Aquella proclama bañada en sangre de la revolución francesa fue proclamada por los nobles y burgueses que —como punta de lanza de los sans-culottes— derribaron el régimen real para buscar un nuevo orden acorde a esos principios. La rebelión de los chalecos amarillos revela que la tensión social que Marx y Engels describieron y plantaron como la matriz de la lucha de clases, vuelve a instalarse en un predicamento distinto pero que va al mismo punto.
El estallido de la rebelión de los chalecos amarillos es la consecuencia de las irritantes diferencias que se viven en el interior, en esa Francia rural que ha condicionado siempre la política de dicho país a lo largo de su historia. Para quienes han conocido la Francia icónica de los turistas —Paris es la segunda capital del mundo en número de turistas anuales—, esta situación es sorprendente, pero no para quienes conocen Francia.
La conectividad en el interior del país, lejos de los grandes centros urbanos, deja mucho que desear. La única opción es la transportación a través de vehículos disel, por lo que el costo del gas oil es clave. Los aumentos anunciados por el gobierno de Emanuel Macron golpean directamente a las clases medias bajas. El almacenero, el granjero, el productor de bienes primarios —fuertemente subsidiados en costo de producción y precio de venta—, no vive una vida de esplendor .Y ahora salió a gritar su frustración.
Emanuel Macron llegó con el veintiséis por ciento del total de los votos en primera vuelta. Su gran triunfo en segunda vuelta se explica por el espanto que provocó en la Francia burguesa que se impusiera al gobierno Marine Lepen, una eurófoba declarada que planteaba medidas radicales en materia de inmigración y políticas comunitarias. La agenda de cambios del actual ejecutivo galo es vista como necesaria pero no como popular, y echar culpas al gobierno es un clásico de toda sociedad ante las dificultades de la economía.
La tensión expresada en esta nuevas —y, para muchos, sorpresivas— situaciones, es el fruto de un caldero de largo hervor que se desarrolló lejos de la mirada del turista y de los medios, y fue tristemente ignorada por la dirigencia, más ocupada en sus logros personales que en desarrollar una agenda de cambio sostenible en el tiempo.
Tal como suele ocurrir, el ciudadano de a pie desconfía. Entiende que el costo del aumento por impuestos al gas oil no deviene de un sentido de responsabilidad ecologista, sino que busca cubrir el bache fiscal que implicó la derogación del impuesto a las grandes fortunas, una promesa de campaña de Macron que le dio parte de su caudal inicial de votos en primera vuelta. La eliminación de ese gravamen provocó un desfasaje al respecto de la meta recaudatoria impuesta por los acuerdos de Bruselas, y la medida para compensarlo y quedar en línea con la matriz euro comunitaria fiscal fue el impuesto al gas oil.
Con el gobierno de Mateo Salvini en Italia, Merkel en retirada programada, y España en crisis sistémica ante la severa advertencia que implica el triunfo de VOX en las elecciones en Andalucía, los chalecos amarillos desafían a Macron, pero son diana de alerta para la viabilidad misma de la Unión Europea.