Esta semana, el mundo entró en shock: no fue a causa de la resolución del drama de la etnia rohynga, ni por la apertura de las fronteras de la Unión Europea a todos aquellos que huyen de la miseria en el Africa subsahariana. Tampoco por la decisión de iniciar acciones bélicas que terminen con ese monstruo denominado ISIS. El dolor, la miseria, el sometimiento por la fuerza, la decapitación y la violencia sexual no son el motivo del estupor, sino que el mundo gira en estos días en torno a una acción de justicia global de los Estados Unidos encabezada por la fiscal general de ese país, para “terminar con la corrupción en la FIFA”.
Estados Unidos, que no reconoce al Tribunal de La Haya para crímenes de lesa humanidad, hace una extensión de una ley doméstica, la Ley Rico, para encarcelar a dirigentes del mundo del fútbol y empresarios que llevan sus actividades principales en terceros países, lejos de la Unión americana. Y todo ello a horas nada más de la elección de una nueva presidencia de la FIFA, que por quinta vez ungió al suizo Sepp Blatter.
Para entender cómo la justicia de los Estados Unidos pide y obtiene órdenes de detención de la justicia suiza sobre siete ciudadanos extranjeros, hay que prestar atención a los términos en los que la Fiscalía General de EEUU entiende su competencia: basta con que hayan existido negociaciones en su territorio o que un mail con términos que den a pensar en acuerdos espurios haya pasado por un servidor en territorio de ese país, para que la justicia allí se crea competente. ¿Qué implica esto? Que si dos personas acuerdan una negociación por medios electrónicos -mail, mensajería o correo interno de Facebook, por caso- y la comunicación pasa por un servidor que se encuentre en Estados Unidos, la justicia de dicho país intervendrá, aunque los hechos de carácter concreto ocurran en otra nación, fuera cual fuere.
La aplicación de la Ley Rico urbi et orbi parece como una nueva definición del concepto estadounidense de ser no ya la policía global, sino la ley global. El triunfo de Blatter en medio de esta blitz mediático/judicial/política revela que lo que está en juego no son sólo los miles de millones que maneja el mundo del fútbol sino también una nueva tensión política global que involucra a viejos y nuevos enemigos a lo largo de la historia.
En el plano doméstico, da pena infinita la miserabilidad de muchos actores que vieron en esta coyuntura la posibilidad de ir por quien nunca pudieron ir en vida: Julio Grondona. Aun ausente, su figura se agranda ante quienes son sus patéticos cuestionadores: Daniel Vila y sus perros mediáticos, y el damero de excluidos de los negocios del fútbol, que hablan de la moral del otro sin mirarse un segundo al espejo. No hay uno de estos parlanchines a sopa boba del poder que hubiera podido en vida -y no pueden hoy, ya muerto el ferretero de Berazategui- dar la talla de quien sostenía, más por zorro que por viejo, que “todo pasa”.