El desarrollo de 2018 se ha revelado complejo por la disparada de una variable fundamental en la economía argentina, el dólar. La relación de los argentinos con la moneda norteamericana es un capítulo que vincula al mundo real y al imaginario popular en un mismo punto, y complica a cualquier gobierno ante las oscilaciones globales y los errores propios.
Fue una decisión de Donald Trump la que cambió la ecuación internacional, y ocurrió cuando Jerome Powell reemplazó a Lia Yellin en la Reserva Federal. Fue entonces que se decidió subir la tasa de largo y medio plazo de los bonos de los EE.UU: Powell ordenó la escalada de la tasa de interés de la Fed en un cuarto de punto porcentual, y quedó en un rango de entre 1,5% y 1,75%.
Públicamente se advertía que la tasa aumentaría aun en el presente año. En la misma línea de tiempo en que esto ocurría, el Gobierno argentino promulgaba la ley de impuesto a los activos financieros, que fue la fuente de la salida de dólares del país de aquellos inversores internacionales que, tomando posiciones en Lebacs, eligieron no pagar la imposición creada por Sergio Massa y Margarita Stolbizer.
Esta tormenta perfecta —tasas en alza, impuestos internos en un contexto de dependencia monetaria, y el fracaso de la cosecha por el doble impacto de sequía más lluvias torrenciales en las áreas más productivas del país— redujo la masa de recursos exportables en la friolera de siete mil millones de dólares.
La nueva realidad coloca al peso en una línea de debilidad mayor frente al dólar, cuando todavía falta reparar el daño sufrido por la economía argentina por la política energética llevada adelante por el anterior gobierno, sumando dificultad a todo el panorama. Si hay un pecado en el Gobierno ante esta situación, es el de haber dormido la siesta en vez de actuar para minimizar el daño. No obstante, hay variables que hablan a las claras de que el escenario nada tiene que ver con otros episodios de parecido tenor en los que la moneda de transacción (el peso) se depreció fuertemente ante la moneda de reserva (el dólar), y ese es un aspecto relevante de la actual coyuntura.
Durante junio, los depósitos en dólares crecieron mil millones, provocando un fortalecimiento de los bancos y revelando que la crisis es cambiaria y no bancaria. Por su parte, la CEPAL dio su informe referido al comportamiento de la economía argentina en 2017, manifestando que ingresaron capitales directos, esto es, inversión en activos y máquinas por 11.775 millones de dólares, siendo el pasado año el país que concentró la mayor inversión extranjera directa en el continente.
Lo que viene es una suma que no puede dejar de mirarse en materia de desarrollo económico; por caso un cultivo que había caído a mínimos, el trigo, vuelve a brillar. Pasará de 1.1 millones de hectáreas del año pasado, a 1.35 millones en este ciclo 2018/2019, expresando así un cambio de paradigma que impactará notablemente en la economía de 2019, un año clave por su particularidad de ser electoral.