La filípica partió de la Conferencia Episcopal Argentina, e inquieta al Gobierno, que todo lo percibe en un contexto confrontativo. El documento señala: “Son numerosas las formas de violencia que la sociedad padece a diario. Muchos viven con miedo al entrar o salir de casa, o temen dejarla sola, o están intranquilos esperando el regreso de los hijos de estudiar o trabajar. Los hechos delictivos no solamente han aumentado en cantidad sino también en agresividad.Una violencia cada vez más feroz y despiadada provoca lesiones graves y llega en muchos casos al homicidio. Es evidente la incidencia de la droga en algunas conductas violentas y en el descontrol de los que delinquen, en quienes se percibe escasa y casi nula valoración de la vida propia y ajena. La reiteración de estas situaciones alimenta en la población el enojo y la indignación, que de ninguna manera justifican respuestas de venganza o de la mal llamada “justicia por mano propia”. La creciente ola de delitos ha ganado espacio en los diversos medios de comunicación, que no siempre informan con objetividad y respeto a la privacidad y al dolor. Con frecuencia en nuestro país se promueve una dialéctica que alienta las divisiones y la agresividad”.
Esa violencia está presente en cada día de nuestra vida social. Son los delitos económicos no punidos, las riquezas mal habidas exhibidas escandalosamente, y la prédica claramente disolutoria del estado de derecho como esencia del cuerpo democrático de la nación.
El texto extenso insiste: “Todo lo que atenta contra la dignidad de la vida humana es violación al proyecto de amor de Dios: la desnutrición infantil, gente durmiendo en la calle, hacinamiento y abuso, violencia doméstica, abandono del sistema educativo, peleas entre “barrabravas” a veces ligadas a dirigentes políticos y sociales, niños limpiando parabrisas de los autos, migrantes no acogidos e, incluso, la destrucción de la naturaleza. Hemos endurecido el corazón incorporando estas desgracias como parte de la normalidad de la vida social, acostumbrándonos a la injusticia y relativizando el bien y el mal. Es creciente la tendencia al individualismo y egoísmo, de los cuales despertamos sobresaltados cuando el delito nos afecta o toca cerca”.
Por su parte, el papa Francisco ha abundado al respecto al manifestar que se ha desarrollado “una globalización de la indiferencia…” (Evangelii Gaudium 54). Esta indiferencia lleva a que dos prominentes dirigentes de La Cámpora respondan desde la soberbia de un poder que se les escurre entre los dedos argumentando que “la Argentina no está enferma. Sí vivimos una Argentina enferma de violencia en el 55, el 76, el 89 y en 2001″, aseguró Ottavis, vicepresidente de la Cámara de Diputados bonaerense y elegido secretario general del PJ. “Seguramente al país le faltan cosas para tener una salud completa. Pero después de haber superado todo eso, es bueno acordarse lo que es de verdad una Argentina enferma de violencia, para no volver a cometer esos errores”.
También se pronunció en el mismo sentido el diputado Eduardo “Wado” De Pedro, uno de los dirigentes más cercanos a la presidenta Cristina Kirchner. “No se puede decir que la Argentina está enferma de violencia, como si estofuera el 55 o el 2000, cuando estábamos todos en la calle”.
No estamos en la calle: estamos detrás de las rejas, detrás de los sistemas de alarma, detrás de la custodia personal. Estamos, como sociedad, crispados de miedo y al borde de la intolerancia ante la menor señal. Una sociedad estragada por el miedo a no saber si mañana se estará con vida o sufriendo la muerte a manos de algún criminal que decida aplicar la pena de muerte per se y sin tribunal alguno que dicte sentencia.