El sueño multicultural europeo al límite

El sueño multicultural europeo ha llegado a su límite, que no es precisamente el cielo. El precio de obviar sistemáticamente las profundas incompatibilidades de las culturas occidental e islámica.

Tal como anticipara Oriana Fallaci en sus imperdibles textos «La rabia y el orgullo» y «La fuerza de la razón», Europa no entendía —y, aún hoy, amplios sectores no entienden— la imposibilidad de intentar establecer un proyecto multiculutral que permita que estos paradigmas incompatibles, estos modos de vida tan distintos, convivan.

Menos aún, cuando el denominado «Islam radical» ha ganado esta partida, al tiempo que ya son millones los que escuchan el llamado de la Yihad.

Decía Fallaci en «La rabia y el orgullo»: «Intimidados como están por el miedo de ir a contracorriente o parecer racistas (palabra inapropiada porque como resultará claro el discurso no es sobre una raza, es sobre una religión), no entienden o no quieren entender que aquí está ocurriendo una Cruzada al Revés. Acostumbrados como están al doble juego, cegados como están por la miopía, no entienden o no quieren entender que nos han declarado una guerra de religión. Promovida y fomentada por una facción de aquella religión, puede ser, (¿puede ser?), pero de religión. Una guerra que ellos llaman Yihad: Guerra Santa. Una guerra que puede ser (¿puede ser?) que no aspire a conquistar nuestro territorio, pero mira a la conquista de nuestras almas. A la desaparición de nuestra libertad, de nuestra sociedad, de nuestra civilización. Es decir, al aniquilamiento de nuestra manera de vivir o de morir, de nuestra manera de rezar o no rezar, de pensar o no pensar. De nuestra forma de comer y beber, de vestir, de divertirnos, de informarnos… No entiendes o no quieres entender que si no nos oponemos, si no nos defendemos, si no luchamos, la Yihad ganará». Hoy, esta mirada no ideológica de la realidad, resulta premonitoria.

Con una lucidez apabullante ya hace dos décadas, y que hoy se vuelve aún más intensa, decía: «Para empezar, me molesta hablar de “dos” culturas. Es decir, ponerlas en el mismo plano como si fueran dos realidades paralelas: dos entidades de igual peso y de igual medida. Porque detrás de nuestra civilización está Homero, está Sócrates, está Platón, está Aristóteles, está Fidias. Está la antigua Grecia con su Partenón, su escultura, su poesía, su filosofía, su invención de la Democracia. Está la antigua Roma con su grandeza, su concepto de la Ley, su literatura, sus palacios, sus anfiteatros, sus acueductos, sus puentes, sus calles. Hay un revolucionario, aquel Jesús muerto crucificado que nos enseñó (y paciencia si no lo hemos aprendido) el concepto de amor y justicia. Hay también una Iglesia que nos puso la Inquisición, de acuerdo. Que nos torturó, nos quemó mil veces en la hoguera. Que durante siglos nos obligó a esculpir o pintar sólo Cristos y Santos y Vírgenes, que casi me mató a Galileo Galilei. Lo humilló, lo silenció. Pero ha dado también una gran contribución a la Historia del Pensamiento, esa Iglesia. Ni siquiera una atea como yo puede negarlo. Y después está el Renacimiento. Está Leonardo da Vinci, Michelangelo, Raffaello, Donatello, etcétera. Por ejemplo, El Greco y Rembrandt y Goya. Hay una arquitectura que va bien allende de los minaretes y de las tiendas en el desierto. Está la música de Bach y Mozart y Beethoven, hasta llegar a Rossini y Donizetti y Verdi and Company. (Esa música sin la cual no sabemos vivir y que en la cultura o supuesta cultura islámica está prohibida. Pobre de ti si silbas una cancioncilla o tarareas el coro de Nabucco. “Como máximo puedo concederle alguna marcha para los soldados?”, me dijo Jomeini cuando afronté el asunto). Finalmente está la Ciencia y la tecnología que de ella se deriva. Una ciencia que en pocos siglos ha cambiado el mundo. Ha realizado sortilegios dignos del mago Merlín, milagros dignos de la resurrección de Lázaro. Y Copérnico, Galileo, Newton, Darwin, Pasteur, Einstein (digo los primeros nombres que se me ocurren) no eran precisamente secuaces de Mahoma. ¿O me equivoco? El motor, el telégrafo, la electricidad, el radio, la radio, el teléfono, la televisión no se deben precisamente a los mullah y a los ayatollah. ¿O me equivoco? El barco de vapor, el tren, el automóvil, el avión, las naves espaciales con las cuales hemos ido a la Luna o a Marte y en el futuro iremos Dios sabe dónde, lo mismo. ¿O me equivoco? Los trasplantes de corazón, de hígado, de pulmón, de ojos, los tratamientos para el cáncer, el descubrimiento del genoma, ídem. ¿O me equivoco? Y aunque todo eso fuese algo para tirar a la basura (cosa que no creo) dime: detrás de la otra cultura, la cultura de los barbudos con la sotana y el turbante, ¿qué hay?».

Continúa: «Si este Corán es tan justo y fraternal y pacífico, ¿cómo se explica la historia del Ojo-por-Ojo-y-Diente-por-Diente? ¿Cómo se explica la historia del chador y del burkah, o sea la sábana que cubre el rostro de las musulmanas más desgraciadas, de manera que para echar un vistazo al prójimo las infelices deben mirar a través de una minúscula rejilla colocada cerca de los ojos? ¿Cómo se explica la poligamia y el principio de que las mujeres cuentan menos que los camellos, que no pueden ir a la escuela no pueden ir al médico, no pueden hacerse fotografías, etcétera, etcétera? ¿Cómo se explica el veto a las bebidas alcohólicas y la pena de muerte (¡de muerte!) para quien las consume? ¿Cómo se explica la historia de las adúlteras lapidadas o decapitadas? (Los adúlteros, no)».

La pluma de Fallaci debió abrir un espacio de debate y reflexión, pero no: la idiotez cognitiva eligió un relato falaz que hoy escuece al mundo.