En el Informe de Drogas 2012, Naciones Unidas señala: “Se calcula que unos 230 millones de personas, o el 5% de la población adulta del mundo, consumieron alguna droga ilícita por lo menos una vez en 2010. Los consumidores problemáticos de drogas suman unos 27 millones, o el 0,6% de la población adulta mundial. En general, el uso de drogas ilícitas parece haberse estabilizado en todo el mundo, aunque continúa aumentando en varios países en desarrollo. La heroína, la cocaína y otras drogas se cobran la vida de aproximadamente 0,2 millones de personas cada año, siembran devastación en las familias y causan sufrimiento a miles de otras personas. Las drogas ilícitas socavan el desarrollo económico y social y fomentan la delincuencia, la inestabilidad, la inseguridad y la propagación del VIH.
La producción mundial de opio ascendió a 7.000 toneladas en 2011. Si bien esto se sitúa más de una quinta parte por debajo de la cifra máxima alcanzada en 2007, constituye un aumento si se compara con el bajo nivel correspondiente a 2010, año en que una enfermedad vegetal causó la destrucción de casi la mitad de la cosecha de adormidera de opio en Afganistán, que sigue siendo el mayor productor del mundo. La superficie total de cultivo del arbusto de coca en el mundo disminuyó en un 18% entre 2007 y 2010, y en un 33% desde 2000. Sin embargo, los esfuerzos por reducir el cultivo y la producción de las principales drogas problemáticas derivadas de plantas se han visto contrarrestados por un auge de la producción de drogas sintéticas, incluido el aumento considerable de la producción y el consumo de sustancias psicoactivas no sujetas a fiscalización internacional”.
Objetivamente, un flagelo que sacude a la humanidad, a punto tal que su impacto se cruza con el de otro flagelo: la violencia de género. Del 45% al 60% de los homicidios contra mujeres se realizan dentro de la casa y la mayoría los cometen sus cónyuges. La violencia es la principal causa de muerte para mujeres entre 15 y 44 años de edad, más que el cáncer y los accidentes de tránsito.
La violencia contra las mujeres y las niñas es un problema con proporciones de epidemia, la violación de los derechos humanos más generalizada. La comisión ad hoc de Naciones Unidas ilustra que por lo menos una de cada tres mujeres y niñas ha sido agredida física o abusada sexualmente en su vida.
El miedo y la vergüenza siguen impidiendo que muchas mujeres denuncien la violencia y, por ello, los datos recogidos son inconsistentes. La violencia contra la mujer destroza vidas, rompe comunidades y detiene el desarrollo, pues ellas son parte vital de nuestra sociedad. Esa violencia ha existido siempre, pero lo más grave de la situación es su naturalización: nos hemos acostumbrado a ella y lo vemos como algo normal, como un elemento más de la vida de las personas cuando no se ponen de acuerdo. Cada 15 segundos, una mujer es agredida por un hombre, y las agresiones son mayores y con consecuencias más definitivas bajo consumo de sustancias.
En este contexto, la postura del Gobierno uruguayo ante la droga de introducción, la marihuana, es motivo de preocupación. La norma dictada al respecto tiene por objeto, según se ha dicho, arrebatar el mercado a los carteles del narcotráfico y evitar que los uruguayos se inclinen por consumir drogas duras. Así visto, suena racional. Sin embargo, según una encuesta de la consultora Cifra, el 63% de los uruguayos está en contra del proyecto de regulación de la marihuana, una cifra muy similar a la registrada hace un año, cuando el presidente de Uruguay, José Mujica, presentó la propuesta. Una vez más, el sentido común parece ir por un lado y la decisión política por otro.