Hay un universo de distancia entre el 24 de marzo de 1976 y este 24 de marzo de 2016. El mundo es otro, y la Argentina, afortunadamente, también.
En 1976, la lógica global era binaria, signada por el enfrentamiento Este-Oeste, y las contiendas de la época se dirimían en esos términos extremadamente simplificados. Fue una época de un equilibrio nuclear de cristal, establecido por los gigantes surgidos de la Segunda Guerra Mundial, que desplegaban acciones unos sobre otros en terceros terrenos, en una puja que involucraba la violencia como instrumento de la política. Esa violencia fue, precisamente, la que prohijó el golpe de Estado más anunciado y consentido de la historia argentina. Hoy, a cuarenta años de ese momento crucial de la vida nacional, la vida de los argentinos es otra, aunque las heridas de ese pasado violento hayan cicatrizado completamente.
Este 24 de marzo estará en la Argentina el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, con su familia, en el primer viaje en ocho años del mandatario a nuestro país, a tiro de piedra del final de su segundo periodo y luego de una visita histórica a Cuba, en una acción que sin dudas impactará fuertemente a nivel continental. La visita del presidente de la nación más poderosa del mundo pretende ser revestida de la característica de ofensiva ex profeso por el pobre discurso que pretende circunscribir los derechos humanos al solo universo de los crímenes cometidos en los años del proceso militar. Sin embargo, muy lejos de ello, la visita revela el grado de respeto que la administración norteamericana muestra por un gobierno que, transitando sus primeros pasos, busca una interacción global acorde a lo que el mundo expresa hoy en términos de poder.
El otrora alineamiento con Venezuela -hoy una feroz dictadura anti popular- dejó al país sin marco de referencia real para enfrentar los enormes desafíos que implica sacar a la Argentina de un atraso al que de ningún modo debería estar condenada. La visita del presidente de la Unión americana es ni más ni menos que ofrecer la otra mejilla a la nación que intentó humillar a su máximo representante en la cumbre del ALCA llevada adelante en Mar del Plata. La contracumbre, organizada y financiada por Venezuela e Irán en nuestra ciudad -que incluyó una acción violenta llevada a cabo por grupos piqueteros locales organizados desde el propio Ministerio del Interior por Aníbal Fernández- constituyó una afrenta que trascendió el color político de la administración en Washington.
La visita de Obama es más que un evento político de fin de ciclo: es el inicio de una relación encarrilada entre las dos naciones de las tres Américas que dominan por completo el circuito del poder nuclear. La presencia de tan alta autoridad ocurre a dos semanas del encuentro de naciones americanas por la seguridad en esta compleja materia. Habrá sólo dos voces fuertes en esa reunión, y una es la de Argentina.