Alberto Fernández, ex jefe de Gabinete durante las gestiones de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, solía ufanarse de estar en un Gobierno ajeno a la corrupción. Lejos estamos hoy de aquellas expresiones. No es que no había corrupción: sólo no llegaba a expresarse mediáticamente en su real dimensión.
Lo tenía en claro Jorge Bergoglio. En 2005, en un texto breve y fuerte editado por Editorial Claretina, señalaba el actual Papa: “Desde que el hombre es hombre, siempre se ha dado este fenómeno que, obviamente, es un proceso de muerte: cuando la vida muere, hay corrupción”. En el prólogo, el autor advierte que ha considerado oportuno volver a un artículo que escribió en 1991, cuando la pesadilla del caso de María Soledad Morales quitó el sueño a Catamarca y al país. “Luego nos fuimos acostumbrando más a la palabra (corrupción) y a los hechos, como si estos formaran parte de la vida cotidiana”, recuerda el entonces primado de la Argentina.
A la luz de esa aceptación del fenómeno como un mal irremediable e inexorable, meditaba Francisco I: “Nos hará bien volver a decirnos unos a otros: ‘¡pecador sí, corrupto no!'”. Y en ese punto, “populariza” su prédica: “‘qué difícil es resquebrajar un corazón corrupto! ‘Acumula riquezas para sí y no es rico a los ojos de Dios’ (Lucas 12,21)… Y si la situación se pone difícil, conoce todas las coartadas para escabullirse como lo hizo el administrador coimero (Lucas 16, 1-8), que se adelantó a la filosofía porteña de ‘el que no afana es un gil'”.
El corrupto camina por la vida por los atajos del ventajismo, y tiene cara de “yo no fui” y de estampita, según Bergoglio. El ex cardenal se mofa de su apariencia ingenua e inocente: “merecería un doctorado honoris causa en cosmetología social. Y lo peor es que termina creyéndoselo”. También resulta que el corrupto no puede aceptar la crítica: “descalifica a quien la hace, procura descabezar cualquier autoridad moral que pueda cuestionarlo, desvaloriza a los demás y arremete con el insulto a quienes piensan distinto”. Escribe Francisco que el corrupto persigue a quienes lo contradicen imponiendo un régimen de terror.
Difícil tarea la de combatir aquello que parece implícito en buena parte de la sociedad. Así lo revela una reciente encuesta publicada por el diario La Nación, que realizada sobre un universo de consulta a 620 personas entre el 18 y el 27 del mes pasado, combina las preguntas sobre la esfera pública con las que indagan sobre conductas personales. Así, por ejemplo, el 56% de los consultados considera que el nivel de corrupción en la Argentina es alto, mientras que el 26% cree que la mayor parte de esa corrupción se da en el ámbito político, seguido por el policial (16%) y el sindical (13%). La mayoría (43%), sin embargo, opina que la corrupción “se da en todos los ámbitos por igual”.
En el terreno de los posibles castigos para “políticos corruptos”, gana la cárcel (36%), seguida de cerca por la prohibición de por vida para ocupar cargos políticos (33%) y el pago de una multa (21%). El 5% cree que corresponde aplicar las tres penas a la vez.
Por otra parte, casi la mitad de los encuestados (48%) opina que en los últimos cinco años la corrupción aumentó, mientras que para el 51% la denuncia de la existencia de bóvedas en la casa de los Kirchner “es verdadera”.
No obstante, la muestra tiene un capítulo preocupante: señala que el 53% dijo que “aceptaría hacerse la distraída” ante un acto de corrupción si denunciarlo implicara perder un beneficio, mientras que el 30% optaría por denunciar al corrupto y renunciar al beneficio. Ante la pregunta sobre si la ley debe ser obedecida sin excepciones o si hay ocasiones en las que “no está mal” infringirla, el universo se reparte en franjas similares: el 52% eligió la primera opción y el 36%, la segunda.
Se indaga además sobre el comportamiento en la Aduana después de haber hecho compras en el exterior. La opción es pagar el impuesto correspondiente o “pagar algo de dinero a alguien” para eludirlo. El 58% consideró “aceptable” pagar la coima.
Ante el escenario de “poder cometer un único acto de corrupción en la vida sin perjudicar a terceros y para obtener una gran diferencia económica”, el 37 por ciento dijo que lo cometería. El 50 por ciento contestó que no.
Hay una tarea enorme por delante y requiere de pasión en dar testimonio y no ceder a la tentación, obra de los hombres que bueno es apostrofen los pastores.