El ataque en el Manchester Arena, que tuvo como objetivo a niños y adoolescentes, fue un golpe al corazón de la cultura occidental. No fue un golpe al azar, y es claro que tenía un propósito preciso en cuanto a su mensaje criminal.
El asesino visible, Salman Abedi, estaba en la mira de los servicios de inteligencia británicos, que en su fracaso, bañan de sangre a su país y a Occidente. Según señalan medios europeos, “las informaciones que se acumulan van haciendo cada vez más nítido un fallo clamoroso de los servicios policiales y de inteligencia a la hora de controlar a Salman Abedi. Hubo alertas de hasta cinco fuentes distintas sobre el peligro que suponía el joven extremista de ancestros libios, de 22 años, que a las 22.30 del lunes pasado hizo explotar en la salida del Manchester Arena una bomba que dejó 22 muertos y 64 heridos, muchos de ellos niños y jóvenes, asistentes al concierto de la ídolo juvenil estadounidense Ariana Grande”.
Hay, por cierto, muchos interrogantes, porque un hermano suyo y su padre están detenidos en Libia por grupos armados que hacen tareas de seguridad en un país devastado institucional y políticamente luego de la caída del régimen de Muhammad Gadafi. Salman Abedi era un notorio extremista que llamaba la atención hasta en su barrio al sur de Manchester, que ha sido cantera de varios jóvenes británicos que se sumaron a las filas del Daesh en Siria e Irak. A veces cantaba oraciones coránicas a viva voz por las calles, vestido al modo tradicional islámico, y había comentado a sus allegados que «ser un suicida con una bomba está bien». También emerge que había conocido a Raphael Hostely, que había reclutdo a varios jóvenes de la zona para el Daesh y el año pasado fue abatido por un dron en Siria. Demasiados indicios para, cuando menos, impedirle residir en Gran Bretaña.
Uno de los testimonios obtenidos en la mezquita a la que Salman Abedi concurría señalaba recientemente: “No justifico lo que ha hecho, pero toda acción tiene su reacción. Los gobiernos invaden países como Siria o Irak, y matan también a niños de los que nadie habla. Puedo llegar a entender lo que pudo pasar por su cabeza”, asegura. Va vestido con su ropa occidental y con su gorra. Pero lleva la ‘wayib’, barba obligatoria para todos los hombres musulmanes que puedan hacerlo. “Sé que lo que digo es polémico. Y no soy ningún terrorista, insisto en que condeno el atentado. Pero necesito evidencias primero antes de culpabilizar”.
La justificación es moneda corriente en el Islam, como si sólo las fuerzas occidentales fueran responsables de la muerte de niños y jóvenes en Irak, Afganistán o Turquía. Se trata de un facilismo discursivo que aúpa la violencia repudiable contra la misma idea de lo que es el desarrollo de la vida en la sociedad occidental.