Unido al fenómeno de la pandemia, vino un envalentonamiento del poder que bajó, de los actores políticos, a las fuerzas de seguridad. Siempre que los que ejercen el poder agitan el verbo, los de abajo se muelen a palos. El lenguaje del poder es determinante en el esquema de las fuerzas de seguridad, y la tensión entre poder de acción de los individuos en armas y los ciudadanos, es una constante en flujo y reflujo, a lo largo de las eras.
Cuando muta el poder, mutan las fuerzas de seguridad en torno a las circunstancias que ese cambio ofrece. La llegada de Sergio Berni al Ministerio de Seguridad bonaerense trajo un mensaje de fuerza política trasmitido de modo directo en la imagen y los gestos del funcionario, que hace un rol de duro y se visualiza como la expresión de lo que el ciudadano de a pie espera del Estado ante el crimen.
No obstante estas imágenes, el crimen se ha disparado en la provincia de Buenos Aires. Hay un retroceso que se intenta explicar discursivamente. El propio gobernador alegaba que párrocos villeros afirmaban que la única que le quedaba a los jóvenes pauperizados era la de ser “soldaditos” del narcotráfico.
En este escenario, la desaparición de Facundo Astudillo Castro es una piedra en el zapato del gobierno y plantea un escenario político frustrante en el que los servicios policiales han sido colocados en la posición de actuar como aduanas interiores, convirtiendo a cada ciudadano en sospechoso de desatar la pandemia y provocar que se llenen las calles de cadáveres como en Ecuador, en palabras del ministro de Salud de la provincia, Daniel Gollan.
Ante ese panorama, cada transeúnte, cada viajero, cada ciudadano se transformó en el potencial responsable de la profusión maligna del virus asesino. De allí se pasó al empoderamiento activo de exigir la documentación para circular, con lo que se gestó un espacio de poder al estilo de las fronteras interiores de los regímenes totalitarios.
La desaparición de Facundo aún no tiene la atención de los medios metropolitanos como sí la tuvo la de Santiago Maldonado. Hay crónicas de cobertura, pero no presión mediática. Los mismos que pedían la renuncia de Patricia Bullrich y hablaban del “primer desaparecido de Macri”, hoy se cuidan de citar al ministro Berni y ni se les pasa por el teclado señalar que se trata “del primer desaparecido de Kicillof”, aunque claramente sí es el segundo desparecido de la corriente nacional y popular que lidera Cristina Elisabeth Fernández viuda de Kirchner. El primero, obvio es, fue Julio López.
Según señala una cuidada reseña de Clarín al respecto de Facundo, este integraba “el grupo de Jóvenes con Memoria de Villarino”. Cita el medio: “participó en la elaboración del primer libro sobre desaparecidos en el distrito y viajó a Chapadmalal a un encuentro provincial. Le interesaba mucho ese tema y la violencia institucional”. Sólo en tono de hipótesis, Facundo fue interceptado en un control al que llegó sin papeles que autorizaran su traslado a Bahía Blanca. ¿Cuál fue su reacción, y cuál fue la reacción de los uniformados empoderados por el discurso del poder? Un combo fatal, cuya presunción crece en tanto se suman los días sin que aparezca y hasta ya sus abogados piden que «se halle el cuerpo», dando por descontado un trágico final.