Una seguidilla de hechos de violencia se abate sobre Europa, dejando una estela de víctimas fatales y preguntas interminables sobre qué hacer ante tanta miseria y tanto odio.
Es un dato inapelable que los países occidentales que comparten una cultura común viven estos ataques con particular intensidad, dando lugar a la crítica y queja de por qué la reacción no es igual cuando esos ataques ocurren en Paquistán o Afganistán, cuando cierto es que en cada caso han dejado incluso más muertos y heridos que en París, Londres o Barcelona, sólo por citar algunos de los puntos más resonantes en los que el extremismo islamista ha golpeado. Un atentado con bomba contra un vehículo militar en la ciudad paquistaní de Quetta dejó recientemente al menos 15 muertos y más de treinta heridos, informó el ejército, que considera que se trató de un ataque terrorista. Quetta, capital de la provincia de Baluchistán, que limita con Irán y Afganistán, es escenario de ataques terroristas una y otra vez. Hace un año, el grupo extremista Jamaat ul Ahrar atacó una clínica con un saldo de más de 70 muertos. La cifra de muertos por año en Paquistán es aterradora, aunque sus imágenes no tienen el poder de conmover a las audiencias occidentales, y la difusión de estas tragedias es muy acotada en los medios globales.
Los grupos en disputa -a grandes rasgos, chiítas y sunnitas- tienen subgrupos, que se disputan a lo largo y ancho de buena parte del mundo el poder y el dominio de las masas islámicas. Jugadores de peso en este juego cruel por la dominación son el reino de Arabia Saudí y la Republica Islámica de Irán, que ponen millones de dólares en el tablero para financiar a estos grupos cuya matriz es el uso del terror. Seguir insistiendo en culpar a las Cruzadas y sus crímenes, o el oprobio que devino de la colonización europea para los pueblos colonizados, es absurdo. Las razones que llevan a la explosión de violencia que impulsa DAESH -acrónimo árabe de ISIS- tienen que ver con la intensa propaganda que por vía de Internet expresan tanto iraníes como árabe saudíes en su pugna demencial, lo que repercute a nivel global en estos episodios extremos de dolor y muerte.
La disputa entre Irán (chiíta) y Arabia Saudita (suní) no es entre bambalinas, ocurre a la luz del día. En ocasión de un nuevo aniversario de la muerte de Jomeini, el actual líder de Irán, el ayatolá Seyed Ali Jamenei, señalaba: “El Gobierno saudí debe saber que aunque continúe con esta misma estrategia por los próximos 10 o 20 años, aun así, nunca podrá vencer al pueblo de Yemen”, ha dicho durante su discurso en el mausoleo del fundador de la República Islámica de Irán.
La mesa del odio está puesta, y el mundo es el campo de batalla. Los pueblos ponen los muertos, inocentes o no…