El pulso soberanista de Cataluña destapó una caja de Pandora de consecuencias impredecibles. Pero detrás de Carles Puigdemont, el rostro más conocido del Gobierno catalán, hay dos grupos que cuando menos se merecen ser visibilizados por su rol y su responsabilidad en los hechos que hoy conmueven a España e inquietan al mundo.
Hay una foto que resume muy bien lo que está pasando por debajo en Cataluña. En ella se ve a la dirigente de la CUP Anna Gabriel sonriente al ver el despliegue policial en una charla suya a favor del 1-O. Y exhibe una sonrisa casi candorosa, aunque con su deje de picardía está diciendo: “ya los tengo donde quería”.
Por supuesto, el mensaje va dirigido al Gobierno de España. Pero muchos saben ya que Carles Puigdemont debería preocuparse casi más que Mariano Rajoy al ver esa sonrisa publicada en la prensa. Anna Gabriel es la cabeza visible de la CUP, formación heredera de los anarquistas que quitaron el sueño al presidente Lluis Companys a partir de julio de 1936. El gobierno de Cataluña se había puesto difícil, y Companys acabó dirigiendo los destinos de los catalanes el poco tiempo que Francisco Franco tardó en ganar la guerra.
Estos mismos militantes hicieron arder a Barcelona en 2016, enfrentándose con la policía catalana. Estos hechos casi no referidos por la prensa fuera de España, se dieron con particular violencia. Señalaban los diarios españoles por aquellos días estremecidos del pasado año: “El barrio de Gracia, en Barcelona, ha vuelto a ser escenario de enfrentamientos, en donde siete Mossos d’Esquadra han resultado heridos en los enfrentamientos con los colectivos okupas. Siete integrantes de la fuerza fueron hospitalizados sin que en definitiva los okupas, rostro visible de la movida anarquista, recibieran punición alguna por parte de la justicia en Cataluña”. En la marcha de esos días, los diputados de la CUP Anna Gabriel y Eulalia Reguant, así como los concejales María José Lecha y Josep Garganté, aseguraban haber sido golpeados por la policía, y colgaban fotos de su piel enrojecida, según dijeron, por el impacto de las porras sobre sus espaldas.
2016. 2017. La historia continúa y se replica a sí misma, con los mismos actores de un lado y de otro, mientras el mundo mira entre confundido y ansioso el devenir de un intríngulis político que tiene mucho de fanatismo y poco de racionalidad republicana.