Al triunfar Donald Trump ante Hillary Clinton, los medios de la Argentina se apuraron a señalar que nacía un nuevo problema para el presidente Mauricio Macri. Las hipótesis iban desde el impacto negativo por el involucramiento del presidente argentino con la candidata perdidosa, hasta cuentas pendientes de tipo económico por diferencias entre Trump y Franco Macri cuando éste buscó entrar al negocio inmobiliario en Manhattan.
La reciente visita presidencial a la Casa Blanca coronó por lo alto una relación que ningún mandatario del mundo puede exhibir hoy por hoy. Se dirá qué valor tiene tal relación, cuando Trump “goza” de la opinión negativa de millones de ciudadanos y no ciudadanos en su propio país. Es una pregunta aceptable y natural, que tiene una sola respuesta: sea como sea y provoque la antipatía que provoque, por los cuatro próximos años es y será el presidente de la nación más poderosa del mundo.
La reunión no sólo fue buena por los gestos, que los hubo. Fue buena porque la administración americana dio cumplimiento a tres cuestiones que planteaba la Argentina: la incorporación al programa Global Entry, la entrega de documentos desclasificados de los años de la dictadura militar, y la firma del acuerdo entre el ente recaudador de Estados Unidos IRS y la AFIP para el intercambio de información tributaria, pieza esencial del programa fiscal argentino en los próximos años.Asimismo, el anuncio informal y casi risueño de Donald Trump de que “él me hablará de limones y yo le hablaré de Corea del Norte” habla del fin de una historia increíble, que ha sido el impedimento para que los limones argentinos ingresen al mercado de USA a contraestación. Este nuevo estatus significa millones para la economía del país, y en particular para la provincia de Tucumán.
La reunión, además, ha acontecido en un momento significativo, al cumplirse los cien días de gobierno del mandatario norteamericano, que no puede exhibir grandes logros y ha reconocido públicamente su decepción con el cargo y sus posibilidades. Macri no cambia la cuenta hacia el gran público del país del Norte, pero sí es necesario y conveniente en un continente que, visto desde Washington, está fuera de madres. El infierno venezolano, la destrucción de la clase política brasileña por el escándalo del Lava jato, el interrogante de hacia dónde va Colombia luego del acuerdo con las FARC, todo el combo hace de Macri y su gobierno una pieza de equilibrio imprescindible en el juego político del continente.
Las acciones de la administración americana, que respeta y cumple los acuerdos del gobierno de Barack Obama, posibilitan dos lecturas: que el gobierno de Trump no escapará de la regla no escrita que dice que ningún presidente tiene en los Estados Unidos el poder absoluto, y que la relación será en tanto y en cuanto la intensidad y profundidad de los intereses en juego, que poco y nada tienen que ver con la mirada corta y provinciana de los medios de Capital Federal, tan proclives a confundir sus deseos y necesidades políticas con la realidad.