La lucha del pueblo armenio por ser escuchado trasciende las generaciones, y año a año, pese a las coyunturas políticas, se hace un lugar en la agenda global. A 100 años del genocidio, el reconocimiento del papa Francisco lo coloca en el top de la agenda, y suma también la postura del gobierno de los Estados Unidos, que ha elegido la verdad histórica finalmente por sobre las conveniencias políticas de una Turquía perteneciente a la OTAN.
Pero no es la única tragedia histórica pendiente de reconocimiento y respuesta. En estos días se advertirá un nuevo capítulo del horror que la humanidad se ha prodigado cuando Lee Yong-Soo, una surcoreana de 87 años, pronuncie en Washington un discurso ante el Congreso de los Estados Unidos.”Me gustaría poder sentarme en la primera fila para mirarle directamente a los ojos”, explica esta mujer desde la capital estadounidense, adonde viajó pocos días antes del discurso para hacer oír su voz y las de cerca de 50 mujeres todavía vivas que, obligadas por el Ejército japonés a prostituirse durante la II Guerra Mundial, volvieron a reclamar que se reconozca su sufrimiento coincidiendo con la histórica visita del primer ministro nipón a Estados Unidos.
Conocidas en Japón con el eufemismo de “mujeres de confort” y a pesar de una disculpa oficial en 1993, estas mujeres consideran que políticos conservadores como el primer ministro actual Shinzo Abe menosprecian su sufrimiento y minimizan el papel del Ejército en la esclavitud. La de Lee Yong-Soo es una historia callada por décadas. En 1944, a los 16 años, fue capturada por militares japoneses, sobrevivió a un viaje en barco hasta Taiwán y luego fue llevada a un prostíbulo donde fue violada numerosas veces y sometida a electroshocks. En su testimonio en 2007 ante el Congreso estadounidense, Lee explicó cómo fue “integrada” a una unidad militar y obligada a “servir” a cuatro o cinco hombres al día.”Cuando se detenían los bombardeos, los hombres ponían tiendas improvisadas y nos obligaban a servirles. Incluso si las tiendas volaban con el viento, los hombres terminaban haciendo lo que estaban haciendo”, explicó.
Lee Yong-Soo fue enviada a su casa al terminar la II Guerra Mundial, pero igual que muchas otras víctimas sufrió un angustioso sentimiento de culpa y se calló durante décadas, hasta que en 1991 un puñado de mujeres, alentadas por activistas de derechos humanos, empezaron a contar su experiencia.Pronto se convirtió en una de las voces más prominentes entre las víctimas, y en 2014 se entrevistó con el papa Francisco cuando visitó Corea del Sur.”Abe continua mintiendo, negando el hecho de que fuimos reclutadas contra nuestra voluntad”, señaló esta activista hoy en el invierno de su vida.
También fue ese el caso de Kim Bok-dong, de 88 años, que cuando tenía 14 fue obligada a prostituirse.Kim fue llevada desde su pueblo de Corea, que entonces era una colonia del imperio japonés, hasta la provincia de Guangdong y luego Hong Kong, Singapur, Sumatra, Malasia y Java. En todos estos lugares fue obligada durante meses a tener relaciones sexuales con los soldados.”Ahora es el momento que Japón reconozca los errores que cometió en el pasado. Negarlos es absurdo”, asegura, y considera que Abe tiene “la responsabilidad de arreglar lo que se hizo en el pasado”.”Lo que quiero es que me devuelvan mi honor y mi dignidad”, un clamor que hoy millones de mujeres comparten en todo el mundo y que los hombres, políticos o no, deberían escuchar.