Las recientes declaraciones de Estela de Carlotto y las del politólogo Atilio Borón cubrieron el arco progresista vernáculo, estableciendo con claridad el verdadero orden de su pensamiento y su auténtica profesión de fe ante la democracia como forma de gobierno. Ambos dejaron caer sus caretas formales cual escena de teatro griego, para decir, con absoluta ferocidad verbal, que entienden que sólo lo que ellos ponderan como correcto y popular merece respeto.
El brulote de Carlotto, al señalar ante la Legislatura tucumana “pudimos con Videla, cómo no vamos a poder con Macri”, no es sólo una falta de respeto, sino que roza lo anti democrático. Carlotto, ni inocente ni casualmente, retoma la figura retórica que dice en la versión de la calle “Macri, sos la dictadura”, puntal de la resistencia que lidera la ex presidenta Cristina Fernández en redes sociales, en operación de acoso y derribo de la actual gestión presidencial.
Las afirmaciones de Borón desnudan el pensamiento de la izquierda, que calla religiosamente ante la criminalidad del régimen de Nicolás Maduro -son ya sesenta los manifestantes muertos- mientras sostiene la injerencia de los Estados Unidos como actor central del movimiento opositor que reclama elecciones libres. Borón le pide a Maduro que saque los tanques a la calle y aplaste la protesta de una vez. En su blog personal, señala: “La única actitud sensata y racional que le resta al gobierno del presidente Nicolás Maduro es proceder a la enérgica defensa del orden institucional vigente y movilizar sin dilaciones al conjunto de sus fuerzas armadas para aplastar la contrarrevolución y restaurar la normalidad de la vida social”. El texto no utiliza la palabra “aniquilar” que incluía el mandato legal del gobierno constitucional de Isabel Martínez viuda de Perón, pero pide el “aplastamiento total”, equivalente lingüístico que no da lugar a demasiados matices.
Sin sus caretas habituales, Carlotto y Borón se han mostrado como son, individuos que bajo un aspecto educado y culto apelan a la violencia cuando sus intereses están en juego. Carlotto reaccionó cuando en campaña, en 2015, Mauricio Macri habló del “curro de los derechos humanos”. Reacciona también cuando en cumplimiento de la ley, se les otorga a condenados mayores de setenta años o con grave enfermedad el instituto de la detención domiciliaria. No dar estos beneficios que prevé la ley es violencia institucional y violación de los derechos humanos (así lo ha subrayado la incluso Graciela Fernández Meijide). Lo que irrita a Carlotto no es Macri, al que acusa y pretende demonizar emparentándolo con Videla. El motivo de su irritación es la ley, que busca se aplique a su particular modo de ver.
Al igual que Borón, los buenos modales de Carlotto esconden una violencia que, de tener el espacio político necesario, caería sobre el conjunto de la sociedad. Sin máscaras, ambos exponen sus miserias de un modo que ya no deja nada librado a la suposición especulativa.