Una historia requiere del bien y del mal para ser ubicada en un contexto asequible a nuestra comprensión. No entendemos el ying sin el yang, dos conceptos del taoísmo que exponen la dualidad de todo lo existente en el Universo y que describe las dos fuerzas fundamentales, opuestas y complementarias, que se encuentran en todas las cosas. Así somos: luz y sombra, día y noche en perfecta concurrencia.
Hoy, el mal tiene un nuevo nombre: Estado islámico de Irak y Siria (ISIS), una sombra que al tiempo que derrama y se extiende, enciende una pregunta esencial: ¿es posible repudiar, combatir al califato islámico y, a la vez, no repudiar al Islam como fuente misma del mal? Contestar responsablemente ésta y otras preguntas concernientes a la misma cuestión es un deber. Manuel Cruz Rodríguez, filósofo y catedrático en la Universidad de Barcelona, España, provee algunas respuestas que vale poner en nuestra atención.
Señala Cruz Rodríguez en un reciente texto: “Empiezan a surgir algunas voces autorizadas del mundo islámico que rechazan las barbaries cometidas por el llamado «Estado Islámico», o Califato de Mosul. Una de ellas es la del «gran mufti» de Arabia Saudita, Abdelaziz El Chej, quien ha declarado que el Califato es, junto a la banda de Al Qaeda, el enemigo público número 1 del Islam y que sus prácticas terroristas «nada tienen que ver con el Islam».” Estaríamos aquí ante declaraciones que colocan al Islam en el lado de la luz. ¿Es así? El propio Cruz Rodríguez señala: “Aunque ninguno de los dos «muftis» ha condenado tajantemente al Califato y se han limitado a decir que «eso no es el Islam», bastan sus tenues palabras para darse por contento: los musulmanes empiezan a hablar en contra del terrorismo practicado en nombre del Islam. Cabe, sin embargo, una pregunta: ¿no forma parte la violencia del conjunto de las enseñanzas islámicas? ¿No es la «yihad» menor, -la otra, ya sabemos, es la que recomienza el esfuerzo espiritual para combatir el mal- uno de los fundamentos islámicos para aniquilar a los enemigos del Islam?
Una de las grandes autoridades del Islam, el jesuita Samir Jalil Samir, nacido en Egipto y actualmente residente en Líbano, también acaba de decir que las barbaries cometidas por los terroristas del Estado Islámico no representan al Islam. Pero el propio religioso, cuya autoridad en la materia es reconocida en todo el mundo, declaraba no hace mucho que la violencia islámica tiene su raíz en el Corán y la Sunna, que los textos coránicos que abogan por la violencia son numerosos –ha contado hasta 75- y que los versículos no violentos, es decir los misericordiosos y clementes con todos los seguidores de otras religiones, son anteriores en el tiempo. Según la doctrina islámica, esto significa que lo más antiguo es derogado por lo más reciente, según el «principio derogatorio», destinado a aclarar las contradicciones que se encuentran en los textos. En otras palabras, la guerra, «la yihad», es una práctica habitual en el Islam, según unas reglas definidas en su Libro Santo, como son la defensa de los «derechos de Dios» o el peligro de una rebelión interna, la temida «siba». El propio Mahoma, como recuerda Jalil, llevó a cabo una veintena de guerras en los diez últimos años de su vida, cuando vivía en Medina.
No hay nada nuevo, sólo la terrible puja que signa a la humanidad. La eterna tensión del ying y el yang, la lucha entre la luz y la oscuridad, tan indispensable la una a la otra.