La cuestión sexual es una de las claves del comportamiento humano. La sexualidad es esencial para la reproducción de la especie. Por milenios, los poderes constituidos —cuales fueren, en cada lugar y momento— han establecido leyes, organizaciones y estatutos sociales de comportamiento intentando regularla.
No es algo baladí, es central en la organización humana qué rol otorga cada sociedad a la sexualidad. Por milenios, el silencio oprobioso y la cultura imperante avergonzaron y criminalizaron a las sociedades. En occidente, culturas ancestrales se enfrentaron en el plano de la sexualidad e hicieron de la mujer objeto de persecución y deseo.
Hoy vemos el sufrimiento de millones de mujeres en países islámicos, tratadas como seres inferiores y oprimidas bajo «prisiones de tela» como —sensatamente— ha señalado la periodista catalana Pilar Rahola. La presión persecutoria en Irán es extrema, y las jóvenes niñas están siendo llevadas a la locura y al suicidio, cuando no asesinadas por el propio régimen.
El último acontecimiento en Irán es el que ubica a la estudiante Ahoo Daryaei en bombacha y corpiño a las puertas de la Universidad de Teherán. Fue enviada, según las autoridades del cruel y represivo gobierno de los ayatola, a una institución de salud mental. En Afganistán, un régimen no menos perverso ha prohibido a las mujeres hasta hablar entre ellas en la vía pública.
En Europa, al igual que en Argentina, la izquierda y el kirchnerismo afectan demencia: a la opresión femenina, la llaman «diferencias culturales». En nuestro país, la variante es confundirlo todo y avanzar en dar a la sexualidad un enfoque en donde lo perverso sea lo normal. De ahí la actual polémica que han lanzado los diputados del PRO Alex Campbell y Alejandro Finochiaro pidiendo explicaciones por un conjunto de libros seleccionados para el programa ESI, cuestión que niega el ministro Sileoni.
Se cuestiona en particular el libro «Come tierra», autoría de la docente y madre de siete hijos Dolores Reyes, un texto que, desde la fantasía, describe el horror de la violencia sexual con tremenda crudeza. Es un éxito de ventas publicado en varios idiomas, y no sería de extrañar que tenga futuro de serie o film. Pero es lectura de adultos. Plantearlo como trabajo de interpretación coral —como dicen Sileoni o su número dos—, es mendaz: «Dar información que no es acorde con la edad también es una forma de corrupción de menores», dijo el psicólogo clínico Ezequiel Baigorria a Infobae. Agrega: «Los chicos no están preparados para recibir información de sexo adulto. Se naturalizan y se asimilan cosas que no tienen por qué ser naturales para ellos en esas edades. Por ese lado es grave y es lógico que los padres se enojen».
El sexo es, ha sido, y será campo de batalla política. No es algo para dejar pasar así como así. Cada uno es dueño de su cuerpo y sus decisiones, pero en el campo de lo social, el cuidado y la información, en sus modos y formas, hacen al criterio del constructo social y político de la sociedad.