Realidad educativa | Tras 120 días de encierro forzoso, Trotta dice que pronto se volverá a las aulas, pero los protocolos necesarios son una verdadera ilusión. Los docentes llegaron al receso con un agotamiento mayor que si hubieran estado en el aula. Los padres, peor aún.
Después de tantos días de confinamiento hogareño obligatorio, y de la suspensión de las clases presenciales, el ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta, explicó que las provincias que transitan la fase 5 con un nivel bajo de circulación de Coronavirus serán las primeras en volver a las aulas. Y que lo harán a partir de agosto, pero este retorno se dará con la implementación de un protocolo de regreso a clases, imprescindible para todos los niveles, de gestión pública y privada.
En una entrevista reciente, el ministro explicaba que la Argentina está pasando por distintas realidades en el impacto del Coronavirus: opinó que las jurisdicciones en donde se respetó el distanciamiento social pudieron hacer un proceso de apertura gradual, reflejado en bares, restaurantes, actividad física y encuentros familiares. “Son las que están en condiciones de tener una escuela diferente”, dijo como si se tratara de un premio. Agregó que en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) no podrán comenzar hasta que no se logre estar en las mismas condiciones.
Recientemente, acordó un pago extra a los docentes de casi $5000, que se abonará en cuatro cuotas iguales: esos trabajadores que de un día para otro se pusieron al hombro el sistema educativo aprendiendo lo que no sabían, y adquiriendo recursos técnicos para poner en marcha plataformas que permitieran dar clase a la distancia. Muchos compraron nuevos teléfonos, o instalaron cámaras web, o adquirieron líneas de internet de mayor velocidad.
Pero ahora, se planea volver a clase. Unicef enumera una serie de consejos para la reapertura de las escuelas con algunas medidas prácticas que las escuelas deberían tomar. Para empezar, dicen desde el primer mundo que habría que escalonar el comienzo y el cierre de la jornada escolar, cosa ya difícil si tomamos en cuenta que en las escuelas de este país los chicos no caben en los edificios. Pero supongamos que sí. Unos entrarían a las 7:30, otros a las 9, otros a las 10. Los padres harían de remiseros toda la mañana, o se mudarían a la manzana de la escuela.
Escalonar las horas de comer, dicen ellos. Esto ya lo tenemos resuelto: en Argentina los chicos van a los comedores escolares por tandas, porque el ese comedor es siempre un salón de clases adaptado y los chicos no caben a la vez. No alcanzan las tazas tampoco.
Proponen mover las aulas a espacios provisionales o al aire libre: increíble en este clima pensar algo así. Quizá en otra provincia sería posible, pero aquí la temperatura a la mañana temprano es de 1°C. Y por último —y no menos descabellado— crear turnos para reducir el número de alumnos por clase: nuestras escuelas públicas ya tienen tres o cuatro turnos. Funcionan en horario de mañana, tarde y vespertino. En algunas, también hay nocturno, simplemente porque conviven varias instituciones en un único edificio: cosas de la pobreza.
UNICEF dice: “El agua potable y las instalaciones de saneamiento e higiene constituirán una parte esencial para reabrir las escuelas de forma segura”, afirmación que factiblemente sirva para quienes enseñan en Bruselas, pero en Latinoamérica, muchas escuelas públicas y privadas tiene problemas puntuales en el aspecto sanitario.
El hacinamiento es una constante. Hay tanques de agua añejos que contaminan el fluido, grietas en los techos y filtraciones, pozos negros y falta de cloacas, falta de vidrios en las ventanas. Quien diga que en la Argentina se puede hacer una escuela burbuja al estilo japonés seguramente nunca pero nunca entró a una escuela primaria o secundaria, donde los alumnos respiran el mismo aire durante cuatro horas y media.
Desconocimiento profundo
Mar del Plata es una ciudad muy fría, y no se pueden abrir las ventanas de las aulas para ventilar a media mañana, porque no hay calefactores eficientes y aquí se sobrevive a calor humano. En muchas escuelas no hay picaportes, menos aún papel higiénico o jabón.
Los baños son deficientes, y no hay productos de limpieza. Es decir que muchos auxiliares apenas tiran un balde de agua por día dentro de cada aula, y poco más. Sobre todo porque en este país, un turno de escuela sale a las 12.30 y el siguiente entra a la una: lo suficiente como para que no se choquen en la puerta. Es decir que —con suerte— las aulas se barren y se juntan los papeles. Siempre que el auxiliar no haya faltado, porque si no vino, queda como está.
