Dicen que los mundiales son el momento exacto que utiliza el poder para impulsar cambios en sociedades anestesiadas por el embrujo global de la mística del deporte que mueve multitudes orbi et orbi. Dicen que cuando un mundial llega a su cénit, las sociedades pierden su cordura y los gobernantes hacen y deshacen a su parecer. Sin embargo, lo que ocurre en la Argentina es el resultado del flujo de acciones humanas que involucran la acción, la omisión, el temor, la necesidad del cambio, la necedad, y la falta de cohesión política en torno a objetivos comunes que saquen económicamente al país del “día de la marmota”.
Desde la caída del programa de José Ber Gelbard —llamado “Inflación Cero”, que colapsó en el denominado “Rodrigazo”—, todos los intentos de ordenar el déficit fiscal, origen sistémico de la alta inflación, han fracasado. Nunca ha sido, como insisten los medios, que “el dólar sube”: lo que ocurre es que la moneda argentina pierde valor ante la moneda de reserva que eligen los argentinos, la divisa norteamericana.
Los eventos de estos días, que condujeron a la renuncia de Federico Sturzenegger a la titularidad del Banco Central, son la consecuencia de marrar en la praxis del manejo de la correlación entre mercados financieros, ingresos de divisas y expectativas de referencia de valor del peso frente al dólar. En la Argentina no hay una corrida bancaria, como a la salida de la convertibilidad; la situación es ciertamente diferente. En 2001, todo argentino que depositaba pesos, tenía dólares por ley, una pócima mágica que se desgranó ante la inflexibilidad del directorio del FMI de esos años, liderado por Anne Krueger. Sin embargo, fue el secretario del Tesoro de USA, Robert O’Neill, quien grabó en piedra su concepto de “no pondremos en riesgo el dinero de los plomeros y carpinteros de los Estados Unidos”. No fueron los argentinos, claro está, quienes lo hicieron, sino la especulación financiera de las compañías americanas, que siete años después hicieron estallar el planeta con un fraude hipotecario como jamás el mundo había conocido.
Efectivamente, Argentina vuelve al FMI con un plan que su jefa, Christine Lagarde, insiste en señalar que ha sido íntegramente diseñado por los argentinos y tiene el propósito de proteger a los más desposeídos. Quizá más importante que quién diseñó el programa sea señalar que la asunción de Luis Caputo, de directa relación con el presidente Macri, a la titularidad del Banco Central, trae consigo la buena noticia de la designación de Gustavo Cañonero, un argentino con kilometraje internacional y un paso por organizaciones internacionales del mundo financiero que tiene en claro de qué se trata lo que se ha firmado, y anuncia un segundo término que en poco tiempo debe dar señales para construir un consenso diferente que le dé coherencia fiscal al programa de gobierno.
Con o sin Mundial, lo que está en proceso era lo que debía pasar, y obvio es, lo que se debía enfrentar.