
Es altamente probable que la biología le esté jugando una mala pasada al presidente de Estados Unidos, Donald Trump. No es como en el caso de Joe Biden, su antecesor, quien obviamente sufría de una disminución cognitiva; pero, con 78 años de edad —tendrá 83 al finalizar su segundo mandato— está ante el desafío de dejar un legado remarcable a futuro.
Hombre de actividad intensa, le urge imperiosamente obtener resultados: anunció la paz inmediata en la guerra de sometimiento a Ucrania por parte del zarato ruso cuando es obvio que no hay espacio alguno para la paz teniendo enfrente a un criminal de guerra como Vladimir Putin; anunció que, si no se producía la liberación de los rehenes israelíes en 48 hs, habría un escarmiento de proporciones bíblicas y, en esta semana de Pésaj, los rehenes siguen en poder de Hamas.
Arremetió contra el mundo elevando los aranceles de manera descomunal, asegurando que los países hacen cola para besarle el trasero para, horas después, anunciar una pausa de 90 días en la medida porque vio que los americanos de a pie se estaban poniendo demasiado nerviosos, incluidos sus votantes que vieron licuarse los ahorros de sus pensiones.
Ante el anuncio de imponerle una carga tributaria a las importaciones desde China del 145%, la multinacional Apple fletó una flota de cargueros que llevaron miles de toneladas de sus productos a la India. La respuesta de Trump, fue anular los cargos adicionales para este tipo de productos electrónicos.
Pero, ante tanta frustración, hay que disimular, así es que Trump lanza un nuevo ukase, ahora contra México por el agua de regadío para Texas y mete también un controversial manejo del cambio horario. Según un acuerdo de 1944, México debe soltar aguas abajo recursos suficientes para abastecer las granjas Texas. Van tres años de sequía, y el agua escasea en la región. Por lo tanto, anuncia aranceles y multas diversas si el tema no se soluciona. Buscando temas de atracción, se pronuncia por dejar de cambiar el horario en verano dado que recientes encuestas revelan que los ciudadanos quieren más horas de sol y menos nocturnidad.
Pero la frutilla del postre de esta búsqueda desesperada de centralidad que lo pone una y otra vez ante la realidad —en el planeta nadie tiene el poder total— es el inicio de conversaciones con Irán, país al que ha amenazado con pulverizar en un castigo nunca visto. Primero, anunció que, si hay ataque al país de los persas, serán los israelíes los que hagan la tarea. Y segundo, abrió una línea de diálogo que, en un comunicado oficial, la Casa Blanca caracteriza como auspicioso.
El tiempo vital le juega en contra a Donald Trump y la realidad, la cruel realidad, se le opone una y otra vez en su camino hacia la gloria eterna.