Esta no es una editorial formal, sino un texto en primera persona del singular, porque se trata de los hechos vividos en 1976, el año en que se dio el golpe militar más anunciado de la historia. Es un testimonio a nuestros hijos y nietos, que hoy se ven avasallados por una fenomenal maquinaria de propaganda fascista que pretende dejar impuesta una verdad basada en un relato que no se ajusta a los hechos.
El mero registro de la edición sexta del diario La Razón durante los meses precedentes al golpe deja en claro que éste estaba en ciernes, y que su concreción era sólo cuestión de oportunidad. El día 24 de marzo de 1976, ningún medio tituló «Golpe de Estado», sino que ese es un concepto posterior a la derrota de la Guerra de Malvinas. En la tapa de Clarín se leyó «Nuevo gobierno» y, como segundo título, «Calabró entregó la gobernación». El diario «La Tarde», que dirigía Héctor Timerman, decía: «Prestó juramento. Junta militar. Para reorganizar la Nación» y, al costado, «Isabel detenida». La tapa de una edición posterior del mismo medio tituló: «Nuevo Gobierno», seguido de «Comienza una etapa decisiva. Expectativa en lo económico», acompañado de otros titulares como «Carne, con gran rebaja de precios» y «Terrorismo: fue asesinado un alto jefe de la policía».
En la sociedad argentina, en general, la sensación dominante fue de un extendido alivio porque se consentía lo que se dio en denominar una «alternancia cívico-militar». En Mar del Plata, la noche del 24 de marzo de 1976, en el café bar Ópera —colindante con el cine del mismo nombre—, un grupo parroquianos hablaba de esta situación, que bullía en todas las conversaciones. Se trataba de sindicalistas del gremio cinematográfico marplatense. En un momento, entró al bar un hombre llevando en su mano una radio portátil y dijo, elevándola por sobre su hombro, «lo dijo la Carve, la vieja está presa». Se refería a Radio Carve, un medio pionero del Uruguay al cual era clásico escuchar cuando en nuestro país se producían eventos políticos de gravedad o se suprimía la libertad de prensa, algo que ocurrió de manera muy frecuente a partir de la década de 1950 en adelante. Si lo decía «la Carve», era cierto. En la mesa de sindicalistas, nadie se inmutó, porque sabían que no estaban en la línea de fuego.
En 1976, los ataques terroristas de las organizaciones armadas que mataban sin mirar a quién estaban muy alejados de la idea de orden que imperaba como un dato cultural de manera extendida en toda la Argentina, un país de inmigrantes que llegaron a estas tierras escapando de los pogromos, de la guerra, de la muerte y de la desolación. No era una sociedad en armas, sino que sufría los enfrentamientos armados. La inmensa mayoría peronista rechazaba el asesinato de conscriptos y de policías o militares de carrera.
Nadie imaginaba, o sabía de la locura criminal de la política de noche y niebla que puso en marcha el gobierno de facto para darle «solución final» al problema de la guerrilla. Es algo que surgió posteriormente como una voz poderosa luego de la derrota de Malvinas y como consecuencia del asesinato de Elena Holmberg, ya en los años ‘80s. Pero eso, ya es otra historia.