No es algo que pueda suponerse que se haya planteado en un laboratorio social, o un esquema ordenado por poderes superiores y ocultos. Los conspiranóicos ven, en los recientes movimientos sociales en Chile y Bolivia, una mano que recorre el continente. ¿Su objetivo? Enervar el fin de la posibilidad de dar respuesta a las políticas que se han llevado a cabo en estos años para administrar estas naciones, que tuvieron en los ‘90 y en el inicio del Siglo XXI, un sprint en sus economías que daban pábulo a creer que, finalmente, el subdesarrollo daría paso a esquemas más justos, y a una mejor distribución de la riqueza.
Sólo fue un momento en el cual las materias primas se elevaron a precios nunca vistos, al transformarse los commodities en un nuevo valor especulativo de mercado. Fue la banca Morgan —hoy, JP Morgan— la que generó un alza especulativa de los valores de mercado de las riquezas producidas por países como Chile y Bolivia en cobre, estaño, plata y gas.
A pesar de tratarse, el chileno y el boliviano, de procesos políticos bien diferenciados, hoy están en crisis y nadie puede decir cómo van a concluir. En ambas naciones, grupos que toman la calle exigen un cambio de época y la destitución de sus gobernantes. En ambos casos, hay apelación a agentes externos que agitarían la violencia por fuera del reclamo popular pacifico.
El alto valor alcanzado por las materias primas no sirvió para cambiar la base de distribución existente. La disponibilidad de recursos generó una alta circulación de bienes y un acceso a los mismos que adormeció a los dirigentes. El legislador y pre candidato demócrata estadounidense Bernie Sanders le reclamó a Sebastián Piñera que pare la represión, exigiendo que el multimillonario deje expoliar a su pueblo exigiendo mas ajuste.
La OEA exige segunda vuelta en Bolivia, y dirigentes como Jair Bolsonaro reclaman por cambios de fondo en la cultura política del país del altiplano. Todos ven conspiraciones, lo cual es un modo de quitarle valor al reclamo por sociedades más equilibradas y justas. No es una exclusividad latinoamericana, los chalecos amarillos en Francia respondieron a la misma lógica de sectores medios y bajos enojados que se alzan en manifestaciones que, luego, tornan en violencia por la acción de grupos anti sistema.
En estos días se lanza a la venta un libro que denuncia el fraude de la meritocracia en el sistema educativo estadounidense. Daniel Markovitz, catedrático, filósofo y economista, apunta a las variables que han hecho del sistema educativo estadounidense un sistema de elite para los más ricos e imposible para el ciudadano de a pie. El esquema, apunta Markovitz, debe ser rediseñado porque la desigualdad va a generar un escenario de imposible sostenimiento, llevando a explosiones sociales que, en la era de la conectividad, fluyen por fuera de la mira de los estados y se vuelven literalmente imprevisibles e imprevistas.