La Campora y los poemitas españoles: un mismo ideario de poder

Nacieron de la disruptividad anticapitalista que se fraguó luego de la caída del muro de Berlín, cuando los grupos políticos o movimientos anticapitalistas encontraron su lugar en diversos países a ambos lados del atlántico. Su primera agenda, fue la llamada «agenda verde» nacida en torno a la tragedia de Chernóbil.

Un dato curioso: Chernóbil fue una catástrofe soviética, la cual impactó en la industria nuclear a nivel global instalando el miedo a la energía que hoy, en el siglo XXI, se ofrece como la única alternativa a largo plazo para tener energía masiva y barata a nivel global.

Por debajo de esta banderas iniciales, la agenda denominada «progresista» se nutrió de un relato al respecto de los derechos humanos que, en Argentina, se apalancó en el cuestionamiento ad infinitum del último gobierno militar e incorporando, recientemente, la agenda de los derechos de la mujer en la llamada «lucha feminista».

La misma matriz de poder que inspiró estos conceptos políticos puso la semilla de su derrota: es una matriz que funciona sobre la base del poder absoluto y no reconoce la diversidad democrática, sino que trabaja para barrerla, tal como ocurre en Venezuela o Nicaragua, por citar países del continente. Dicho esquema fracasó en Argentina y hoy tiene en vilo a España.

La Campora —como ha expuesto este medio— debió crear un código de relaciones sexuales que quedó expuesto por el escándalo de las conductas para con las féminas de la organización por parte de Jorge Romero, apodado «el loco» —amigo de máximo Kirchner y de Wado De Pedro— quien, en su  posteo de renuncia, señaló: «Soy un varón criado en una sociedad patriarcal, tuve prácticas machistas que en ese momento parecían naturales. Por todo esto, he decidido dar un paso al costado en mis responsabilidades políticas para someterme a los procesos que determine la aplicación del protocolo de mi organización».

No es muy diferente —de hecho, las simetrías causan espanto— que lo declarado por Iñigo Errejón, el ex niño mimado de la izquierda española que, en un posteo, anunció su renuncia al rol de portavoz de Sumar y a su banca por sus conductas sexuales en un extenso texto que, detrás de las palabras, buscaba eludir lo obvio: su conducta sexual de avasallamiento y ferocidad sexual para con las mujeres que se le acercaban: «tras un ciclo político intenso y acelerado, he llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona».

El personaje era un joven «muy pijo» —como se dice en España— que daba cátedra de moral política y sexual. La persona, era un depredador sexual ávido y sin límites, un tipo toxico como toda esta fauna innoble que se mueve como el flautista de Haemelín con una música que atrae y engaña en sus propósitos.