Culminó la edición 52 del coloquio de IDEA, y nada cambiará a partir de ello, salvo la recreación ombliguista de un universo que se realimenta a sí mismo al tiempo que se da aires de poder.
Este coloquio conoció su máximo potencial durante la presidencia de Carlos Saúl Menem. Aún se realizaba en Bariloche cuando Emilio Cárdenas lanzó aquello del “gobierno de los cleptócratas”. La frase fue brutalmente utilizada por Página 12, que vivía su apogeo moral, sobre la clase política y la sociedad argentina, ambos siempre vulnerables y azorados, pendulando entre su sentimiento de culpa por el voto vergonzante a Menem y su necesidad de un gobierno fuerte que ordenara al peronismo.
El coloquio se victimizó con Néstor Kirchner, quien eligió a la organización como su enemigo, tónica que su esposa mantuvo en los doce años de mayor expansión de la cleptrocracia en la Argentina durante un período democrático.
Si se revisa en detalle, ni una sola idea fuerza ha brotado del coloquio. Nada le aporta a la sociedad, pero sigue generando un despliegue político significativo. Bien lo sabía Carlos “Chacho” Álvarez, vicepresidente huido de la función, que empleaba el coloquio para expandir su figura política. La trayectoria de Álvarez explica y proyecta de algún modo el corazón del coloquio: momento y oportunidad sin sustancia ni propósito ulterior.
Este año, el coloquio dejó la consabida encuesta de opinión de los empresarios: “esperanzados en el cambio, urgidos por la coyuntura”, más un debate que provocó el cura jesuita Rodrigo Zarazaga, quien cuestionó las políticas asistenciales del Gobierno nacional sin que Carolina Stanley perdiera su sonrisa y tranquilidad para contestar las críticas de Zarazaga, puntualmente acerca de la efectividad y pertinencia del programa “el Estado en tu barrio”.
La pregunta es obvia: se debate, y está muy bien, pero ¿qué aporte a la solución de los problemas comunes se ofrece o se expone? Ninguna en 52 años. El coloquio es autorreferencial y autista. Tan autista que este año, en una actitud grosera, fuera de todo protocolo básico y quizá algo más, la organización no invitó al anfitrión, el dueño de casa, el intendente de General Pueyrredón Carlos Fernando Arroyo. Lo subsanaron acreditándolo sobre la hora, y lo ubicaron, como un mensaje en sí mismo, alejado de la mesa cabecera.
En su mundo endogámico, el coloquio se mira a sí mismo y se auto felicita por su dimensión y trascendencia, lejos de realidades o urgencias de la vida cotidiana. Parece que sólo se trata de figurar, no de contribuir a cambiar en algo la realidad. Tal como señaló el jesuita Zarazaga: “Un bolso Louis Vuitton son 300 meses de planes sociales; una corbata Hermes, 200″.
No son los pobres el problema, sino la política y su necesidad de mantener la pobreza estructural como mecanismo de control social, un tema que no ameritó “idea” alguna en el coloquio recientemente concluido en Mar del Plata.