Dos crímenes, un mismo odio

La muerte por asesinato de Iryna Zarutzka de 23 años, ucraniana que, huyendo de la guerra, vivía en Estados Unidos, por parte de Decarlos Brown quien le atestó una puñalada en el tren interurbano de la ciudad de Charlotte en Carolina del Norte; y el asesinato de Charlie Kirk, un hombre joven, ídolo de la derecha estadounidense, de un disparo que le atravesó la sien ante miles de personas; abrieron el debate sobre la violencia política y la crueldad imperante en esta época.

Son dos casos distintos, pero con un escenario de coincidencias dado que ambos ocurren en Estados Unidos y marcan aspectos de la vida pública de ese país en los últimos setenta años. El asesinato de Kirk está en línea con la larga tradición de asesinatos políticos que sacudieron la vida de los Estados Unidos con las muertes de los hermanos Kennedy y los activistas negros Martin Luther King y Malcom X.

La muerte de Iryna Zarutzka —aunque se ha forzado comunicacionalmente el presentarlo como un crimen de odio— tiene que ver con la salud mental y el desquicio que las leyes que regulan la atención de la misma provocan en el mundo: una conversación telefónica de Decarlos Brown con su hermana devela que estaba en el medio de un delirio sicótico. En declaraciones a los medios en Charlotte, la mujer reveló que su hermano debía estar hace mucho internado en una institución, a lo cual el sistema de salud pública de la ciudad se había negado.

Estas muertes ponen sobre el tapete dos discusiones múltiples: la del debate de ideas y el riesgo de enfrenar la muerte por ello, y la falacia de entender que las drogas y sus consecuencias sobre la salud mental son una decisión de cada individuo. Ambas cuestiones han estado en el centro de la diatriba pública sin que se halle un camino para acercar posiciones.

La llamada «agenda woke» enrareció el debate, promoviendo movimientos como ANTIFA y tiñó de violencia al discusión de ideas y formas de actuar en la sociedad. Occidente se autodestruye en el debate de esta agenda en tanto naciones totalitarias se jactan de estar fuertemente estructuradas y no sufrir estas negatividades sociales  que impactan políticamente.

Si bien nada es tan lineal, las naciones occidentales deben hallar un camino que recupere el control público sobre la gestión de la salud mental, hoy fuertemente afectada no sólo por las drogas, sino por la acción violenta que alimenta odios desde el discurso en individuos aparentemente sanos y en su juicio, como es el caso de Tyler Brown, asesino de Charlie Kirk, de 22 años que no presentaba ningún signo evidente que pudiera hacer pensar o presumir dicha conducta criminal.

Si bien la violencia es inescindible de la historia de la humanidad, estos hechos suelen marcar signos en cada época. Y esta época de prosperidad económica global como nunca antes conoció la humanidad en un contexto de altísimo desarrollo tecnológico, impulsa a actos y consecuencias de repercusiones no medibles en el tiempo.