
El presidente Donald Trump ha anunciado, ante el horror que se vive y sufre en Nigeria, que evalúa intervenir si la masacre de cristianos continúa. En tanto, los cadáveres se amontonan.
En Sudán, los eventos también se precipitan en un ritmo frenético. En su cobertura, el New York Times señala: «Desde que la ciudad de El Fasher, en Sudán, cayó en manos de una fuerza paramilitar la semana pasada, imágenes verificadas y relatos de testigos han apuntado a una masacre que se está desarrollando en la región de Darfur del país. Algunos residentes fueron asesinados mientras intentaban huir de la ciudad. Hay videos que muestran a las fuerzas paramilitares ejecutando a civiles con indiferencia. Quienes lograron escapar a una localidad situada a 65 kilómetros de distancia relataron escenas de terror, hambre y muerte. Hace dos décadas, la palabra Darfur recorrió el mundo como símbolo de atrocidades incontroladas en una tierra lejana. Hoy, está ocurriendo otra vez. Una ola de asesinatos arrasa una de las mayores ciudades de la región. Las mismas rivalidades étnicas parecen avivar el caos. Las fuerzas paramilitares que siembran el terror son descendientes de las Yanyauid, las milicias predominantemente árabes que arrasaron Darfur hace dos décadas». A nadie parece importarle seriamente.
En la FM 99.9, el director del Grupo Radar, Alain Mizrahi, explicó que la guerra civil en Sudán «no es un conflicto por territorios ni por religión», sino una disputa alimentada por potencias extranjeras que buscan controlar recursos estratégicos y posiciones geopolíticas clave. «Irán, Rusia, Egipto y los Emiratos están participando activamente, financiando y armando a los bandos enfrentados para mover sus piezas en el ajedrez»”, indicó.
Mizrahi sostuvo que lo que está en juego «es el oro, las rutas comerciales y el control del Mar Rojo», un punto neurálgico para la navegación internacional. En ese sentido, advirtió que «el gran juego geopolítico actual en el mundo es por el dominio de las grandes rutas marítimas», con China, Irán y otras potencias buscando ampliar su influencia en zonas estratégicas, apuntando que «millones de desplazados huyen del hambre y de la violencia», generando «una crisis humanitaria real» y un posible riesgo para Europa si esos flujos migratorios se intensifican. «Podría repetirse una situación como la de 2015, pero a mayor escala, porque Sudán tiene 50 millones de habitantes», alertó.
Consultado sobre las raíces del conflicto, Mizrahi relativizó la idea de que todo responda al legado del colonialismo europeo. «América Latina también fue colonizada brutalmente y logró salir adelante. En África hay conflictos tribales, étnicos y religiosos muy antiguos, además de riquezas naturales que son clave para muchas potencias. No siempre hay interés en resolverlos; a veces conviene que sigan», señaló.
En su análisis, destacó además la fragilidad de las fronteras africanas, muchas de las cuales «solo existen en el papel». «Las mismas etnias viven de un lado y del otro, cruzan sin considerar que haya un límite. Egipto intenta contener el ingreso de millones de refugiados, mientras otros escapan hacia Chad y Libia, donde las fronteras son meramente simbólicas», describió.
Finalmente, Mizrahi sostuvo que seguir culpando al trazado colonial por los conflictos actuales «es una mirada incompleta». «Las fronteras artificiales existen en muchos lugares del mundo, incluso en Asia Central, y sin embargo algunos países logran convivir. Si hubiera verdadera voluntad política, África podría resolver sus problemas. Pero los intereses económicos y geopolíticos pesan más».
En tanto, millones que a nadie parecen importar mueren asesinados vilmente a vista y paciencia de la comunidad internacional.