Los hechos ocurridos en esta semana en el mundo islámico exponen, a la luz de los asuntos internacionales, la creciente tensión que involucra a las distintas visiones del Islam, detrás de las cuales están las ambiciones personales y económicas de los líderes de dichos países.
La decisión impulsada por Arabia Saudita, liderando a los países del Golfo en una movida aupada por la administración Trump, ha llevado al aislamiento del pequeño Qatar, potencia petrolífera cuyas inversiones en el mundo occidental de los negocios cobran visibilidad a través de la agencia de noticias Al Jazeera, y le han permitido al pequeño país trazar una imagen amable de su régimen en el planeta.
Lo que ha llevado a esta acción de aislar a Qatar es, según sus críticos, el financiamiento del terrorismo. La acusación se basa en el apoyo, por caso, a Khaled Mashal, ex líder de la organización militante Hamas -considerada terrorista por la Unión Europea y los Estados Unidos-, quien se encuentra exiliado en Doha, así como también a los talibanes de Afganistán, que mantienen una oficina en la ciudad qatarí. Sin embargo, el mayor apoyo ha estado siempre asociado a los Hermanos Musulmanes, el movimiento islamista más viejo de Medio Oriente, que mantiene una fuerte presencia en Egipto, Siria, Libia y Túnez. Qatar niega las acusaciones apuntando a Arabia Saudita como financista de Al Qaeda y Estado Islámico, grupo terrorista que esta semana atacó y mató a diecisiete personas en Irán.
Justamente ese ataque revela la naturaleza profunda de la matriz de esta guerra, una guerra intra Islam en la que el mundo, por distintas razones, es el escenario de batalla global. Ataques en Europa -con particular énfasis en Francia e Inglaterra- utilizando células dormidas reclutadas de entre la población islamista de esas naciones, llevan el mensaje de castigar a Occidente por su apoyo a aquellos que en el Islam dan su batalla por una visión unicista que quite al oponente del medio.
La descomposición es tal, que una vía considerada hasta hace poco improbable, las mujeres, se han convertido en consuetudinarias combatientes, tal como se vio en Teherán esta semana. Los grupos sunitas han roto un código no escrito que reserva a las mujeres un rol secundario, alejado del campo de batalla.
Detrás de toda brutalidad está el dinero en forma de meganegocios petroleros. Un caso que hoy se expone es el del tío del líder sirio Bashar al Assad. En España, el juez de la Audiencia José de la Mata investiga a la familia del presidente de Siria, Bashar al Assad, por blanquear dinero en Puerto Banús y en Marbella, en una operación que no ha producido detenciones. El magistrado ha ordenado 15 entradas y registros en inmuebles, la mayoría en Puerto Banús, y ha bloqueado las cuentas corrientes de 16 personas vinculadas a Rifaat al Assad, el tío de Bashar al Assad, y las cuentas de 76 empresas. Los fondos bloqueados, cuyo rastro se ha seguido por toda Europa, procederían de las arcas del Estado sirio, hoy en una cruel guerra contra grupos rebeldes y terroristas, que supera los seis años. Rifaat al Assad fue vicepresidente de Siria cuando su hermano, Hafez al Assad, gobernó el país en una dictadura que duró más de treinta y cinco años. Hafez murió en el 2000. En los años ochenta, Hafez expulsó a Rifaat del país por miedo a que organizara un golpe de Estado contra él, y existen indicios de que le entregó más de 300 millones dólares procedentes de las arcas del Estado sirio. Con ese dinero recaló en Francia, donde en 1984 empezó a comprar propiedades inmobiliarias.
Los Assad son alauitas, una secta herética que ambas facciones mayoritarias del Islam cuestionan por su secretismo. Lo que parece unir a todos los contendientes, no obstante, es la avaricia por el dinero, en un mundo en el que los súbditos -en el Islam no hay ciudadanos- padecen, mueren y son desplazados por acciones que nunca llegarán a comprender.