Es una controversia que no cede. La inseguridad ¿es una suma estadística de acontecimientos imprevistos y violentos; o una sensación generada por el carácter expansivo y epidémico que los medios proveen al colocar en el centro de la escena mediática la siniestralidad cotidiana, retratada en detalle y secuenciada hasta el infinito?
Todo este cóctel de delito y castigo tiene en la Argentina una fuerte corriente “garanticida” o abolicionista, según cita el fiscal Oscar Romero, del fuero platense. Líderes de esta postura son el ministro de la Corte Eugenio Zaffaroni, el abogado Alberto Binder y el constitucionalista Roberto Gargarella.
Es precisamente Gargarella quien sostiene que “es usual en América Latina la tendencia a resolver los problemas de injusticia social a través de la justicia o injusticia penal”. Explica que la visión elitista del derecho penal asume que no hay otra salida al problema de la criminalidad que el fortalecimiento de las penas. Advierte que el “populismo penal” es una trampa en la que no debe caer una democracia, pues cuando una mayoría indignada, en nombre de la democracia, exige esa política frente al incremento del delito, pretende que el sistema penal tome cierto color a partir de invocar a las víctimas del delito. “La democracia no sólo es la de los familiares de las víctimas. Ésas son voces, pero no las únicas que determinan el sentido del derecho penal”, agrega el también autor del libro La justicia frente al gobierno.
Gargarella cuestiona el aprisionamiento como única alternativa de punición ante el delito, y sostiene que está probado que hay otras opciones. No explica cuáles son, ni dónde se practican.
Un informe recientemente publicado en el sitio web de la Procuración General de la Corte bonaerense, fuertemente citado en estos días, revela que en 2012 se registraron 685.808 ilícitos en todo el territorio (656.258 que involucran a mayores y 29.550 a menores), lo cual representa un 4,5% más que el año anterior, y un 17% más que en 2007, cuando la Procuración comenzó a difundir estas series estadísticas. El cuadro incluye todas las presentaciones iniciadas en las casi 400 fiscalías que funcionan en los 18 departamentos judiciales de la Provincia. Abarcan tanto los episodios violentos, que golpean sobre los bienes y las personas, como aquellos incidentes menores (hurtos, daños, amenazas) que también terminan en expedientes judiciales.
En Buenos Aires, murieron por hechos delictivos 1.043 personas durante 2012. Dicho de otra manera, hubo un asesinato cada tres días, un número similar al del período anterior (1.034). El departamento judicial de Junín superó el promedio general de aumento de delitos registrados entre enero y diciembre de 2012: tuvieron un incremento del 6,2% con relación al año anterior. De acuerdo con las estadísticas, el último año fueron denunciados 1.166 robos (incluyen los agravados por el uso de armas) y se iniciaron 14 procesos por homicidios. En marzo pasado, Junín vivió una pueblada luego del asesinato de una adolescente de 17 años, ocurrido a metros de una seccional. A los pocos días hubo otro crimen. Los vecinos entonces denunciaron que el distrito era “tierra de nadie”.
Tierra de nadie es la vida de la gente en este país cada día. Tierra de nadie, y lejos de supuestos ideológicos. En el mundo real, y no en el de ficción de esos supuestos ideológicos, esta semana se conoció que fue detenido un sujeto que estaba preso en el penal de Sierra Chica, ubicado a 10 kilómetros de Olavarría, sitio donde el 30 de marzo de 1996 se produjo uno de los motines más cruentos y macabros de la historia carcelaria argentina, con un saldo de ocho presos asesinados y quemados en el horno de la panadería de la unidad. La investigación judicial, a cargo de la Ayudantía Fiscal Descentralizada de General Lamadrid, ha logrado establecer que el ahora detenido asaltaba camioneros en ocasión de sus salidas transitorias en tanto cumplía una condena por asaltos, asesinato y extorsión. Nada controversial, apenas un dato de esta penosa realidad, que tanto se conecta a otros por el estilo, y que hacen al sufrimiento nuestro de cada día. Cerca del infierno, lejos de los códigos y sus cuestionables interpretaciones.