Un año electoral que se mueve como una montaña rusa desbocada, un Gobierno que no quiere irse, una sociedad cambiante que recusa actitudes y formas pero es extremadamente conservadora a la hora de tomar decisiones de cambio… La Argentina en estos días.
La elección del domingo pasado en Capital Federal puso de manifiesto que manejar expectativas propias en boca de terceros es un error crucial. Los estrategas del PRO marraron en fijar la fecha del balotaje: durante el primer fin de semana de inicio del receso invernal, unos noventa mil votantes del PRO partieron rumbo a destinos vacacionales y generaron un hueco electoral sin sustitución. El triunfo de la fórmula Rodríguez Larreta/Santilli quedó menguado por todo tipo de lecturas del momento, que hablaban de un triunfo a medias, doloroso, interpretado como una cuasi derrota a manos del ex ministro de Economía de Cristina Fernández, Martín Lousteau, líder de ECO.
Esta elección capitalina mostró que hay un conjunto social que actúa más por lo que le molesta que por lo que quiere. Ni los votantes del FPV ni los de la izquierda prestaron atención a sus dirigentes: votaron a Lousteau simplemente para incordiar a Macri y al PRO. El modo en que los analistas miman al votante de Capital llamándolo “independiente y sofisticado” aparece como otra tontería del anecdotario nacional a la luz de lo recientemente acontecido: estamos frente a un nuevo capítulo de la reluctancia política de un sector que, más que no casarse, no se compromete seriamente con nada ni con nadie.
Mauricio Macri está en ascenso en la consideración pública. Los cambios anunciados por el líder del PRO traen ruido comunicacional, quizá no político, y dejan un espacio de debate en cuanto a la oportunidad de introducción de los mismos en la opinión pública. Ciertamente, permiten establecer falsos debates, como el de la Asignación Universal por Hijo (AUH), YPF o Aerolíneas Argentinas, cuando toda una sociedad reclama otros, más urgentes y cotidianos. Es probable que luego de las PASO podamos, finalmente, escuchar sobre administración pública, programas educativos y cuestión docente, políticas de defensa, de infraestructura o regionales, ausentes hoy en todo el escenario de confrontación electoral. Qué opción tomará la sociedad en su conjunto es un interrogante que sólo despejarán las urnas; si cambio o continuidad, los dos grandes frentes que parecen cooptar toda la atención presente.
El intento de otros candidatos por generar interés sobre diferentes ítems no menores no parece prosperar. Un reciente estudio de Microsoft revela que en el año 2000, el nivel de atención medio de una persona (es decir, su capacidad para centrarse en una tarea sin distracciones) era de 12 segundos; en estos últimos años, esa capacidad se redujo a unos ocho segundos, uno menos que los pececitos de colores llamados Golden Fish, lo que implica que hasta los pececitos, largamente estudiados por la ciencia debido a su capacidad de atención, ganan por un segundo al grupo investigado. ¿Qué tendrán que hacer los estrategas de campaña para que la sociedad preste atención y decida si el naranja es mejor que el amarillo, o viceversa? Porque por el momento, todo se reduce a cuántos minutos tiene en pantalla cada uno de esos tintes de la escala cromática.