Una noche de furia II

Se suman testimonios en la causa que busca determinar qué sucedió la noche del 1ro de septiembre, en la que el productor Pablo Baldini debió ser intervenido quirúrgicamente luego de un confuso episodio ocurrido en Cava Federal. Poco a poco, el relato que Alejandro Baldini —primo de Pablo, y ex abogado de Lázaro Báez— intentó instalar en los medios pierde fuerza, y la verdad sale lentamente a la luz.

«Esta persona que trabaja en seguridad está preparada para matar de un golpe», aseguró a los medios Alejandro Baldini, quien tiene —extrañamente— la doble función de testigo y abogado querellante en una causa que trata de determinar exactamente qué fue lo que pasó el pasado 1ro de septiembre, cuando la ciudad se conmocionó ante la noticia de que el productor Pablo Baldini había sido internado y operado a raíz de una conmoción cerebral.

El problema es que «Junior» —el apodo del empleado en cuestión— no está entrenado para matar a nadie, y ni siquiera puede ser considerado un «patovica». No tiene ningún entrenamiento en artes marciales, ni nada parecido. Es, simplemente, un inmigrante cubano, trabajador, que es convocado algunos días por los dueños de Cava Federal para controlar el acceso al único sector del establecimiento en donde se puede fumar, cuya capacidad es limitada. Para entender lo absurdo de la situación que se dio esa noche, es importante entender que no se trata de un espacio VIP, de un sector en donde se ofrecen servicios distintos o de mejor calidad, ni nada parecido: es sólo un patio, al que la gente va a fumar. El único criterio para el ingreso o no al sector, es cuán ocupado está. No es un sector al que se accede pagando una entrada más cara, o a través de una invitación. Al patio puede ir cualquiera, siempre y cuando haya lugar. Y si la capacidad está colmada, lo que corresponde es impedir el ingreso de más gente, sin importar de quién se trate. Eso es lo que Pablo Baldini se negó a entender esa noche.

«Se lo convocó para organizar de alguna manera la circulación de público en el patio, ya que como es el único sector de fumadores del local, una vez que termina el horario de la cena, el público de la planta alta y baja se junta en el patio a fumar, entonces de alguna manera él tiene que organizar a la gente para que no supere la capacidad y no se genere un amontonamiento», explica uno de los dueños del establecimiento al respecto del rol que desempeña Junior en el funcionamiento del lugar.

¿Xenofobia?

Para el abogado de Junior, Martín Bernat, la situación protagonizada por Baldini y su defendido es claramente un episodio de xenofobia y discriminación. Lo cierto, es que Junior no sólo debe luchar contra la imagen de supuesto «patovica entrenado para matar» que se intentó instalar en los medios, sino con otros prejuicios y suposiciones que no tienen ningún sentido. A lo largo del desarrollo de la causa, varios testigos se acercaron a dar su versión de los hechos y, algunos de esos testimonios, no son favorables con Junior. Sin embargo, al analizar estas declaraciones hay un patrón que surge claramente: quienes culpan al empleado de Cava Federal de lo sucedido, no estuvieron presentes en el momento de los hechos.

Por ejemplo, uno de los testigos de la causa se acercó a prestar declaración solamente porque, al entrar en el local, notó que el empleado del lugar «me miró de forma extraña, con los ojos saltones». ¿Eso lo hace culpable? ¿Tener los ojos saltones? Ese mismo testigo, en otro momento declara: «En un momento vi como que se revolucionó el ambiente, uno de los chicos que estaba conmigo se va para un costado y vuelve, y le pregunto qué había pasado. Me dijo que le habían pegado una piña a un muchacho», de lo que surge claramente que él no presenció el altercado entre Baldini y Junior, lo cual no le impidió ir a la justicia a decir que tengan cuidado con Junior porque a él lo miró de forma rara.

Pero Baldini no es el único que no entendió esa noche que el tema del ingreso o no al patio respondía sólo a una cuestión de capacidad, y a la necesidad de controlar el movimiento del público: ante la justicia, otro testigo se quejó también de que a él en un momento Junior le intentó impedir el ingreso al patio. Según sus propias declaraciones, esta misma persona fue uno de los que después expuso a Junior delante de todos los presentes, a pesar de no haber estado en el momento de la agresión: «en un momento subí al baño y cuando estoy bajando miro a la derecha y veo a una persona tirada en el piso […] yo me acerco a esta chica rubia que estaba ahí, le pregunté qué había pasado y yo mismo le dije al de seguridad que cómo le iba a pegar así».

¿Defensa propia?

La noche del 1ro de septiembre el patio de Cava Federal estaba al límite de su capacidad. Junior, cumpliendo con trabajo, buscaba controlar el acceso al lugar para evitar que se trasformara en una aglomeración de gente inmanejable. Cuando apareció Baldini, no era la primera vez en esa misma noche que alguien no había entendido que el lugar estaba colmado, y que no podía ingresar más gente. En ese contexto, Junior recibe agresiones verbales —que el abogado Martín Bernat califica de «xenófobas y discriminatorias»— antes de recibir un empujón.

«Baldini lo empujó hacia atrás, como metiéndolo en el patio, lo empujó con las manos en el pecho, en las clavículas. Y ahí cuando lo estaba empujando para el patio fue cuando mi compañero le pegó», dice uno de los testigos oculares del hecho. Una persona que sí estaba presente, y cuyo testimonio no se sostiene de supuestos. Junior, un hombre que suele trabajar en el puerto, que no es empleado de ninguna empresa de seguridad ni tiene entrenamiento alguno en artes marciales ni nada parecido, reaccionó a reiteradas agresiones verbales y físicas golpeando a Pablo Baldini, con el terrible resultado de que éste caiga hacia atrás e impacte su cabeza contra el piso.

¿Se excedió esta persona en el uso de la fuerza? Puede ser. Pero no se trata, como se intentó instalar en los medios, de una agresión salvaje e injustificada de un «patovica», sino del resultado de un altercado provocado por una persona que no toleró que un simple empleado, un inmigrante, un hombre trabajador, le dijera un simple y sencillo «no».