La alfombra la sacudieron los obispos, con su documento sobre el tremendo flagelo social que representan la droga y el narcotráfico. A ello le siguió el reclamo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación a propósito de nombramientos y fondos para los juzgados federales de Salta y Jujuy. Recién ahí la nación pareció despertar de su larga siesta de tolerancia a la droga, impulsada por el denominado “comité de notables” que integraban, entre otros y bajo la batuta de Aníbal Fernández y Diana Conti, Roberto Atilio Falcone y Marcelo Madina.
Si hay un dato asombroso es cuán sencillo les resulta a algunos sujetos agenciarse de la caracterización de “notables”. En general, han alcanzado esa calificación y funcionado bajo la protección del creador del sistema garanticida y autor de fallos memorables contarios a la razón y el sentido común Eugenio Zaffaroni. Recientemente, este ministro de la Corte señaló: “El informe de la ONU en el que se ubica a la Argentina como el tercer exportador mundial de cocaína por vía marítima no ofrece datos muy confiables”. Y añadió: “¿Cómo podemos ser el tercer país exportador, si no producimos esa droga? ¿Dónde hay un laboratorio de cocaína en la Argentina?”. La respuesta, sin duda, debe provenir de las propias autoridades.
La afirmación de Zaffaroni se da de patadas con los informes de la SEDRONAR, que señala que en 2007, en un informe titulado “El tráfico de estupefacientes en la Argentina”, este organismo ya había advertido sobre la incipiente aparición en la provincia de Buenos Aires de “cocinas” con capacidad de producir 100 kilos por día. En 2013 la situación es peor, según marcan registros oficiales.
A diferencia del ministro empeñado en negar la crisis social y política que la droga provoca, el gobernador de Santa Fe, Antonio Bonfatti, reveló recientemente que los gobernadores están desesperados por la penetración del narcotráfico. En línea con las críticas eclesiales, la presidenta Cristina Fernández, que había dejado avanzar las políticas despenalizadoras y el mensaje pro droga, dio un giro fuerte y avaló la designación del padre Juan Carlos Molina, de la diócesis de Río Gallegos, en la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción. Se trata de un cura de estrecha relación con la ministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner, que además participó en misiones humanitarias y dirigió un hogar para jóvenes en la Patagonia.
La Sedronar se encontraba acéfala desde marzo último, cuando renunció el ex canciller Rafael Bielsa, luego de una gestión de bajísima notoriedad. La falta de un titular en esa dependencia era uno de los principales cuestionamientos que opositores y expertos en la materia le hacían al Gobierno a la hora de evaluar la lucha contra el narcotráfico. Las críticas recrudecieron en las últimas semanas. “Vamos a hacer en el Gobierno una política muy activa para cuidar el rebaño”, dijo el jefe de Gabinete Jorge Capitanich, y explicó que la presidenta Cristina Fernández dio instrucciones para realizar “un nuevo abordaje” del tratamiento de esta problemática.
“La instrucción presidencial ha sido la de trabajar desde una óptica absolutamente diferente respecto al tema de la drogadicción”, señaló el ministro coordinador, al tiempo que agregó que “la Sedronar va a tener una mirada: el abordaje será sistémico, territorial, pero con amplia participación social y ciudadana”. “El padre Molina deberá hacer una convocatoria amplia, plural y democrática para todas las organizaciones no gubernamentales que trabajan en la problemática de las adicciones, en general y de la drogadicción, en particular”, dijo, y tendrá “una visión integradora de la problemática”.
Capitanich adelantó asimismo que el nuevo funcionario tendrá un “punto de vista inter y multirreligioso”, por lo que se convocará “no sólo a la Iglesia Católica para trabajar en el abordaje de la problemática, sino también a las iglesias evangélicas y a todos aquellos cultos que efectivamente tienen una mirada especial y un trabajo de recuperación del adicto”.
Desde la palabra comprometida, sería fabuloso. Falta ver la acción. Y una persistencia en el rumbo que pase por alto las banderas partidarias.