Las aulas y pasillos se limpian en profundidad en vacaciones, que son los momentos que se aprovechan para poner limpiador en estas mesas de mala calidad, hechas de fibrofácil con remaches, que en general están rotas. No necesariamente porque los chicos sean peores que los de antes, sino porque los muebles son una estafa. Pero la cuestión es que cuando terminan las clases —en diciembre— los porteros pueden sacar todo a un pasillo y baldear. Dos veces al año como mucho.
El resto del tiempo, en las escuelas públicas no hay más remedio que oler a sucio. No hay otra alternativa, porque no ha habido una real reforma estructural para que el personal de limpieza ingrese cuando los alumnos salen, como en cualquier edificio público.
Plataformas
Pero no cabe duda de que en 2020, la educación ha tenido una prueba de fuego con las estrategias que docentes y directivos han sacado de bajo tierra para hacer frente a la pandemia. Así lo indicó a través de la 99.9 Ariel, un docente de la escuela de Laguna de los Padres, y también de una escuela especial: “nadie está reconociendo el trabajo que realizan los docentes y directivos”, planteó. Luego agregaba: “el trabajo del educador excede enseñar. Estamos armando y entregando bolsones de comida, utilizamos nuestra Internet, nuestros teléfonos. Estamos disponibles a cualquier hora y a nosotros nadie nos ayuda con nada”.
Por supuesto que los docentes son quienes tuvieron que lidiar también con la desigualdad en el acceso a la conectividad que padecen distintas zonas de la ciudad, lo cual quedó en evidencia con la pandemia: “el servicio que tienen muchos alumnos es pésimo. En Laguna de los Padres y en la zona del Alfar hacia el sur, la conectividad es muy mala, por lo que los chicos no pueden recibir las tareas. Nosotros usamos el Classroom, pero anda mal o colapsa, sumado a que tanto los chicos como nosotros estamos aprendiendo a trabajar de esta manera”.
También es necesario tener en cuenta que hay muchos docentes que perdieron trabajos porque las asambleas de cargos no se están llevando adelante: “Son docentes que se quedaron sin su fuente de trabajo, por un sueldo que ya no es el óptimo”.
A todo este contexto, se les agregan las declaraciones ministeriales que indican que en agosto se podría volver a clases, pero Ariel advirtió que eso no será tan fácil: “hay un sinsentido del gobierno cuando hablan del trabajo del docente y cómo quieren volver a las clases. No mandan cloro a las escuelas y quieren reabrirlas en medio de una pandemia. No hay plan de contingencia para el regreso”.
Los inconvenientes no sólo son de ahora, sino que hay que empezar a planificar cómo se trabajará en el futuro: “es un año lectivo perdido y hay que pensar cómo se va a recuperar eso”.
La universidad, por supuesto, es una maravilloso capítulo aparte: muchos profesores han hecho lo necesario para diagramar las estrategias de aprendizaje necesarias a través de videos que el alumno puede reproducir más de una vez hasta comprender una cuestión. Pero, otra vez, no todos los jóvenes tiene la conectividad necesaria para rendir todos los exámenes, y hay alumnos rindiendo parciales con el celular, donde tratan de realizar gráficos y cálculos complejos mientras alguien tiene el tupé de bajarles el mérito. Pibes que viven en hostels, y hay quince estudiantes con dos computadoras.
Muchos se preguntan acerca de la posibilidad de la copia: un examen de educación superior que es copiable está mal formulado. Los docentes deben buscar la manera de generar actividades creativas de manera tal que los alumnos desde sus hogares generen una respuesta auténtica e irrepetible. Eso sí, luego habrá que corregir respuestas que también son únicas, y no pueden verificarse con una planilla de resultados. ¿Y el que no tuvo conectividad? Bueno, se joroba.
En algunos barrios muy carenciados de la ciudad, los padres hacen filas para que un voluntario con celular copie las tareas de cada uno. Y lo hacen cuando se puede, y con la materia que se puede. Hay una estancia cercana donde el único teléfono disponible con acceso a internet es del capataz, que claramente no bajará archivos por Whatsapp web. Hay una escuela primaria donde los docentes planifican modos de acercar la tarea a los hijos de papás analfabetos, porque no hay manera de que las lean, entonces les mandan la explicación solamente con audios.
Los profes de plástica arman videos, pero no muchos porque los nenes no disponen de tantos datos. Muchos solamente graban audios, que gastan menos. O videos a los que se accede por YouTube.
De todo han hecho los docentes de este país. Por su cuenta y como han podido. Los estudiantes universitarios que pasen este año habrán hecho una prueba de vocación. Eso sí, quien diagrame el protocolo de vuelta a clases, que sea un funcionario que haya entrado a la cacha alguna vez. Que sepa cómo son sus baños y como huele el césped. Que sepa cuáles son las medidas del arco. Porque si no…