El ataque a la Catedral de los Santos Pedro y Cecilia en Mar del Plata no puede ser visto como un hecho aislado: es parte de un conjunto de manifestaciones de odio que golpean a diario a la cristiandad católica en todas partes del mundo. También es un escenario que no debería desvincularse sencillamente de la situación de violencia vivida en el colegio San Antonio María Gianelli.
El obispo Antonio Marino, en declaraciones a la radio 99.9, señaló: “Es una ofensa a Jesucristo, en primer lugar, representado en el templo, y a la comunidad que cree en Él. Cuando pienso quién es el mayor perjudicado en todo esto, la respuesta es siempre la misma: el peor perjudicado es la misma persona o personas que cometieron este grave delito o pecado. Reaccionamos como cristianos, hiriendo la conversión del corazón. En cierto sentido, ignoran lo que hacen”. Es obvio que ignoran la cuestión profunda de la fe, pero actúan en el plano de la conciencia de quien hace daño a sabiendas. Serán dos tipos de conciencia, pero no se les puede conceder la gracia de relevarlos de sus responsabilidades, que caen a pleno en el Código Penal.
El obispo Marino también manifestó: “Hay una persecución a los cristianos, y se ve en todas partes. Hoy, Occidente no toma conciencia de que hay muchos cristianos católicos que sufren graves persecuciones y mueren cotidianamente. Hay una persecución ideológica, más sutil, y hasta verdadera discriminación”. Aquí hay un toque de diana que debe tenerse en cuenta.
El 22 de septiembre de este año, dos extremistas musulmanes suicidas perpetraron atentados consecutivos en la iglesia católica De Todos los Santos, en Peshawar, al norte de Pakistán, causando la muerte de 78 personas y cerca de 110 heridos. De acuerdo a las autoridades, éste constituye el ataque más grave realizado contra la minoría católica en Pakistán. Una facción talibán se adjudicó el atentado, y amenazó con seguir atacando a las minorías religiosas del país hasta que Estados Unidos cese los ataques con vehículos aéreos no tripulados en zonas remotas del país.
El jefe de Policía Mohammad Ali Babakhel dijo que el ataque tuvo lugar al término de la misa, cuando los dos terroristas abrieron fuego contra los guardias de seguridad que vigilaban la iglesia, matando a uno e hiriendo a otro. Tras pelear con algunos fieles, uno de los terroristas detonó la primera bomba, al verse rodeado por la policía. Al poco tiempo, en el interior de la iglesia, se produjo la segunda explosión.
Este es un ejemplo de los muchos que ocurren a diario y que en nuestro país ha tenido, en estos años y de la mano de las organizaciones que se autodefinen como luchadoras por los derechos humanos, una fuerte acción denostativa, que apunta a la Iglesia Católica excluyentemente.
Hay una prédica que abreva en la historia, en el medioevo y la Inquisición, las cruzadas, la vinculación de estamentos de la Iglesia con el poder de turno y los debates sobre celibato, matrimonio, aborto, y divorciados. Excepción hecha del celibato, las otras cuestiones son comunes a todas las confesiones, no obstante siempre se tratan o meritúan como conflictivas para la Iglesia católica.
Es obvio que hay que ir por un cambio de escenario que aleje el odio, abra canales al debate y aleje a los violentos y sus excusas para causar daño y dolor. Quien no respeta los símbolos de una comunidad, cualesquiera fuesen, busca por la violencia imponer su propio poder. Y esa es una lección que ya deberíamos tener por bien aprendida.