Todo va en el sentido de entender que hay una voluntad de cambio expresada en las urnas que, al realizarse los próximos comicios y cerrar el capítulo eleccionario a nivel presidencial, hará que el mapa político de la Argentina tenga no sólo otro color sino otro sentido en cuanto al desarrollo de la política en general.
Los hechos recientes ocurridos en Chaco, donde un dirigente piquetero pretendía impedir el ingreso de Mauricio Macri a la provincia, la campaña sucia lanzada al extremo de un ministro jugando a agitar el miedo a morir de cáncer por falta de asistencia médica del Estado son, quizá, puntos altos de una histeria propia del fin de un gobierno autocrático y no de un gobierno legítimamente electo por el 54% de los votos, como lo ha sido el de Cristina Fernández.
Hay datos duros en el día a día de la sociedad: Scioli amplió en el conteo final su diferencia sobre Mauricio Macri; no obstante, su comportamiento es el propio del derrotado. Peor aún: del derrotado groggy que no atina a dar los pasos necesarios para recuperar la compostura.
Hay ciertos aspectos de la coyuntura que deben ser sometidos a escrutinio. El decisorio de la Corte que determina que las subrogancias en la Justicia son inconstitucionales (ilegítimas), es un paso adelante en proveer asertividad jurídica al conjunto social, que pide un ejercicio ejemplar de acción judicial hacia un poder que percibe intocable. La maniobra de esta última semana de designar dos auditores militantes, Julián Álvarez y el ex presidente del Banco Nación Juan Ignacio Forlón, como directores de la Auditoría General de la Nación, es reveladora del nivel de histeria que impera. Tal como señalara el actual titular de ese organismo, Leandro Despuy, lo que se evaluará y determinará en 2016 es el desempeño del Gobierno saliente -,ergo, el de Cristina Fernández-, no el del futuro Gobierno, que recién comenzará a ser auditado en 2017. Ambas designaciones son sólo otro paso de comedia, sin otro objetivo que dar señales de poder hasta el último momento.
La decisión soberana del 22 de noviembre abrirá un capítulo nuevo en más de un sentido. Un puñado de figuras políticas verá ese día el inicio de su propio camino hacia el poder. Tanto Sergio Massa como Florencio Randazzo dan por muerto al “kirchnerismo”, y se ven a sí mismos como reconstructores del peronismo, un partido hijo de los coroneles del GOU y los partidos conservadores dueños del poder en la década infame que le signaron a este movimiento su matriz fuerte y vanidosa, una que lo lleva a entenderse a sí mismo como la propia Argentina y la única razón y esencia del ser nacional. No podría haber una contradicción mayor de esta naturaleza con la idea de construir república.