ocho secciones de ocho películas cada una. Además, se proyectaron otras 10 películas por fuera de las secciones. Esta primera muestra fue, además, el primer festival en reconocer la trayectoria de Adolfo Aristarain, ofreciendo también una retrospectiva de su obra.
Las 176 funciones se realizaron en las salas de cine comercial de la ciudad, y asistieron como invitados la directora de programación del festival de Los Ángeles, Rachel Rosen, el director del festival de cine de Melbourne, James Hewison, el director del festival de cine de Viena, Hans Hurch, el director de programación del festival de Cannes, Olivier Pere y el director del festival de Montevideo, Manuel Martínez Carril.
Además, el jurado de la competencia de documentales, estuvo integrado por el director canadiense Peter Lynch, el director argentino Rafael Filipelli y la antropóloga y directora argentina Carmen Guaraní. Fue su decisión nombrar a la película «And Thereafter» del director surcoreano Hosup Lee como el Mejor Documental.
Asistieron también al festival, en calidad de invitados, Adolfo Aristarain, Andreas Hoessli (director de «Wall Street»), Celina Murga, Cis Bierinkx (director del Festival de Ghent), Christian Baute (productor de «En los campos de batalla»), Gandulf Hennig (director de «Fallen Angel»), Jorge Sesan y Jimena Anganuzzi (protagonistas de «Una de dos»), José Maria Berzosa (director de «Pinochet y sus tres generales»), Lisandro Alonso y Pablo Trapero.
Al pasar, recordamos que, la decisión de Quintín de programar el MARFICI, le costó su puesto como director del BAFICI.
Un largo camino
Después de aquel inicio, hubo otras 13 ediciones del MARFICI, a lo largo de las cuales la muestra fue descubriendo su propia identidad.
Para la segunda edición se armó un equipo de programadores local, integrado por Miguel Monforte (excelente cineasta, profesor, y aún mejor persona), Diego Menegazzi, Gabriel Piquet, Rodrigo Sabio y José Miccio. También, convocando a profesores y estudiante de inglés de nuestra ciudad, se armó un equipo de subtitulado propio. Más adelante, a lo largo de las siguiente ediciones, participaron también en calidad de programadores del MARFICI Verónica Paz (quien lideró durante años el equipo de programación, haciendo una excelente e incansable tarea), Alejandro Ferrari, Oscar Álvarez, Jorge Cappelloni (cuya particular mirada le dio al MARFICI una identidad única) y Guillermo Colantonio.
Por el MARFICI pasaron como invitados —entre muchísimos otros— Jana Bokoba, José Luis Guerin, Alexandra Cardona Restrepo, Viatcheslav Amirkhanian, Julián Hernandez, Raoul Girard, Rakesh Sharma, James Merendino, Geoffroy Lickel, Rich y Kevin Ragsdale, Ryan Johnson, Anja Baron, Mario Handler, Daniele Icalcaterra, Luis Ospina, Alejandro Ferrari, Pablo Llorca, Micha Peled, Martin Vartanov, Mike Dibb, Shelly Silver, Hayrabet Alacahan y Uli Schueppel.
El MARFICI fue, en muchos sentidos, un festival pionero. Fue una de las primeras muestras en volcarse completamente al formato digital en una época en la que los cineastas aún se aferraban a la idea de que el «cine de verdad», era sólo el que se filmaba en 35mm. También fue una de las primeras muestras en abandonar los DVDs y Blurays y poner a disposición de los realizadores una plataforma para la carga virtual de sus películas, las cuales fueron recibidas de todos los rincones del mundo.
Si bien el MARFICI se inició siguiendo el formato del BAFICI, y teniendo siempre como referencia el Festival Internacional de Cine Clase A de Mar del Plata que organiza(ba?) el INCAA, poco a poco fue encontrando su propia identidad y su propia visión. Se convirtió en un espacio en donde, lo que se buscó, fue darle pantalla a aquellas producciones que tenían una visión única y que, en otras circunstancias, nunca hubieran sido proyectadas en la ciudad.
Todo concluye al fin
La última edición del MARFICI sólo fue posible gracias al compromiso del intendente Carlos Fernando Arroyo, quien puso a disposición de la muestra las salas municipales.
Para ese entonces, los costos de los pasajes internacionales y las cuotas de pantalla —en moneda extranjera— se habían vuelto imposibles de afrontar. La decisión fue limitar la cantidad de invitados extranjeros que asistían a la muestra y ofrecer, en lugar de la cuota de pantalla, el subtitulado al castellano de las películas. A pesar de ello, el festival se hizo, económicamente, cada vez más inviable.
Nunca se hizo un anuncio formal de que el MARFICI dejaba de existir, quizás porque sus organizadores siempre mantuvieron la esperanza de encontrarle la vuelta y poder volver a realizarlo. Pero lo importante es que, durante quince años, la ciudad se permitió un espacio para mirar, discutir y celebrar el cine que no estaba atento a la cantidad de entradas que se vendían, sino a la calidad —no necesariamente técnica, pero sí narrativa— de aquello que se proyectaba.
Pero sí, Tristan: Mar del Plata ya tuvo aquello que hoy se presenta como una idea novedosa, un festival de cine de gestión privada con una mirada netamente marplatense. Un festival que vio la firma de convenios internacionales para la distribución de películas independientes argentinas, que vio nacer e impulsó la carrera de directores de cine locales y que le dio una visibilidad única al cine producido en la ciudad.
Y si hay una lección para aprender en todo esto, quizás sea esa: como siempre sucede con todas las expresiones artísticas de las que es posible el ser humano, está la dilema entre lo comercial y lo verdaderamente artístico, o independiente. ¿Es sustentable económicamente una muestra cinematográfica que tenga una visión realmente única y apartada de la mirada de Hollywood? ¿Sería, ese tipo de muestra, interesante para los socios que imagina en esta aventura Montenegro, como «Netflix, HBO o Star Plus»? ¿Vale la pena tener un festival de cine en donde se proyecte más o menos lo mismo que se puede ver en cualquier sala comercial o en cualquier pantalla conectada a Internet en cualquier otro momento del año?
Serrat dijo que nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio. Y la realidad es que, sea lo que sea que engendren juntos la gestión actual del INCAA, la gestión de Montenegro y los socios que puedan encontrar en el camino, quizás lleve el mismo nombre y se haga más o menos en las mismas fechas, pero va a ser un evento totalmente distinto a ese espacio que tanto amó, protegió y construyó el recordadísimo José Martínez Suárez.
El festival ha muerto. Que viva el festival.