En el lenguaje está la clave de lo que ocurre. El lenguaje anticipa lo que viene. Suele decirse que «a las palabras se las lleva el viento». Las palabras definen al sujeto, su propósito y su accionar.
Esto es peculiarmente visible en el lenguaje del poder. El lenguaje de la violencia precede a los hechos. Siempre que alguien recurre a la violencia, ese accionar estuvo precedido por la palabra. Puede ser violencia domestica, amenazas entre grupos enfrentados por pasiones deportivas, o acciones políticas concretas.
Es absurdo decir que nadie podía imaginar la Shoah. Estaba claro que Adolf Hitler y los partidarios del Fürher harían todo lo posible para eliminar a la población de confesión judía. De lo más profundo de la mitología germánica encontraron elementos que alimentaron la ira contra aquellos a los que atribuyeron el carácter de responsables de sus males.
Ese lenguaje hoy está en boca de los líderes del Islam. No sólo de los grupos extremos, como tiende a creerse, sino de los líderes de Arabia Saudita e Irán, máximos reclamantes de la necesidad de exterminar el estado de Israel y a todos aquellos que lo habitan.
A consecuencia del ataque con cohetes lanzados por la organización terrorista Hamas sobre el estado de Israel, se dio en Argentina una curiosa conducta que implicó, fundamentalmente, a las organizaciones políticas de izquierda, llegando al extremo de que, desde su banca de diputado, el dirigente de izquierda Carlos Giordano exigiera la desaparición del mismo.
Si bien hay expresiones críticas de la DAIA y del ex secretario de estado para los Derechos Humanos Claudio Abruj, la respuesta política a tremendo requerimiento ha sido de baja intensidad. Se escucha “son sólo palabras”. Palabras de ignorancia y odio.
No menor es la definición que lanzó el canciller Felipe Sola. Según el canciller: “Gaza se parece a La Matanza, y los judíos son más inteligentes y tienen más armamentos que los palestinos”. Sino fuera un grotesco trágico, valdría una risotada tanta ignorancia. La cuestión al respecto de la inteligencia israelí se parece a un cargo de imputación inversa por el cual se es culpable por lo que se posee. No es menor dar por sentado que la población de la franja de Gaza es de menor inteligencia y deben ser protegidos de su propia falta de inteligencia.
Sería algo así como una extensión de la política de los barones del Conurbano, que mantienen a la población en pobreza extrema para manejarla a conveniencia. Solá habla desde su provincianismo patético, pero sus palabras son una pista de lo que cree: que Israel es poderoso, y Palestina es débil y debe ser protegida.
No es diferente del criterio aplicado al crimen en el país, en donde la filosofía dominante dice que el culpable de la existencia de violencia delictual es del que tiene. El que posee es culpable. Las palabras definen y anticipan los hechos.