Hoy el mundo mira admirado a China por la cuasi erradicación del Coronavirus conocido como COVID-19. Al 11 de enero, cuando se dio la voz de alarma mundial, se llevaban semanas de contagio, ya que las autoridades no detuvieron el masivo movimiento de miles de millones por la celebración del nuevo año chino.
El mundo se admiró de ver cómo se construyó en tiempo récord un nuevo hospital para 10 mil pacientes. Lo que hay que apuntar es que ese hospital se construyó porque en Wuhan no había hospitales, ni equipos, ni medicamentos, ni mascarillas, ni gel, ni nada de nada.
El silencio que impone el régimen y la masiva vigilancia de su población, que llevó al castigo de los médicos que alertaban sobre lo que ocurría, es un factor que se debe computar para analizar los hechos. Sin censura, es altamente probable que el virus de Wuhan hubiera sido un evento local controlable.
La curva de aprendizaje también dice que hay que mirar a China en toda su dimensión global: es tan alto el nivel de interacción que existe entre este país y el resto del mundo, que derramó el virus literalmente a los cinco continentes con una velocidad que sólo es concebible en esta era: la velocidad del jet.
Hoy, Italia y España están en el centro de la escena. Un dato más de la curva de aprendizaje es que estas naciones, citadas como del primer mundo —y en particular Italia—, no tienen, fuera de los grandes centros urbanos, el equipamiento necesario para enfrentar situaciones de este tipo. De hecho, su estándar es casi del tercer mundo, a punto tal que la ayuda médica llega a Italia desde China en estas horas: un avión cargado con 30 toneladas de material médico y un equipo de nueve expertos que ayudarán a tratar a los infectados por el COVID-19. La ayuda china ha sido celebrada por el gobierno italiano que ve tristemente cómo sus socios políticos no le han tendido en nada la mano ante esta grave situación.
El mundo ha pasado por crisis similares con anterioridad. La última vez que la Organización Mundial de la Salud declaró una pandemia fue hace una década, con el virus de la gripe A o H1N1, que afectó a unas 400.000 personas y mató a unas 18.300. El 10 de agosto de 2010 la OMS anunció el fin de la pandemia, habían pasado 14 meses. La H1N1 tuvo una mortalidad baja en contraste con su amplia distribución.
En Argentina, el especialista Daniel Stamboulian señala: “Yo nunca me voy a olvidar que en el 2003, con el SARS, estábamos preocupados por lo que pasaba en algunos países de Europa y, de pronto, apareció un número importante de casos en América, sobre todo en Canadá. Y allí aprendimos qué cosas son importantes para disminuir la posibilidad de la transmisión del Coronavirus. Por ejemplo, los canadienses le daban mucha importancia al lavado de manos. Ellos hicieron una investigación de cuál es el porcentaje de gente, por ejemplo en Toronto, que se lavaba las manos. Después del trabajo que ellos hicieron, encontraron que el 90% se lavaba las manos. Pero en (aeropuerto) Kennedy (en EEUU), hicieron un estudio y sólo el 25% se lava las manos”.
No hay razón para esta histeria. Se toman decisiones populistas sobre algo que se debería controlar con racionalidad y sin medidas extremas, sólo por copiar lo que ocurre en otros países. Higiene básica, control de temperatura y una cierta lejanía entre individuos debería ser el eje para controlar una situación que, por grave, no es un maleficio bíblico.