Una fecha icónica que de tragedia muta a celebración. Cuando menos es extraño que la violación de la institucionalidad y la consecuente noche de horror y miedo que se abalanzó sobre los argentinos pueda celebrarse. El término, utilizado por los sectores políticos y medios, es, en su definición, complejo de comprender. Si se tratase de conmemoración y repudio, sería más asequible para toda la sociedad, no sólo para una facción tan llena de odio que traviste el recuerdo de un pasado atroz en celebratorio: quizá la imagen de Hebe de Bonafini abrazada a César Milani en la Casa de las Madres explique más que mil palabras.
La sociedad argentina estaba harta de la violencia terrorista en 1976. El prestigio del sector militar era enorme, y no se veía socialmente negativo ser parte de las mismas. Nada de eso era percibido por las organizaciones terroristas, que analizaban que el golpe sería funcional a sus propósitos. En esa lógica, aún hoy, los sobrevivientes de la política de noche y niebla mantienen su objetivo de dar a su relato el status de idea única, y en tanto única, incuestionable para las mayorías.
A tanto llega este estadío, plantado insistentemente en los pasados doce años, que Santiago Kovadloff ha señalado: “En el país se ha sacralizado y bendecido la violencia de la guerrilla”, y que “los argentinos siguen estando esencialmente enfrentados y divididos entre réprobos y elegidos”. Kovadloff, ensayista y filósofo, abunda en el criterio: “Quiero subrayar que hoy estamos viviendo un momento en el que el 24 de marzo debe servirnos para entender la asimetría profunda entre los militares que están purgando con justicia su responsabilidad por los delitos cometidos durante esos años y aquellos que, sin tener juicio, han sido castigados con una detención prolongada y profundamente injusta porque, en la medida que no tienen un juicio que los esté condenando, son inocentes hasta que se pruebe lo contrario. Pero sobre ellos ha caído la venganza profunda de un gobierno demagógico, como fue el anterior”.
La voz de Kovadlof es una voz fuerte en el plano filosófico y no discutida en el plano moral, que plantea los conceptos que necesitan ser debatidos si lo que se pretende encontrar justicia y reconciliación, para así dar por concluido el triste episodio presente de usar a la justicia como instrumento de venganza.